Vale la pena detenerse en la imagen y el concepto del robot tal como nos ha llegado a través de la literatura de ciencia ficción y darse cuenta de hasta qué punto lo podemos considerar como una figura que se acerca mucho a la marioneta. La principal razón de este parentesco se encuentra, a mi modo de ver, en el hecho de que un robot en su actual acepción popular, es un ser creado por los humanos para proyectar en él nuestras capacidades cognitivas e intelectuales afín de que nos ayude a solventar algunos de los asuntos que nos incumben y que son difíciles y complicados de resolver. Es decir, consiste en una marioneta que en vez de tener una finalidad de arte o de entretenimiento, se recurre a ella para que, situada a una distancia adecuada de nosotros y de la realidad, y dotada de una determinada capacidad de cálculo y análisis, nos asista en lograr la mejor resolución de las tareas propuestas.

Robots y Marionetas
Ilustración de Ralph McQuarrie para el libro de Isaac Asimov ‘Robot Visions’, 1989.

Su configuración antropomórfica y su autonomía relativa -siempre sujeto a las famosas tres leyes de la robótica- hacen del robot una útil marioneta manejada con los hilos más o menos visibles de la tecnología. Una marioneta capaz de actuar en los distintos retablos de la vida social: ya sea en contextos productivos, fabriles, administrativos u operativos, ya sea en contextos más abstractos de resolución de dilemas y problemáticas más complejas, como son los casos de mediación imposible.

Nos situamos aquí en el marco de una ‘robótica amiga de los humanos’, lejos aún de los futuristas seres autosuficientes de una supuesta Inteligencia Artificial muy evolucionada que busca escapar de nuestro control, y lejos también del actual uso militar o depredador-especulativo con el que hoy se utiliza la Inteligencia Artificial. Un marco, el propuesto, sin duda frágil y de una urgente necesidad, y al que hemos podido entrar gracias a los esforzados trabajos de los investigadores precedidos de autores como Isaac Asimov y otros.

Robots y Marionetas

Vale la pena repasar las tres leyes establecidas por este genial escritor de origen ruso nacido en 1920 en el relato «Runaround» (1942):

1- Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano resulte dañado.

2- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por un ser humano, excepto cuando tales órdenes contravengan la primera ley.

3- Un robot debe proteger su propia existencia, siempre que no vaya contra la primera o segunda ley.

Un robot así concebido es una marioneta que aún dotada de máxima autonomía y de una capacidad cognitiva e intelectual altas, cumple con sus funciones de situarse en un espacio de mediación para uso de los humanos, a modo de figura de proyección a la que recurrir cuando nuestras capacidades de decisión no son suficientes y necesitan escuchar, a modo de espectadores de nuestras propias facultades proyectadas en el cerebro de la máquina, lo que ésta es capaz de decirnos. Dicho en otras palabras, sobrepasados por la complejidad de lo real, nos apartamos de nosotros mismos para que, desde la distancia de la marioneta que nos representa, el robot pueda responder a nuestras demandas.

Es nuestra creatividad la que nos ha permitido dotar al cerebro de la marioneta mecánica de una capacidad tal que sea capaz de sorprendernos. Sus decisiones, fruto de los entresijos lógicos y siempre sujetas a las premisas básicas de las tres leyes de la robótica, responden a estrictos criterios de la praxis humana.

Robots y Marionetas
Ilustración de Ralph McQuarrie para el libro de Isaac Asimov ‘Robot Visions’, 1989.

Podemos imaginar el uso de este tipo de marionetas inteligentes en sesiones donde un grupo determinado de personas afectadas por alguna problemática de las consideradas como endemoniadamente imposibles de resolver, se reúnen en una sala alrededor del robot afín de escuchar y ponderar sus propuestas de resolución del problema. Serían sesiones que deberían tener lugar en espacios muy cuidados y especiales, provistos de algunos atributos protocolarios capaces de convertir la sesión en un acto casi de carácter ritualístico, a modo de los tribunales de justicia en los que en vez de haber un juez que imparte justicia, habría una marioneta robot que ofrece o imparte soluciones. Serían verdaderos tribunales de mediación donde la irracionalidad humana, enfrentada a sus extravagancias e impostaciones desmesuradas, se sometería al dictado de la lógica, también humana, pero capaz de desprenderse de los condicionantes emotivos y de las querellas enquistadas, que suelen enturbiar la conciencia de los pleiteantes. Las propuestas del robot marioneta, que siempre deberían huir de la solución única, tendrían que ser consideradas como lo que son, propuestas y no dictados, a no ser que la urgencia o la conflictividad desarbolada del caso exigiera dictámenes vinculantes.

Pienso en cuadros problemáticos del tipo de los que se plantean en las comunidades de vecinos, por ejemplo, que suelen presentar situaciones de las más envenenadas que existen, o en pleitos enquistados entre parejas o matrimonios rotos, o en contenciosos hereditarios o incluso relativos a las competencias y pertenencias de determinados territorios y colectividades vecinas que pleitean o guerrean entre sí.

Sin ir más lejos, el actual contencioso entre Cataluña y España podría ser un caso perfecto con el que empezar a ensayar este tipo de mediación serena de la marioneta robot pensante. Un contencioso que por su empecinamiento obstinado, debería trasladar la sesión consultante en lo que podríamos llamar un ‘globo aerostático de mediación’: vehículo amplio y provisto de comodidades que se elevaría a grandes alturas para disponer de una distancia capaz de dar a los contendientes perspectivas adecuadas de alejamiento y ponderación.

Robots y Marionetas
Ilustración de Ralph McQuarrie para el libro de Isaac Asimov ‘Robot Visions’, 1989.

Las tres leyes de la robótica deberían ser una garantía más que suficiente para presuponer a estas marionetas inteligentes la neutralidad deseada, pues jamás se tomaría decisión alguna sometida a algún tipo de antipatía irracional o de cálculo interesado fuera del deseo de lograr el bien común de los humanos enfrentados. Por otra parte, el añadido de los ‘globos aerostáticos de mediación’ sería un complemento tan importante como necesario.

Las novelas de Isaac Asimov están llenas de ejemplos de este tipo de comportamiento robótico que llegan a sorprender por la calidez humana que desprenden, sin jamás ignorar que el sujeto pensante es una máquina o una marioneta movida por los hilos de la más fina tecnología.

Concretamente, destacaría las dos últimas obras que cierran los dos principales ciclos del autor: ‘Robots e Imperio’, de 1985, que culmina la serie de novelas sobre los robots, y ‘Fundación y Tierra’, de 1986, última del ciclo de la Fundación.  Dos novelas que encajan entre si y que cierran los mundos imaginados por Asimov, cuya característica principal es que sus personajes han pasado de la conciencia individual a la planetaria e incluso a la ‘galáctica’, una verdadera expansión de conciencia que pocos autores han desarrollado con tanto afán, rigor y minuciosa verosimilitud.

Asimismo, Asimov plantea uno de los principales temas de nuestro siglo, como es el conflicto aparentemente irreconciliable entre individualismo y colectividad, entre la parte y el todo, entre la diferencia y la unidad. Un conflicto que en sus novelas, los humanos son incapaces de solucionar o de sobrellevar por sí mismos sin recurrir a la autodestrucción, y que requiere para su solución de la distancia desapasionada de la perspectiva robótica, bien amarrada por sus tres leyes fundamentales.

El robot humanoide de Asimov funciona a modo de catalizador intelectivo capaz de lograr la unión de los contrarios, una metáfora  de cómo la distancia que separa la diferencia de las partes sólo puede resolverse a través de la creación de una figura intermediaria, llámese robot o marioneta o como se quiera, capaz de crear la ‘matemática perfecta’ (préstamo Valle-Inclanesco) que caracteriza los procesos alquímicos de la conversión de los opuestos, los cuales se identifican diferentes pero iguales, no para fusionarse, sino para dejar que entre ellos aparezca lo nuevo que los cruza y supera. Sólo en el surgir y en el alejamiento de este nuevo sujeto se consigue la reconciliación de los opuestos siempre enconados.

Viabilidad

Es de cajón que las consideraciones expuestas en este artículo requieren de una mínima reflexión sobre el tema de su viabilidad. ¿Estamos hablando de una utopía, de un simple juego de palabras y de la imaginación, o realmente nos referimos a unas posibilidades creíbles de ejecución.

Lo que me inclina del lado de lo viable, es el hecho de que en la actualidad, con los incipientes utensilios y las distintas aplicaciones que hacemos de la Inteligencia Artificial, en realidad ya estamos haciendo uso de esas capacidades de mediación de la robótica, en el día a día de nuestras vidas.

Cuando ponemos el despertador a la hora escogida, ¿acaso no estamos haciendo uso de este útil instrumento mediador, pequeño robot al que podríamos llamar de ‘tic-tac’, al que dejamos la responsabilidad de despertarnos por la simple razón de que a la maquinaria del reloj no le afecta ni el sueño, ni la pereza ni el acopio de responsabilidades, problemas, conflictos y deberes que tanto nos paralizan a primera hora?

Robots y Marionetas
Ilustración de Ralph McQuarrie para el libro de Isaac Asimov ‘Robot Visions’, 1989.

Cuando pedimos al buscador de billetes el vuelo más barato, ¿acaso no le estamos también dejando la responsabilidad de escoger entre los muchos vuelos existentes, convencidos de que la máquina irá al grano y se dejará de preferencias, amores y desamores para encontrar los precios más convenientes?

Lo mismo podemos decir de los comandos automáticos de los aviones, capaces de ponderar los datos y de establecer las rutas de vuelo más pertinentes, sin que le afecte el perfume de una azafata o la mala digestión de una cena, o el caso de la cirugía robotizada en tantos de nuestros hospitales, más seguros a la hora de cortar, coser o extirpar que las manos del cirujano, siempre temblorosas y sometidas al dictado de las emociones. Los móviles que nos muestran el camino más corto para llegar a una cita nos han emancipado del uso engorroso aunque tan placentero de los mapas. Y así las mil distintas aplicaciones con las que la industria de los móviles y de los demás artilugios inteligentes intentan engatusarnos, con gran regocijo de nuestra confiada aceptación.

La Inteligencia Artificial ya está incrustada en nuestras sociedades y cada vez lo estará más. La forma no antropomórfica de estos robots que piensan y actúan por nosotros nos hace pensar que lo seguimos controlando todo y que los humanos seguimos siendo el centro del universo. Pero la realidad es que si pusiéramos rostro, voz y figura humana a cada uno de los gadgeds utilizados, nos veríamos como niños pequeños conducidos por una multitud asombrosa de institutores e institutrices indicándonos nuestros pasos, modos y quehaceres. Los que tanto tiempo nos pasamos frente a la pantalla del ordenador, si de pronto éste adquiriera forma humana, nos veríamos perpetuamente enfrentados a una especie de inquietante doble nuestro que no tardaría mucho en adquirir nuestros propios rasgos faciales. Es decir, enfrentados a una autoconsciencia de lo que somos, y de la que huimos como del diablo.

La industria sueña con ofrecernos, en un futuro próximo, robots antropomorfos que de alguna manera reúnan en un solo aparato de forma y movimiento humanos todas estas utilidades, para convencernos de la ilusión de gozar de un siervo o esclavo capaz de despertarnos, ser nuestra agenda, realizar nuestros trabajos, conducir, seleccionar prendas o artilugios, orientarnos, abrirnos la puerta, comprar billetes, jugar al ajedrez con nosotros, rascarnos la espalda, conversar mínima o sesudamente y, para los modelos más caros y sofisticados, hacer sexo con ellos. Algo que en realidad ya tenemos a nuestra disposición sin estar reunido en un único aparato.

Robots y Marionetas
Ilustración de Ralph McQuarrie para el libro de Isaac Asimov ‘Robot Visions’, 1989.

Es por ello que vale la pena pensar usos más interesantes de la Inteligencia Artificial, en el sentido de ponerla al servicio de nuestras necesidades más urgentes, siendo una de ellas el espinoso tema de los enconamientos de solución imposible. Plantearlo no sería más que proyectar una casuística bien humana de cómo encajar la complejidad de los conflictos, de ponderar las razones y los intereses enfrentados, dejando a la máquina la responsabilidad de ejecutar en un tiempo humano la enormidad de los cálculos necesarios para desenredar tales complejidades, que una simple mente humana se vería incapaz de hacer sin tardar lustros y décadas. Para ello, la figura humana del robot, a modo de marioneta autónoma, sería útil al ejercer este rol de objeto antropomorfo de proyección de las partes contendientes, obligadas a callar cuando tiene la palabra alguien que nos representa como humanos particulares y en cuanto pertenecientes a la misma especie. Luego, la aceptación de las soluciones sería harina de otro costal, al requerir seguramente un tipo de legislación adecuada y aún inexistente, bien refrendada por tribunales de orden planetario, también inexistentes.