Los ecos del Congreso de Unima Federación España en Oviedo se estiran en el tiempo y nos obligan a publicar este nuevo artículo dedicado a uno de los espectáculos vistos (el otro, El Baúl de los bufones del Teatro Strappato, de Italia, no tuve oportunidad de verlo) en la Antigua Pescadería de la ciudad, un precioso espacio situado en el centro histórico y reconvertido en lugar para actividades cultuales y exposiciones. De paso, comentaremos algunas singularidades de la ciudad de Oviedo, que acogió a los titiriteros con tanta exquisita hospitalidad.
‘En attendant Coco‘ de la compañía Le Loup Qui Zozote, de Francia
He aquí un ejemplo de cómo en el país vecino las compañías de marionetas han alcanzado unos altos niveles de calidad, con obras que tienen en su mayoría un claro denominador común: el de la ‘pièce bien faite’, es decir, obras de buenos e impecables acabados.
Con dirección de Damien Clenet e interpretación a cargo de Mathilde Chabot y Emmanuel Gaydon, ‘En attendant Coco’ es una obra que combina varios registros de técnicas titiriteras alrededor del clásico retablo el cual, sin embargo, aparece transgredido y relativizado gracias a una ágil dirección de escena que establece diferentes usos y espacios del mismo: una veces, al principio y al final especialmente, como boca abierta provista de telón, para títeres de mesa, con la particularidad de moverse como un barco; otras veces, mayormente a lo largo del espectáculo, como retablo tradicional que esconde al titiritero para que salgan arriba los títeres de guante.
Y es en esta especialidad del guante donde los dos titiriteros de Chauvigny -lugar en el que regentan un teatro estable- consiguen crear un estilo propio basado en el lenguaje tradicional de los títeres europeos de velocidad y que se apoya en la búsqueda de una máxima estilización. Los muñecos por un lado, con rostros de perfiles mínimos, de los que destaca la nariz que viene a ser una caricatura estilizada de las napias polichinescas, o el personaje de la ‘bella’, representada por la mano de la manipuladora vestida con un simple y elegante mini-guante de encaje, de modo que su expresión se reduce a significativos gestos de los dedos.
Estos personajes mínimos realizan acciones de persecución, de enredo, de ‘buenos y malos’, de amores interrumpidos, creando un sugerente juego coreográfico entre ellos. Pero quizás lo más interesante sea el uso que hacen del espacio, al convertir el móvil y complejo retablo en un lugar de sorpresas constantes, de divertidas intercomunicaciones interiores, de trampas que se abren y se cierran, sin que los mismos manipuladores desistan salir de vez en cuando, desvelando así al público algo de lo que ocurre detrás, con lo que relativizan en definitiva la separación tradicional del titiritero respecto al público.
La obra no pretende decir mucho ni tampoco explicar una historia determinada, sino que se contenta con el juego formal de la manipulación, las rutinas a cuatro manos con los títeres, así como un regodeo de tintes surrealistas en determinadas secuencias/ocurrencias, el gag titiritero y una originalidad formal que buscan la sorpresa del espectador.
Importante también es destacar el buen uso que hace la compañía de la música, ejecutada en directo con infinidad de pequeños instrumentos que buscan sonoridades exóticas, con predominio de la guitarra.
Un espectáculo, el presentado por ‘En attendant Coco‘, que gustó mucho al numeroso público de Oviedo que acudió a la Antigua Pescadería, el cual, gracias a la amabilidad de la compañía, pudo acercarse al escenario para ver de cerca los trucos y los títeres, y preguntar a los dos titiriteros los cómos y los qués de las secuencias y los trucos realizados.
Oviedo, ciudad de esculturas en la calle y en las iglesias
Siempre es útil e interesante, cuando se recorren ciudades que uno conoce poco o nada, dejarse sorprender y admirar por las maravillas que suelen esconderse en sus calles o edificios emblemáticos. Y como sucede en la mayoría de las ciudades históricas de España, es en las iglesias donde se encuentran muchas de las mejores y más interesantes obras de arte que despiertan nuestra admiración.
Mi paseo por Oviedo fue breve y hasta fugaz, diría, de modo que lo que sigue son simples apuntes pescados al vuelo que dejan entrever, sin embargo, riquezas y aspectos ocultos por descubrir.
Me metí por causalidad en la Parroquia de Santa María La Real de la Corte, situada cerca de la plaza Feijoo (Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, 1676-1764, figura destacada de la Primera Ilustración española), y tropecé con este interesante Cristo de un realismo patético y exacerbado del que no pude saber su procedencia. He aquí una imagen del mismo.
A tocar de esta Parroquia se halla la Catedral de Oviedo, edificio histórico que, como es propio en las catedrales, amontona una serie de estilos arquitectónicos que van del Románico, pasa por toda la historia del arte arquitectónico, y llega hasta el siglo XX, cuando se hicieron importantes restauraciones tras los destrozos de la Guerra Civil. De la Catedral, me quedo con varias imágenes de impacto.
Retablo Mayor de la Catedral de Oviedo.
De entrada, el inmenso Retablo dedicado a San Salvador situado en la Capilla Mayor detrás del altar, «obra de Giralte de Bruselas siendo finalizado en 1531 por Juan de Balmaseda y Miguel Bingeles. En la decoración pictórica intervienen León Picardo y en menor medida Alonso Berruguete. En sus 12 x 12 m se representan 24 escenas de la vida de Jesús» (cita de Wikipedia).
La riqueza de las imágenes que el visitante ve necesariamente a una cierta distancia es extraordinaria, como puede verse en las imágenes que adjuntamos.
La escultura de San Salvador que se encuentra a un lado de la nave central es otra de las imágenes de más impacto de la Catedral, sobre todo sabiendo que se la supone del siglo XI.
Igualmente la imagen de Santa Maria Magdalena, situada a una cierta altura y con una cruz en la mano que vuela sobre el visitante.
Uno de los puntos cruciales de la Catedral y yo diría que de la ciudad de Oviedo, es La Cámara Santa, catalogada como Patrimonio de la Humanidad, y que fue «construida por Alfonso II a comienzos del siglo IX cuando reconstruyó la iglesia de estilo prerrománico dedicada a San Salvador y que había sido erigida por Fruela I en el siglo VIII y posteriormente destruida por los musulmanes» (de nuevo Wikipedia dixit).
En ella se guardan desde el siglo IX los Tesoros y las Reliquias de la Catedral, traídas en gran parte de Toledo durante la invasión musulmana. Son el «Arca Santa (siglo XI), el Santo Sudario, reliquias de la Vera Cruz, el Cristo Nicodemus (siglo XII)» y otras.
Para los amantes de los objetos de memoria con significación histórica, este Santo Sudario está considerado como uno de los «más reales y verdaderos» por los creyentes entendidos, tanto o más que la famosa Síndone o Sábana Santa de Turín. Se lo puede ver protegido tras un cristal en un marco.
En la Cámara Santa destacan unas esculturas románicas que están consideradas como una de las obras cumbres de este periodo románico: son seis parejas de estatuas que forman un apostolado (los doce apóstoles) y que está situadas en las cuatro esquinas y una a cada lado en los muros a media distancia de las esquinas. Igualmente las bases y los capiteles de estas estatuas son de gran importancia escultórica.
Atención con el museo que se encuentra en el piso superior al claustro de la Catedral: las piezas de la colección de vírgenes y tallas de los siglos XII, XIII y XIV son impresionantes, de una belleza y de un interés que me recordaron las magníficas existentes en el Museo Marés de Barcelona. Lamentablemente no dejaban hacer fotografías y no he encontrado ninguna en la red.
Toca hablar ahora de las esculturas de bronce que se encuentran un poco por doquier paseando por las calles, las plazas y los parques de Oviedo. Una presencia que siempre es agradable, al constituir una modalidad de mobiliario urbano que escapa a la utilidad al uso y busca insertarse en el tejido imaginario de la ciudad, juntando historia, arte, literatura y figuración.
La Regenta, personaje de la famosa novela de Leopoldo Arias Clarín. Autor: Mauro Alvarez.
Estas estatuas de personas históricas o inventadas entran a formar parte así de un censo especial de habitantes, los que se ganan el derecho de pertenecer a la colectividad sin estar vivos, de cuerpo presente pero no carnal, sino figurativo y objetual.
Primer plano de La Regenta, con la Catedral al fondo.
Los hay un poco hoy en día por todas partes, como si las ciudades tuvieran necesidad de disponer de este tipo de ciudadanos que no votan ni opinan, pero que están e influyen a través de sus obras y sus ideas, desde los libros y los museos. Encontrarlos en la calle, casi siempre de medida real, los convierte en unos iconos amables y cercanos, aunque también es verdad que se hallan desprotegidos y a merced de las manos y las miradas de cualquiera que pase por su lado. Esto los convierte en figuras atractivas y patéticas a la vez. Antes a los personajes ilustres se los ponía en pedestales para que el vulgo no los alcanzara, a merced sólo de la lluvia y de las palomas. Hoy se las pone en un plano de igualdad ciudadana.
Un ejemplo de lo que digo es la estatua del poeta Antonio Ribeiro (1520-1591), apodado Chiado, y que ha dado nombre al barrio de Lisboa donde se encuentra. Se halla bien situada en un pedestal de unos dos metros de altura, de modo que nadie puede alcanzarlo (y por el mismo motivo, pocos son los que se fijan en ella). Desde aquella altura, reina en su plaza y se ríe de propios y extraños, es decir, tanto de los turistas como de los lisboetas. A su lado, otra estatua ha tenido menos suerte: la del poeta Fernando Pessoa, situada frente al Café Brasileira del que era asiduo concurrente. Al hallarse sentado a ras de suelo, junto a una mesa y con una silla vacía al lado, no hay turista que se resista a hacerse una foto posando junto a su figura. Le ponen el brazo al hombro del pobre Pessoa y le hablan al oído de tú a tú.
Estatua de Fernando Pessoa en el Chiado.
Interesante esta diferente manera de disponer de los personajes icónicos, a los que hoy consideramos iguales a nosotros, situados a la misma altura, del mismo rango. Una democratización a la baja de los méritos humanos, cuando las masas queremos apropiarnos de las singularidades para tenerlas cerca y que no se alejen demasiado de nosotros hacia las nubes de lo inalcanzable. En realidad, constituyen un mobiliario urbano para la promoción turística de la ciudad, en esta carrera de todas las urbes del mundo por atraer a más y más visitantes. ¿Criticable? No necesariamente. En todo caso, da color a las calles a modo de pliegues pluridimensionales al alcance de todos.
Adolfo Ayuso, Ángel Casado y Juanma Benito, posando con la escultura La Torera, del escultor Mauro Alvarez Fernández, en memoria de la fotógrafa Josefina Carril, que solía hacer fotografías en el Parque de San Francisco de Oviedo.