Aún no repuestos de otras dolorosas muertes de titiriteros, nos llega el adiós de Julio Michel. Impetuoso en casi todo, polémico en ocasiones, enamorado de la música y del teatro, arquitecto de Titirimundi, uno de los festivales más importantes del mundo. Quiero hacer un breve repaso por cosas que hablamos, por cosas sobre las que discutimos y redactar apresuradamente unas notas sobre su biografía artística y emocional. Tiempo habrá de hacerlo con mayor reflexión.
Nacido en León en 1946, vive desde 1963 en París con su familia, y allí estudia Psicología y Arte Dramático en la Universidad de Vicennes. Conoce a Lola Atance y ambos montan en 1975 la compañía Libélula con la que emprenden viaje a Madrid, una gran ciudad que hierve ante la muerte de Franco y el estallido de unas libertades que no pueden esperar más.
Allí se relacionan con lo que se ha llamado el Teatro Independiente, moviéndose entre ellos como una nueva compañía que, casualmente, como lo harán luego otras como La Tartana o el Teatro de la A, se expresan a través de los títeres. En diciembre de 1975 los encontramos presentando en el Teatro Arniches la obra Las aventuras de Mingo. Tras viajar por Cataluña (I Semana de Teatro en Hospitalet) y otros territorios, participan en diciembre de 1976 en la I Muestra de Teatro Independiente que se celebra en la madrileña Sala Cadarso donde van a presentar Las aventuras de Mingo, La nube e Imágenes o algo así.
Aunque participan junto a otros titiriteros en el movimiento asociativo que se estuvo fraguando sobre 1976-77, junto a Francisco Porras, Gonzalo Cañas y otros, Libélula está atenta al teatro en general, a sus ímpetus de renovación y de creación, sin caer en el ghetto de los títeres. Como todos los grupos independientes de aquellos años actuaban en teatros cuando se podía, pero también se actuaba en asociaciones de vecinos, entidades culturales y en otros organismos populares. En una entrevista en ABC (27-03-1977, 71), el periodista Ángel Laborda pregunta «¿Cuál es su principal enemigo hoy?», a lo que Julio responde:
«La falta de imaginación. Vivimos una época en que se está queriendo dar al hombre los espectáculos tan terminados, tan definitivamente hechos, que no dejan lugar a que su imaginación se desborde. El teatro de marionetas ha sido siempre imaginativo».
En 1977 harán largas giras por Andalucía, que recoge el maestro periodista y titiritero Julio Martínez Velasco en su sección teatral de ABC Sevilla. Una de las cosas más interesantes es que además de las sesiones infantiles promovidas por las Cajas de Ahorro andaluzas, actúan durante unas semanas en el cabaret-teatro Blues Ville en la sevillana calle de Monte Carmelo. Habían vuelto de su actuación en el IV Festival de Títeres de Barcelona y allí estaban en una sala de adultos echando funciones nocturnas con sus extraordinarias marionetas. Fruto de esos contactos sevillanos será su colaboración con la compañía Esperpento, que entre su demostrado interés por Brecht y la Comedia del Arte, estrenó en 1978 su lorquiano Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, con marionetas realizadas por Libélula que, pronto haría gira por América Latina.
Julio Michel en plena actuación.
Pero uno de los grandes amigos de Julio ha sido el compositor y cantautor Amancio Prada, ya desde los tiempos de París cuando actuaba en el teatro Bobino junto a Georges Brassens. Amancio Prada será el que le infiltra su amor por Segovia y muchas cosas más. Destaca el recital-espectáculo Canciones de amor y celda, donde Amancio colabora con Libélula. Creo que fue estrenado en el teatro Barceló de Madrid, pasando luego por el Grec de Barcelona, por Oporto y muchos otros lugares. Entre ellas, una semana en el Olimpia de Madrid, donde la colaboración de los títeres se hace patente en los romances de Don Gaiferos y de El enamorado y la muerte (ABC, 23-02-1980, 55).
Destacable también fue su presencia en el programa televisivo El carro de la farsa, realizado por Francisco Montolío y asesorado y presentado por Rosana Torres, a la que tanto admiro por su defensa y promoción del teatro de títeres durante toda su larga carrera periodística. En dicho programa, emitido en TVE2 el 02-03-1982, las piezas Extraños en la noche, La flor y Romance del enamorado y la muerte, acompañados por el segoviano grupo Hadid, que también colaboró en obras de Francisco Peralta. Ese mismo año vuelven a estar en la Sala Olimpia de Madrid en la Muestra de Compañías Estables e Independientes organizada por el Centro Dramático Nacional, que se había iniciado con la actuación de Marcel Marceau. Presentan Mosaico, una serie de breves piezas en las que intervenían sombras y otros efectos visuales que, según el crítico Lorenzo López Sancho, que ya los había visto actuar en el Festival de Almagro, inducían al espectador «a extraer de ellos su propio relato impregnado a veces de poesía, aunque la tendencia más destacada es a situarnos ante una impresión, a veces casi hiriente. de lo ridículo, de lo grotesco de muchas situaciones y acciones humanas» (ABC, 10-10-1982, 73). Poesía, imaginación, provocación, ejes constantes del teatro que siempre ha defendido Julio.
Poco después Julio se establece definitivamente en Segovia y será entre el 16 y el 25 de abril de 1985 cuando abra la puerta del I Festival Internacional de Títeres y Marionetas, que luego se llamará Titirimundi. Esa primera edición será inaugurada a todo bombo por el Presidente de la Junta de Castilla y León. Quizá a Julio no le gustó mucho la utilización política de aquel festival que él pretendía que fuera una cosa especial, donde primara la calidad artística y la relación humana de los artistas entre sí y con el público de Segovia. A Julio le gustaba que presentaran el Festival escritores y artistas y no tanto los políticos. El hecho es que en 1987, poco antes de empezar el Festival, se anunció que no iba a haber subvención. Aquel año el festival se hizo «por cojones», las compañías accedieron a trabajar sin caché y fueron alojados en domicilios particulares de segovianos. Aquello, Julio, no lo olvidó nunca. El festival estuvo dos años sin celebrarse y se reanudó en 1990, incrementando sucesivamente su calidad y su proyección internacional. Pero siempre hubo que luchar, Julio se quejaba en ocasiones de que el festival le robaba tiempo para crear y para hacer otras cosas.
El aprendizaje artístico de Julio, y de Lola Atance, comienza en París admirando el trabajo artístico de Jean Paul Hubert, y luego el de su admirado Ives Joly. Bebieron directamente en las fuentes europeas y las trasladaron a España. Más adelante Julio se va a decantar como un gran defensor del teatro de títeres popular, del títere de guante y cachiporra, del títere de lengüeta y de corridas de toros: Buscando a don Cristóbal (1988) A Lola Atance aquello no acababa de cuadrarle demasiado, pero Julio era incorregible.
Libélula en la Ruta Quetzal.
Una de esas «otras cosas» que Julio amaba hacer fue la Ruta Quetzal, antes llamada Aventura 92, invento de ese extraño personaje que fue el lanzador de martillo y jabalina, reportero y promotor cultural, Miguel de la Quadra-Salcedo, fallecido el año pasado. La Ruta Quetzal, fue creada en 1979 impulsada por el rey Juan Carlos y reunía en un viaje trasatlántico, a imagen de los viajes de descubierta y conquista de los españoles del siglo XVI, y luego con estancia en América Latina, de una serie de jóvenes de varios países, entre 18-19 años, que tenían un programa académico y una serie de actividades deportivas, culturales y de entretenimiento. Desde 1989, Julio y su amigo y compañero de cristobitas, el sevillano Juan Antonio Sanz, participaron en ellas con el apoyo de músicos segovianos. Para Julio eran unas formidables vacaciones y le gustaba despertar a los chicos, a las 4 o 5 de la madrugada, con música castellana. A Miguel de la Quadra no le había pasado desapercibido que en las crónicas de Hernán Cortes se decía que en sus barcos había llevada a músicos y titiriteros. Julio no perdonaba nunca la Ruta Quetzal y allí encontró a la que ha sido su mujer y madre de tres de sus hijos.
En 1984 participa en un proyecto admirable: la Sala Mirador, centro estable de marionetas en el barrio de Lavapiés. Creada por la asociación Linterna Mágica, formada por las compañías Teatro Popular de Muñecos y Máscaras, La Gaviota, Títeres de Horacio, Libélula, Marionetas Peralta del Amo y Los Iniciados, en la parte musical (Rosana Torres, El País, 18-12-1984), con apoyo institucional. La Sala Mirador fue un auténtico escaparate de los títeres en España, hasta la marcha en 2005 de Carmen Heymann de la compañía Teatro Popular de Muñecos y Mácaras, lo que motivó el traspaso de la sala al CNC. Pero no quería ser solo un centro de programación, de una excelente programación como la de Os Bonecos de Santo Aleixo con la casi la abrieron, sino también una escuela de formación de titiriteros: una de las obsesiones de Julio Michel.
Julio Michel con Elena Millán, cuando fue premiado por su trayectoria en Zaragoza (octubre 2016).
Una obsesión que no ha podido cumplir del todo. Siempre me había hablado de hacer una escuela de formación activa en Segovia. Lo había intentado hasta la saciedad y siempre había pensado en el emplazamiento de la antigua Cárcel. Una escuela donde se aprendiera haciendo, trabajando, construyendo e interpretando.
En la Sala Mirador y con la mayor parte de aquellas compañías que la fundaron, estrenaron allí Las mil y una noches, un complejo espectáculo en el que no fue fácil acoplar los diferentes estilos de las compañías presentes, pero que resultaba fascinante: el público se agrupaba en un rincón de la sala y el resto del espacio era ocupado por las marionetas que interpretaban algunos de los cuentos orientales.
En los años 90, Libélula estrenará dos nuevas obras, El castillo de la perseverancia (1994) y El Paladín de Francia (1999), basada esta en las ilustraciones del dibujante Emanuele Luzzati, ambas obras con técnicas de sombras y que contó con la inspiración y colaboración, en la primera de ellas, de los italianos de Gioco Vita. Dos espectáculos que giraron por buena parte de Europa.
Julio Michel en ‘El Paladín de Francia’.
Casi todo lo demás ha sido Titirimundi. Le recuerdo al teléfono cuando me dice que va a traer a Segovia a mi admirada Ilke Schönbein, me lo contó emocionado, relamiéndose. Pero no todo, detrás de muchas cosas de Segovia ha estado Julio Michel. En la cultura, en la vida social y política. En la pelea por defender lo que había creado, por extender Titirimundi a los pueblos de Segovia, a Castilla y León, a Madrid. Ha estado detrás del Museo de Paco Peralta, de la recuperación de la comparsa de gigantes, de muchas cosas que a lo mejor solo saben sus amigos. Con este escrito he querido rescatar su labor artística, a veces olvidada. Su aportación creadora a la escena de los títeres. He de reconocer que buena parte de mi programación del Parque de las Marionetas de Zaragoza, se debía a lo que yo había visto en Segovia. A Rod Burnett, a Víctor Antonov, a Dominique Kerignard y su circo de pulgas, a Mikropodium, a tantos que yo traía a pobres barracas de feria en vez de a maravillosos patios renacentistas y barrocos. Él mismo estuvo con Juan Antonio Sanz y Cristobita en una de ellas. Se lo pasó muy bien.
Actuación en el Titirimundi frente al Acueducto de Segovia. Foto de Salvador García Bardón.
Adiós, Julio. Vayan estas líneas apenas sin corregir, seguramente con errores y omisiones imperdonables, pero quería decir en voz alta que las marionetas españolas te deben mucho.