(La compañía Partículas Elementales, de Portugal, en Las Setas, Plaza de la Encarnación de Sevilla)

La 38 Feria Internacional del Títere de Sevilla (del 11 al 27 de mayo 2018) sigue su curso a través del calendario, desplegando los títulos programados para esta semana. Este cronista ha podido asistir a algunas de las representaciones -no todas al coincidir algunas en el mismo horario- con algunas gratas sorpresa de compañías veteranas algunas, nuevas otras.

‘Lost Dog… Perro perdido’, de Cal y Canto Teatro

Impactó este espectáculo de la joven compañía de Burgos ‘Cal y Canto Teatro’, joven pero ya con una larga experiencia y un intenso rodaje internacional de sus espectáculos.


Sorprendió al público el envoltorio de la obra: una especie de barraca o chabola construida con piezas de desecho y con un techo de uralita, levantada en La Alameda, versión pobre de lo que podría ser un teatro ambulante de títeres de los que contienen público y escenario. Sólo que aquí se busca un efecto improvisado y arrabalero, con puertas que cierran mal, bancos de diferentes alturas a modo de grada, un escenario oscuro como de teatro de marionetas, y unos actores de estética punki y callejera que te reciben con provocadora desfachatez.

Una presentación engañosa, pues a medida que la obra avanza tras levantarse y bajar el telón varias veces, uno percibe que se encuentra ante una sofisticada puesta en escena, sin improvisación alguna y cuidada hasta el último detalle, cuyo lenguaje cruza diferentes géneros, desde el cine, el teatro de objetos, el cómic, el de actor y las marionetas, bien hilado por una potente y perturbadora banda sonora, bastante subida de decibelios en los graves, todo ello impregnado de un desgarro estético arrabalero que en algunos momentos gusta asociarse al mundo del tango y de sus ambientes canallas de la noche.

Marcos Castro y Ana Ortega, quién se encarga también de la dirección, cosen el conjunto con la inteligencia de poner en escena lo mínimo imprescindible para que el espectador complete con la imaginación cada escena, jugando con la luz tenue, con una linterna o con los faros de coche que te deslumbran, pinceladas que van dibujando una narrativa sincopada, más propia de la novela negra y del cómic que de las habituales historias para títeres.

Preciosas las escenas de ‘piernas’, que adquieren una presencia superior a su tamaño y que explican más que si viéramos a la figura entera. Se observa la vida y el entorno desde la mirada del perro que protagoniza la obra, metáfora de los seres desvalidos de nuestras ‘ciudades sin corazón’, como se dice en algunos momentos de la obra. La dimensión de las emociones animales son las únicas que cuentan, las humanas brillan por su ausencia, no existen. Lo humano sólo se eleva a un metro del suelo, no da para más. Tal es la visión cruda y despiadada que nos muestra Cal y Canto.

El recorrido vital del protagonista es un viaje de pura supervivencia, vencer el hambre y el frío, con pequeñas secuencias de calor sentimental que dura lo que dura la noche. El perro es el último eslabón de la sociedad, una imagen que nos invita a mirarla como espejo, cumpliendo así su función teatral, para comprender que  en el fondo todos estamos en la misma condición, todos somos el último eslabón , por mucho que nos engañemos con las chucherías del consumo.

Menos mal que al acabar la obra, los actores abandonan sus papeles, saludan y sonríen. Sus sonrisas de agradecimiento nos devuelven la imagen que gustamos tener de nosotros mismos, esa máscara tan querida como odiada de infatuación y falsa modestia, y la experiencia del perro desvalido, en cuyos sinsabores nos hemos visto reflejados con tanta inquietud, queda en el desván de los malos sueños, una pesadilla que sin embargo no desaparece como las demás, pues por algo ha pasado en vivo por la conciencia.

Cal y Canto Teatro cumple así con la función catártica de lo que es el teatro de verdad: ese espejo cóncavo que nos muestra aquello que el día a día no nos enseña. Un trabajo excelente y un afanoso recorrer los nuevos rumbos del futuro que nos tiene reservado el vetusto teatro de marionetas.

‘Los Músicos de Bremen’, de Teatro La Estrella 

Fue un placer asistir a la representación de ‘Los Músicos de Bremen’ de la histórica compañía La Estrella de Valencia, fundada por Maite Miralles y Gabi Fariza, y que en Sevilla fue  servida en su actuación en el Parque del Alarmillo, por la misma Maite Miralles y su hijo David Fariza.

Fotografia de Tomás Pombero.

Y lo que pudimos ver en el escenario ventoso y a cielo abierto del parque sevillano, fue la extraordinaria prodigalidad  de facultades desplegada por los dos intérpretes, con una espléndida Maite Miralles, que parece encontrarse en el zénit de su carrera artística, tal fue el despliegue de oficio, ingenio e inteligencia escénica del que hizo gala.

Una obra que combina el juego de máscaras con los títeres y el clown, en esta línea tan propia y personal de La Estrella, donde se combina el humor fino y grueso con la interpelación constante del público, de modo que éste nunca queda desasido.

Fotografia de Tomás Pombero.

Cambios súbitos de personaje, en una especie de ‘fregolismo’ muy bien resuelto, que cambia de rostro y personalidad con el uso de la máscara y con el apoyo de una mímica de lo más eficaz. El ritmo es trepidante, las voces impecables, los títeres hermosos y funcionales, y hay un trato a los niños que también busca atrapar a los mayores, con dobles juegos de palabras y una constante auto-observación irónica que sabe utilizar el teatro dentro del teatro.

En cuanto a la historia, La Estrella no se contenta con un argumento fácil sino que da vueltas al tema de los Músicos de Bremen, una obra de rabiosa actualidad que hace referencia a la necesidad forzosa de migrar y al mal recibimiento que sufren. Se cambia la casa de los bandidos por la casa de unos cochinillos, con lo que se introduce el elemento disparatado de los cerditos en la historia, del que los titiriteros valencianos le sacan un gran provecho.


Se nota la experiencia  y el enorme oficio de La Estrella en la labor de contar historias, siempre con humor y ocurrente ingenio. El público, entregado, aplaudió a los actores que supieron lidiar con el viento sin que nadie lo notara.

‘El nabo gigante’ de Partículas Elementales

De Portugal vino a Sevilla la reconocida compañía del norte lusitano, Partículas Elementales, con un título que resultó un bombón delicioso para el público asistente, situado en improvisados tapices al suelo, en la parte superior de Las Setas, en la Plaza de la Encarnación de Sevilla.

Fotografia de Tomás Pombero.

‘El nabo gigante’ es un cuento popular ruso recogido por Tolstoi en el que se ensalza el trabajo en equipo y la importancia de los más pequeños, aún en casos de difícil resolución. En realidad, podría tratarse de un ‘cuento matemático’, que nos indica la importancia que tiene el peso de lo pequeño para alcanzar el punto crítico que permite inclinar la balanza hacia el otro lado.

Pero lo importante del espectáculo, como ocurre siempre en los teatros de marionetas, es más el ‘cómo’ que el ‘qué’. Cómo Carlos Silva, único intérprete de la obra, consigue meternos en el micro-mundo de una familia de campesinos compuesta por marido y mujer, un perro, un burro, el campo que cultiva y un ratoncito díscolo que aparentemente les hace la vida imposible. Y lo hace mediante una sencilla escenografía funcional, unos muñecos mínimos divertidos y bien resueltos en sus movimientos, una manipulación precisa, muy rítmica, que siempre va al grano y no se entretiene en lo superfluo, y unas voces de impecable ejecución. Y lo más difícil todavía, hacer que el público que no sabe portugués siguiera la obra de principio a din, atado siempre a la obra, con la simple ayuda de unas pocas palabras en español.

Tomás Pombero y otros titiriteros frente a los títeres de Particulas Elementales.

Denota Carlos Silva una larga experiencia que le permite manipular los pequeños títeres e ir desplegando la historia como si no hiciera nada, con sencillez y humilde presencia, y sin que nunca desfallezca el ritmo y la acción. Una presencia que transmite confianza y que consigue  una comunicación fluida con los niños y los adultos.

Al acabar la función, tras los aplausos enardecidos del respetable, los espectadores más pequeños corrieron al escenario para ver de cerca y tocar la escenografía y los atractivos títeres, que parecían tener más vida que los humanos que estábamos a su alrededor.

Lisa Bencivenni y su retablo de Pulcinella

Sin estar en el programa del Festival, se encuentra desde hace unos meses en Sevilla una joven titiritera llegada de Nápoles -aunque ella es de Florencia- que practica en el día a día de las calles de la ciudad su Pulcinella.

Lisa Bencivenni montando su retablillo. Foto de Tomás Pombero.

Sabido es que en la tradición titiritera europea y mediterránea, este personaje goza de un status importante, un prestigio que le han dado sus últimos y actuales maestros, que intentan asegurar la supervivencia del personaje a través de cursos y aprendizajes de uno de los oficios más viejos de nuestra cultura popular.

Lisa Bencivenni sufrió el hechizo pulcinellesco bajo el influjo de Bruno Leone y Salvatore Gatto, los dos grandes maestros de Nápoles, y con sus títeres a cuestas, llegó a Sevilla donde vive desde hace unos meses atrapada por el hechizo, urbano en este caso, de la ciudad del Guadalquivir.


Al acabar la cena de ayer, le pedimos que montara su pequeño retablo en una placita cerca de La Alameda, y allí pudimos ver en acción a sus pequeños diablos de madera. Diablos pues al ser de noche y por la acción trepidante a la que sometió a sus personajes, Pulcinella, el perro, la muerte y el amigo del héroe que siempre recibe los palos, parecían verdaderos diablos surgidos de la noche italiana.

Bencivennui demostró disponer de una muy buena figura, de rasgos valientes y decididos, y de una vocación titiritera a prueba de bombas, al llevar su teatrillo a distintos parques y emplazamientos adecuados a su arte para pasar en ellos el sombrero. En la función que hizo para los amigos del festival, fue bonito verla montar su improvisado y sensible retablo, imagen de una fragilidad que conquistó la atención y el corazón de los espectadores, una mezcla de poesía y sabia tozudez muy propicia para el arte de los títeres pequeños que se hacen en la calle.


Un Pulcinella clásico que la florentina partenopense está moldeando a su manera, con profusión de pequeños detalles en la manipulación aún en estado de búsqueda, y que auguran un desarrollo de tipo intimista del personaje. Una vía muy acorde tanto con el retablo como con su presencia detrás del mismo. Una línea de trabajo que más que buscar los juegos artificiosos del virtuosismo manipulador, parece inclinarse por el micro-movimiento de una atención detallista de las emociones y los sentimientos. Habrá que seguir sus pasos.