Publicamos estos dos primeros textos de la teatróloga cubana Yudd Favier, relacionados con dos de los espectáculos vistos en el Quiquiriquí, el Festival de Teatro de Títeres de Granada (ver aquí), que tuvo lugar del 29 de septiembre al 8 de octubre de 2017. Un testimonio, el de Yudd Favier, valiosísimo y de un gran interés para los títeres en España, donde se carece de esta figura del especialista en leer y diseccionar espectáculos que es la del ‘teatrólogo‘. Ciertamente es todo un lujo poder disponer de la larga experiencia y la afilada pluma de Yudd Favier, que nos ha prometido otros textos más sobre lo visto en el Quiquiriquí, un festival cuyos fecundos ecos se alargan en la distancia del tiempo.

Esto es lo que pasa… cuando alguien te golpea el corazón

Al salir de Charleville Mézières tenía sentimientos encontrados. En verdad me invadía cierto desasosiego, porque si bien había visto espectáculos buenos, diferentes en estilos y «novedosos»…no cargaba conmigo con ninguno memorable. Yo, cubana por primera vez en festival europeo, me sentía ingrata con el universo y hasta pensé que había perdido pasión o, dicho de manera menos dramática,   la capacidad de emocionarme.

Pues el maleficio se rompió cuando salí de un espectáculos de los que me  dejan con ganas de llorar-reír-elucubrar. Esos que me dejan sin ganas de hablar, a mí que soy una excesiva practicante del parloteo. Uno de los que se quedan para siempre en la memoria y que no quieres contar por inefables, porque no son para relatarlos, sino para llevarlos en el corazón.


Las tribulaciones de Virginia ocurren en un sótano o al menos ese fue su sitio genésico, el sótano de Los Hermanos Oligor (y definitivo nombre del grupo), pero somos  recibidos en una construcción en semicírculo donde la disposición del graderío también  formará parte del microcosmos del amor entre Virginia y Valentín. La historia del primer beso, el encuentro con la persona que, al parecer, estará contigo para toda la vida… Sin embargo, es también una historia en la que vemos a Virginia salir al balcón, cabalgando en su elefante azul, con destino al mar y su corazón roto, porque Valentín sueña con sirenas y ya no con ella. Y es la historia de un Valentín que la narra en primera persona, como si fuese un espectador inocente de la tragedia.

Los tiempos del narrador fluctúan entre pasado y presente, entre las reflexiones de un protagonista que a veces actúa como espectador distante del conflicto mientras otras veces se sumerge en su rol y en estas intermitencias subyace un recurso de extrañamiento que dinamiza el relato y nos hace oscilar por un universo de  variadas sensaciones. Igualmente existe un dueto contrastante entre el estilo intimista de narración del actor (susurrante,  pausado, siempre confidente) y  los mecanismos que articula (artesanales, primitivos y, por qué no, precarios) que se constituyen en poderosos recursos de distanciamiento de una  historia que nos conmueve y atrapa. Contrastante y efectivo.

La historia se nos cuenta en la intimidad de un espacio que nos acerca al actor: su verdad absoluta, el feeling que de él mana, las palabras entrecortadas, la pausa precisa, el suspense creado, no nos hacen dudar ni por un segundo de la veracidad de una fábula que se cuenta con autómatas construidos por los propios creadores del espectáculo. Se abusa del kitch, hay corazones por doquier, y ángeles, y sirenas, pero no importa porque hemos caído en la trampa y porque nos han hecho ver a Virginia tres veces lanzarse al mar, con la certeza de que no existe, entre juguetes, la posibilidad del melodrama. Asimismo subyace un tono cínico en la disposición circense de la aparición de los personajes, Virginia cabalga sobre el elefante azul y baila incluso sobre la nariz de Valentín, y este es un equilibrista que se mueve siempre sobre su monociclo, mientras los zapatos de dos tonos del actor también nos remontan a un tiempo otro.

Las tribulaciones de Virginia me han dieron ganas de salir a enamorarme; de besar, cual    Romaguera cubana, al primer granadino que se me hubiera cruzado en el camino y  ser felices para siempre. Pero también me habría gustado gritarle a Valentín: ¡Oye tú: me ca… en la ma… que te pa…! ¿Cómo se te ocurre abandonar así a Virginia?¿Cómo te permites desamar de forma tan rotunda a quien, por primera vez, golpeó tu corazón? También me habría gustado ser valiente y contar el momento exacto en que supe que se me había acabado la infancia.

Cuando salí del espectáculo tan solo quería estar con  mis pensamientos,  tan solo quería solazarme en mi  felicidad y mi silencio… Pero esto es lo que pasa… “cuando alguien te golpea el corazón”.

Yeung Fai: el hombre de las siete manos

Todas mis certezas hasta hoy con respecto al títere de guante – de funda o guiñol según se entienda- se han esfumado al salir de Teahouse.  Como precedente constatable  o  bien ha sido el títere sin piernas que suele caminar con diversas maneras y cadencias,  el pequeño patán de lengüeta chirriante o el gran parlador. En Latinoamérica es la figura pionera para emprender el viaje titiritesco, el primero al que se llega, el más cercano a la anatomía del manipulador. Los títeres de guante suelen ser muñecos capaces de mover principalmente la cabeza y sus dos manitas sin dedos… Pues no. Al salir de la función de Teahouse se han derrumbado mis limitaciones conceptuales, porque nada de lo consabido de esta técnica, es aplicable en las prodigiosas manos del animador chino Yeung Fai. Sus maniobras parten de un entrenamiento hecho por casi medio siglo, comenzado a los insólitos  cinco años de edad y que trae consigo, además, la herencia de cinco generaciones antecesoras al servicio de esta profesión.

Fue mi primer espectáculo visto en Granada en el Quiquiriquí, un festival titiritero all star -y no lo digo yo,  lo escuché de muchos titiriteros en Charleville Mézières cuando se enteraban de la curaduría certera de esta fiesta de formas y estilos. Pues, para  mí, ese jolgorio debutó con Teahouse (La casa del té) un espectáculo de postales chinas a cargo del grupo francés Le Pillieer des Anges & Theatre du Chemin Creux.


Los títeres de Fai mueven los ojos, la boca, los hombros, el trasero -casi siempre a modo insinuante y grotesco- los pies, ah sí, porque tienen piernas que suelen moverse al ritmo del cuerpo danzante. Los títeres de Fai abren y cierran abanicos; sirven el té desde una diminuta tetera hacia una taza, también minúscula y vemos caer el agua en sitio certero. Los títeres de Fai pelean entre sí con varas o con espadas. Los títeres de Fai  tocan el ku-chin y entre la sincronización entre el movimiento del personaje ejecutante  y la emisión sonora se logra transmitir el estado de impaciencia de la dama que espera. Los  títeres de Fai cambian su vestuario a la vista del público y sus duetos hacen giros simultáneos en el aire para regresar, precisos y erguidos, a las manos prodigiosas del que les da vida, manos que siendo un par se suponen multiplicadas.  Es un espectáculo cuya esencia descansa en el virtuosismo del titiritero y olvida, quizás por sobreentender que el asombro es suficiente, resortes imprescindibles para una puesta profesional a la altura de la habilidad de su protagonista.

Con una dramaturgia fragmentada en sketches típicos: recreación de una casa del té, peleas de sables, lanzas o varas en personajes de reminiscencias medievales, el  león que danza y cuyo icono también se desacraliza; dan la idea al espectador occidental de estar asistiendo a escenas tradicionales recurrentes. Sin embargo, se transita en el espectáculo por una cronología que avanza para abordar guerras más próximas, hace apuntes sobre un socialismo divergente y critica desde el kitch más básico nuevas maneras de comportamiento social que atentan contra las mismas tradiciones ilustradas. Toda esta información es ofrecida sin conexiones espectaculares que muestren unidad de dramaturgia, ni de diseño ni de concepción total…Todo el montaje se apuntala, repito, en cómo opera entre el auditorio el susurro de ayes, ohes y el embeleso que provoca el titiritero por su talento, pero como sumun total escénico suele, incluso, tener notables desavenencias tanto de estilo como de tesis total.

Si tuviera que escoger entre las disímiles escenas que conforman el montaje una preferida sería, sin dudas, aquella doméstica y particular donde una esposa molesta aguarda por la llegada de su beodo marido. Porque es una cadena de pródigos matices de acción que además de dominio técnico, demuestra suspicacia para componer situaciones y estados de ánimo logrados desde la selección exacta del gesto. Otros desempeños como los combates o el propio prólogo en la casa de té son una sumatoria de fabulosas pinceladas de destreza.

Justo esta mañana leía sobre la locomoción del títere «cada movimiento posee su centro de gravedad, y basta con controlar este centro dentro de la figura; los miembros que no son otra cosa que péndulos, siguen mecánicamente el movimiento por sí mismos, sin ninguna ayuda exterior» y pensé que esa frase respondía de cierto modo a mis cuestionamientos sobre la movilidad conjunta que logra Fai en un títere de guante, muchas veces me parecía que para hacer lo que él lograba se necesitaba al menos de siete manos;  pero la parábola de Kleist me mostraba que además del entrenamiento duro de este dador de vida, también subyace la localización del centro de gravedad del títere que permite una establecer una  dinámica en cadena para activar varios resortes simultáneos.

En fin, ver a Yeung Fai ejecutando su arte es un portento y un regalo invaluable para los sentidos. Tan solo queda desearle al maestro que las alianzas teatrales futuras le permitan habitar las mejores estancias posibles que con su arte bien merece.

 

 

 

Yudd Favier