Dado el auge, si no real al menos mediático, de la cachiporra en los escenarios titiriteros del mundo, especialmente ibérico, vale la pena reflexionar sobre la propuesta que en su día hizo Pepe Otal, el titiritero de Albacete harto conocido en el ambiente, con su espectáculo cachiporrero titulado Makoki. Doy respuesta de este modo a la petición hecha por Pedro Nares, organizador de una exposición en octubre sobre Pepe Otal. Y para ello, propongo hacerle una entrevista imaginaria, por no llamarla ultratúmbica, dando por sentado que lo que se diga en ella entra en el campo de la escritura-ficción. Sin ánimos de molestarle en sus labores en el Más-Allá, y con el respeto que nos merece tanto su persona como el entrañable y amistoso recuerdo que tenemos de él, nos hemos atrevido a semejante dislate animados por el deseo de que, aún habiéndose ido, mantenga vivo de algún modo un cierto compromiso suyo con la contemporaneidad. Y la verdad, después de transcribir la entrevista, hay que decir que el de Albacete respondió con creces a las expectativas creadas.

– Pepe, ¿qué quisiste hacer con el Makoki?

– Mira, ya sabes que yo seguí siempre con mucho interés este género popular llamado de la cachiporra que tanto tenía en su tiempo de expresión ácrata y rebelde. Pero también veía cómo las nuevas corrientes de la pedagogía contemporánea y de la corrección cultural y política,  lo ponían cada vez más en cuarentena, sacrificando sus aspectos más vitales e interesantes en aras a una educación pacífica y sociable de las personas, lo que está muy bien, faltaría más. Entonces me pregunté: ¿cómo sería hoy Polichinela?, o mejor aún, ¿quién sería hoy Polichinela? Desde luego, no podía ser el bufón o el gracioso de antaño, figuras obsoletas hoy desaparecidas. Tampoco el criado malhablado o pendenciero o sirviente de dos amos, rol inexistente. Por otra parte, comprendí que si el personaje escogido para ser Polichinela se comportara como lo hacen sus parientes lejanos, el Punch, el Kasperl o los Cristobitas, francamente, no duraría dos horas en la calle: a la primera de cambio, la policía se lo llevaría preso a la cárcel, o quizás al frenopático… Bueno, qué difícil… Y entonces, lo vi: ¡claro!, me dije, ¡hoy Polichinela sería un loco de atar, un inadaptado social capaz sólo de expresarse a través de sus gritos colosales, de sus pedorreos e imprecaciones, o de sus canciones insurrectas! Es decir, estaría en el frenopático, la mayor parte del día con la camisa de fuerza, visitando la habitación de los electroshocks a diario.

Makoki, de Miguel Ángel Gallardo y Juanito Mediavilla.

– Bueno, Makoki es todo eso que indicas: un loco en el frenopático, casi siempre con la camisa de fuerza y con el casco despeinado de los electroshocks en la cabeza…

– Así lo vi yo. Sabía del personaje, esa creación para el cómic de Felipe Borrallo, a quién conocía bien, y de los dibujantes Miguel Ángel Gallardo y Juanito Mediavilla, y pensé que si buscaba a alguien suficientemente loco para compartir las características originales de los Polichinelas, quién mejor que Makoki. Un antihéroe canallesco e impresentable, cuyo afán principal es la libertad, la suya, no la de los demás, y el desarrollo sin cortapisas de su vitalidad desenfrenada.

– ¿Quieres decir que para ti Polichinela es hoy alguien al que hay que encerrar?

– Desde luego, no duraría mucho suelto por la calle. Me refiero a un Polichinela de carne y hueso, porque los títeres ya sabes que pueden hacer lo que gusten.

– Piensa, Pepe, que esto lo hiciste en los años noventa y no pasó nada porqué en aquella época era posible hacerse el gracioso con locuras de este tipo, hoy, si resucitaras de pronto, no sé si podrías…

– ¡Qué feo me lo pones! Tampoco es mi intención regresar, por supuesto, se está muy bien sin esa obligación compulsiva de hacer cosas que tenéis los vivos. Pero debo recordarte que el Makoki lo hacíamos en bares y siempre de noche, cuando ya todo el mundo estaba de todo menos cuerdo. En algunos lugares, los espectadores nos chillaban y nos tiraban cosas, pues al identificarse con el héroe, como hacen los chiquillos con los polichinelas, tendían a comportarse como el mismo, de modo que no siempre salíamos airosos con los aplausos y los saludos, sino más bien con el rabo entre piernas, desmontando a marchas forzadas y escapando de los verdaderos locos. Aunque también es verdad que cosechamos muchos aplausos en otras ocasiones.


Makoki y una marioneta del Apocalipsis, de Pepe Otal. Exposición Figuras del Desdoblamiento.

– Pepe, permíteme que me ponga algo pesado y que te pregunte sobre si entonces veías algún tipo de futuro para el títere de cachiporra.

– Jamás me pregunté estas cosas. En realidad, el Makoki lo hice, creo, para divertirme, y creo que lo logramos. Tú mismo lo manipulaste algunas veces y lo pasamos bastante bien. Pero sí pude comprobar este tópico que dice que con los títeres es posible decir y hacerlo todo, por muy bruto que sea. Es decir, que los títeres nos dan ‘licencia para todo’. Puedes matar, degollar, violar, ultrajar, y no pasa nada.

– Ui, si te oyeran hoy…

– Es verdad, Toni, tú lo sabes muy bien, y lo saben todos los titiriteros. El cómic también goza de este tipo de licencia, fíjate en los del Víbora, y en el mismo Makoki, repleto de salvajadas y no pasaba nada. Son formas de expresión que distorsionan la imaginación y la caricaturizan, cosa que no conseguía el Gran Guiñol de París, por ejemplo, cuyo realismo provocaba desmayos y ataques de epilepsia al público. Y cuando el cine se hace muy explícitamente cruel y salvaje, entra en lo pornográfico, es decir, sólo para público especializado y amante de las salvajadas.

– Sin embargo, tu siempre fuiste muy elegante en tus otros espectáculos.

– Claro, lo cortés no quita lo valiente, y la estética de lo noble siempre me fascinó.

– Aunque también es verdad que en Cuento de Madera sacaste ratas en el escenario.

– Es verdad, pero eran ratas de laboratorio, igual que las de cloaca pero de color blanco, pura aristocracia roedora.

– Regresando a la cachiporra, si rebobinamos un poco en la historia, se entiende que los Polichinelas europeos del siglo XIX tuvieran esta virulencia ácrata, como tú lo llamas, al ser reflejo de una época que no se andaba con remilgos: el capitalismo triunfante iba a por todas, y la expansión colonial de Europa conquistó el mundo sin ningún escrúpulo. Estos brotes de energía que chispeaban en los retablos de títeres no dejaban de ser más que simples reflejos de la fuerza desbordante de las nuevas clases burguesas que se impusieron al Antiguo Régimen con un ímpetu y un arrojo quizás sin paragón en la historia. Estos reflejos permitían al vulgo participar de las ‘grandes energías desatadas’ en dosis pequeñas y populares, comedidas y a risotadas, con el grito de la lengüeta como metáfora vibratoria del grito de guerra y de conquista de las élites europeas. De algún modo, eran un sucedáneo a modo de ‘píldoras de consuelo’ del anhelo libertario que hervía en la sociedad pero del que sólo se podían saciar unos pocos. Hoy, las cosas son muy distintas…

– No te creas, Toni. Me gusta esta descripción de los viejos Polichinelas como expresión de unas energías sociales que necesitaban encontrar sus cauces y sus modos de expresión. Pero yo diría que durante el siglo XX, las cosas han ido a más. Me refiero a las fuerzas desatadas y al poderío de las élites que mandan en el mundo. Al menos, desde donde me encuentro yo así lo veo. Fíjate en los excedentes de población que han sido sacrificados sin más cuando le ha convenido al capital, con las varias guerras mundiales y locales, que lo han llenado de muertos todo por ahí arriba. Aquí hay unas fuerzas desatadas muy poderosas, por no hablar de la bomba atómica y todas esas cosas. Claro que ahora no estoy demasiado al corriente, aunque intento leer La Vanguardia todos los días asomándome por algún bar con el correspondiente permiso, por supuesto, y algo sé de lo que se cuece por aquí abajo. Mira, la verdad es que aquí, en la sociedad de los muertos, andamos todos bastante preocupados. Me refiero a esta comedura de coco que son las nuevas tecnologías de la comunicación, los móviles y toda esta mandanga, que os tienen atrapados hasta el tuétano.

Pepe Otal.

– Vaya, Pepe, yo pensaba que ya te habías retirado…

– Sí y no. Déjame hablar y no me interrumpas. Un momento, que enciendo mi pipa… Pues, como te iba diciendo, por cierto, un pequeño secreto, no hay nada como fumar sin fumar, ya sabes, el tabaco sin tabaco entra por la imaginación y sabe divino… ¡Y sin toses! Hum… Bueno, pues lo que decía, estamos preocupados por una simple razón: si no espabiláis, puede llegar un momento en que todos los mortales, es decir, todos vosotros, los humanos, no seáis más que un rebaño en manos de cuatro espabilados que con sus máquinas pensantes de última generación, os pondrán en un brete y os harán pensar que vivís en el más feliz de los mundos.

– Sí, lo que Aldous Huxley dijo en El Mundo Feliz…

– Más o menos, no me interrumpas. Pero fíjate que a las máquinas se les escapó un detalle: pueden controlar a los vivos, parece que ya lo tienen claro y saben cómo hacerlo, pero, ¿cómo nos van a controlar a nosotros, los difuntos? Ah, amigo, aquí no alcanzan, ¿te das cuenta? Con nosotros no pueden, pues aunque se esfuercen mucho en dejar a los vivos bien mondados, sin pizca de vitalidad alguna, al morir, muchos se recuperan, especialmente los más humildes de los humanos, que de alguna manera mueren cómo nacieron, todos por desarrollar, con las facultades intactas. ¡Piensa que en Mercurio hay unas escuelas que te cagas, donde se aprenden unas matemáticas de muy alto nivel!

– Caramba, Pepe…

– Sí, lo que oyes. Entonces, aquí es donde está la paradoja de la nueva situación: si los vivos no responden, tendremos que ser los muertos, los que tengamos que intervenir, regresar de algún modo, aunque sea un regresar sin regresar, pues nuestro mundo es de esos que se ven pero no se ven, se alcanzan pero no se tocan, son y no son, y ¿qué máquina es capaz de controlar eso? No veas la pereza que me da, Toni, pero todo parece indicar que vamos por ahí…

– ¡Pepe, me dejas patitieso y admirado! Pero volviendo a los títeres, pues por fortuna o por desgracia no dejamos de ser eso, unos ‘pobres titiriteros’, como tú siempre decías, y teniendo en cuenta que escribo esta entrevista para una revista de títeres, Titeresante, que no llegaste a conocer…

– La sigo, la sigo, no te preocupes…

– ¡Genial! Pues como te decía, y volviendo a la cachiporra, ¿crees entonces que aún tiene actualidad un género que solía expresarse a base de garrotazos?

– Sí y no. Depende de cómo se haga, claro, como todo en este mundo y en el de más allá. Por un lado, déjame decirte que todo lo que sea romper con la estupidez adoctrinadora de los mandamases actuales del mundo, con sus nuevas industrias de la ilusión, será muy bien recibido en las alturas mortuorias, siempre pendientes de la evolución humana en positivo, como es de recibo. Pero déjame que te diga algo, aunque te suene a disparate: insistir con los títeres es hacernos a nosotros, los difuntos, un gran favor. Fíjate que desde siempre los estudiosos de la antropología del títere han relacionado las imágenes de la marioneta con los muertos y la muerte. De cajón, diría yo. Y conoces de sobra mi afición por este tema. Pero es que ahora la cosa es más urgente y necesaria que nunca: ¡necesitamos cuerpos donde poder figurarnos! La reencarnación funciona pero es lenta y sigue su propio desarrollo. En cambio, meternos en la piel de los títeres no nos cuesta nada y es inmediato. ¿Lo entiendes? Las marionetas son la mejor manera de invocarnos y permitir que podamos intervenir de algún modo, aunque sea muy indirectamente, en los asuntos del mundo. Y los mejores médiums y transmisores  siempre han sido los titiriteros. ¡Una urgencia como una catedral, Toni! ¡No lo olvides! No hay que desfallecer. Tú sigue con tu Titeresante, y los que se mueven por los escenarios, que lo sigan haciendo con sus muñecos, ya nosotros nos iremos incorporando sin molestar a nadie y sin que nadie se entere. ¡Pero los resultados están asegurados! ¿Lo entiendes Toni?…

Corto aquí la entrevista, para no alterar aún más la sangre y la cordura del lector, ante la gravedad de los mensajes recibidos desde el más allá de esta entrevista. Dejo al lector que emita sus propios juicios.