Cuando llega la Navidad, los humanos nos ponemos blandos, educados, cariñosos y sentimentales, intentamos fundir las distancias, cumpliendo con preceptos morales que se predican desde los púlpitos. Quizás el miedo que provocan las noches más largas del año impulsa el súbito amor por los demás. Pero ya sabemos que la realidad es clara al respecto: el radio de nuestros amores, aberturas y tolerancias no suele sobrepasar al de la familia, el grupo, el club o la nación. Más allá de ellos, los muros se mantienen en pie, pues la desconfianza es grande.
Distancia encarnada de madera: desde el siglo XVII saluda al siglo XXI.
Los títeres son honestos al proponer la distancia como método de acercamiento. En efecto, el titiritero habla a su público a través de un tercero, el muñeco, un intermediario para la relación. Es lo contrario de los comportamientos sociales considerados normales y correctos, que proponen cercanía para comunicar. ‘Amarás al prójimo como a ti mismo’. Irrefutable desde la distancia. Pero cuando se impone la cercanía, se producen efectos contrarios: se tropieza de inmediato con las barreras que surgen del contacto directo. ¿Quién aguanta más de dos minutos al desconocido arrimado a tu propio espacio? Lo normal es sacártelo de encima. El ‘prójimo’ se parece demasiado al ‘ti mismo’ del mandamiento, y lo que tendría que ser recibido como amor bienvenido, se vive como intrusión invasiva. El precepto debería decir ‘Amarás al prójimo como a ti mismo mientras mantenga la distancia’. Un problema para los predicadores y los defensores del Amor.
Artefactos separadores: unen al titiritero con la marioneta. Mandos de Manuel Costa Dias (izquierda) y de Daniel Loeza (derecha).
Recurrir al títere nos abre las puertas a una rica paradoja: ‘el acercamiento al otro se consigue a través de la distancia’. El títere es la distancia que separa a los que quieren acercarse. Los separa y por eso mismo los une. Una gran paradoja hecha realidad en el día a día de nuestro oficio. Conseguir que la distancia una, es la cuadratura del círculo de la vida social. De ahí podría inferirse esa nueva ley universal que los titiriteros deberíamos un día imponer al mundo: ‘la distancia une’ o ‘sólo la distancia de lo diferente une’. Y, viceversa, ‘lo que une, separa y distancia’. Bienvenida distancia, pues.
Quizás la Navidad sea una buena época para reflexionar sobre estas paradojas y llegar incluso a practicarlas. Pensar que la radicales diferencias que existen en el mundo entre pueblos, culturas y personas son condición indispensable para que puedan relacionarse y entenderse entre sí, sería una de las conclusiones de aplicar la paradoja. El amor no sería pues fruto de la vecindad y de la semejanza, sino al revés, un producto de la distancia y de la diferencia. Cuando más diferentes son dos, más el amor puede brotar en ellos.
El espacio se precipita en formas. Artefactos de Maria Mendonça, Patio del Palacio Belmonte, en Lisboa (izquierda), y de Joana Vasconcelos, expuesto en el Palacio Nacional de Ajuda, Lisboa, en 2014 (derecha).
No hablan de Amor los actuales vientos nacionalistas que soplan por el mundo. La xenofobia se impone, esa plaga que se extiende por nuestras sociedades: ‘miedo, rechazo u odio al extranjero’, es decir, a lo diferente. Muros y barreras. Un callejón sin salida. ¿Cómo invertir la ecuación xenófoba y cambiar el miedo a la diferencia por la curiosidad, el interés y la aceptación? La respuesta sólo puede venir apelando al principio antes descrito de los títeres: ‘lo diferente se une con la distancia’. Aplicar la distancia sería aplicar la paradoja titiritera: ‘crear’ distancia entre los dos polos separados y conseguir unirlos. ‘Crear’, esta es la cuestión: convertir esta ‘distancia’ en algo activo, real, visible y palpable. Es decir, hacer que la forma o artefacto resultante sea algo más que una palabra o un estado de alejamiento físico.
La Sagrada Familia de Barcelona. Artefacto arquitectónico, uno de los lugares más visitados de España.
Sabemos que distancia es espacio y que como todo espacio, es susceptible de adquirir una forma. Para darle forma, hay que recurrir al tiempo: doblegarlo para que al girar sobre sí mismo estabilice el espacio y suba en espiral, alcanzando verticalidad. Cuando la distancia se hace vertical y gira sobre sí misma, empieza a convertirse en materia moldeable para crear con ella una ‘distancia-forma’ específica. Este ‘artefacto’ en que se ha convertido la ‘forma-distancia’ creada, tiene efectos reflejantes de espejo. Las condiciones empiezan entonces a estar listas para que el estallido de la paradoja titiritera se produzca: la distancia se hace forma que se hace espejo que refleja a ambos contendientes A y B. La comunicación y el entente se hacen de inmediato factibles y evidentes.
Aplicar la ‘paradoja titiritera’ no es convertir la distancia en un títere (aunque podría ser una de las formas adquiribles, a ello se dedican los que hacen terapia con títeres). Sería más bien buscar, a través de la fuerte tensión irresoluble entre A y B, la fuerza indispensable para poder percibir la distancia como materia (espacio) moldeable en el acto de necesidad creativa. Entonces, la distancia convertida en forma creada, actúa como lo hace el títere: objeto intermediario capaz de juntar la diferencia.
Esta marioneta une culturas, continentes, pueblos y edades diferentes. Títere de Marionetes Nòmades.
Recurrir pues a la ‘paradoja titiritera’ es practicar una alquimia que juega con el espacio y la distancia, a los que se aplica tiempo parta moldear con ellos una forma determinada (mental o física). Es un acto de creación, por eso el proceso es alquímico. Su ejecución exige, desde luego, una cierta madurez humana. Los titiriteros podemos ser útiles en este caso al poner la metáfora del modelo: la del títere como la forma que toma la distancia, y que sirve para la comunicación entre espectador y titiritero.
Marioneta con el peso de los múltiples artefactos mediadores que corresponden a sus distintas personalidades. Imagen del espectáculo Identitats, de Carles Cañellas.
Por cierto, así hacían las viejas culturas con las estatuas de los dioses que era adoradas por todos: figuras que daban forma a la distancia que separaba las diferencias interiores de los pueblos.
Maternidad ronga, de Mozambique, Museo Etnológico de Lisboa (izquierda) y Virgen del Pecho, Museo Marés de Barcelona.
‘La distancia une’, un principio titiritero cuyas intimidades alquímicas con sus entresijos paradójicos, pueden abrir nuevas perspectivas al mundo.
Desde Titeresante, deseamos a nuestros lectores unas Felices Navidades cargadas de muchas diferencias, capaces de generar una Distancia tan grande y descomunal, que de la misma surja el Amor que une y separa.
Pta: el niño Jesús que se convierte en Cristo, ¿no sería acaso una distancia entre las diferencias más radicales de este planeta que toma forma de niño para postularse luego como ese mínimo común denominador intermediario que busca reflejarnos a través de la muerte, y por ello despertar en nosotros la unidad del Amor?
Niño Jesús, Portugal s.XVIII (izquierda) y Cristo Crucificado, Ceilán, s.XVI, Museo de San Roque de Lisboa.