Que la vigésima edición del Festival de Marionetas de Mallorca inaugurara con el espectáculo Lumínic de la compañía Besllum con el grupo de rock zYp habrá sido una declaración de intenciones. O, por lo menos, una manera de señalar el perfil de la convocatoria de este año. El interés por ir más allá del espectáculo figurativo, la sugestión de las sombras y las posibilidades dramatúrgicas de los sonidos son ingredientes comunes de los trabajos que hemos visto en este arranque del festival. Y no sólo eso: con este tipo de montajes, queda clara la voluntad del festival de afiliarse a la evolución europea del teatro de títeres.
Ya hablamos de Lumínic en otro artículo: en efecto, la combinación con zYp —demasiado recientemente— ha supuesto una adaptación de la propuesta a nuevos ritmos y a una nueva textura sonora, que se ha traducido en una pérdida de matices en el campo visual. Nada que no se pueda solucionar con un poco más de tiempo. Sin embargo, la propuesta mantiene intacto todo su sentido: convertir elementos del (pequeño) paisaje cotidiano en (grandes) seres de los que sólo podemos percibir sus pulsiones vitales, el trazo, los latidos, el movimiento … la danza. Éste es el corazón de la dramaturgia: la musicalidad, la analogía, la elipsis. Recursos, en definitiva, para forzar al espectador a hacer una lectura puramente poética.
Gost, la Mercè
Con este título, Jordina Biosca, Sylvia Kuchinow y Anna Subirana presentaron ayer en Palma su espectáculo de homenaje a la sombrista del Penedès, desaparecida a principios de 2015. La relación personal y profesional que Mercè Gost tuvo con cada una de las actrices de la compañía están presentes en este montaje. Hay notas del espectáculo Tránsfugas, de La Cónica/Lacònica; algunas también de su último trabajo, Bajo mínimos, y de la relación con el vino; una representación de los materiales que utilizaba en escena: cartones perforados, cristales, jarrones, copas y los reflejos que producen, los plásticos de protección de las construcciones, las texturas de ramas y hierbas.
La presencia de la palabra en este espectáculo —una Jordina Biosca un poco demasiado enfática para mi gusto; todo es cuestión de gustos— intenta mantener el equilibrio entre la sugestión de un cuento sobre la ambigüedad, con un recurrente «nunca se sabe» como única moral de la historia, y una narración bien estructurada capaz de articular la dramaturgia. Lo hace a medias, ya que la puesta en escena del universo Gost se sostiene también, y de una forma muy sólida, en textos dispersos: desde el Elogio de la sombra de Tanizaki a Las personas curvas de Lizano, haciendo un viaje por canciones-poema —quizás algo elementales— como Teresa de Ovidi Montllor (versionado como Mercè), Les feuilles mortes de Yves Montand o Volare de Domenico Modugno. Con todo, lo que resulta realmente interesante y que compacta toda la parte vocal del espectáculo, es el uso de la voz y del cuerpo de las actrices como instrumento, los juegos sonoros arbitrarios, las armonizaciones corales que acompañan tanto las narraciones y canciones como las proyecciones y que unen los elementos dispares puestos en escena en un todo sugerente, cuyo código no es ni el de la narración ni el de la música, sino muy coherentemente el de las sombras.
La metamorfosis
La sala pequeña del Teatre Principal de Palma fue el escenario de la propuesta de los valencianos La Panda de Yolanda basada en La metamorfosis de Franz Kafka. El espectáculo parte de una idea ambiciosa: poner en escena el relato del escritor checo sin que aparezca en ningún momento su protagonista, Gregor Samsa.
Y así lo hacen. Toda la obra es una escenificación de lo que rodea a Gregor Samsa: lo llaman, reproducen su voz y su imposibilidad de comunicarse; aparece su familia, su entorno social es representado mediante títeres de mesa; a lo sumo, la titiritera y bailarina Mercè Tienda pone su cuerpo para reproducir el gesto, el movimiento convulso del alma de Gregor. Y así, con estos elementos, conjugan una historia de aislamiento y miedo, de soledad y desprecio.
El Gregor de La Panda de Yolanda no es un escarabajo, sino un ser que sólo puede llegar a nosotros explicado por muñecos, por el lenguaje de la danza y por luces y sombras. En este sentido, es un acierto que David Duran, Àngel Fígols y Mercè Tienda hayan decidido renunciar a la palabra para explicar lo que, por otra parte, sólo existe por escrito. No es que hayan renunciado a ella, sino que la han desfigurado: el texto, la palabra clara, plena, comprensible, se convierte en esta Metamorfosis en una serie de sonidos articulados pero sin sentido, que sin embargo aportan significación mediante lo que si acaso sugiere su sonoridad (¿angustia?, ¿incomprensión?, ¿ridículo?, ¿rechazo?).
También es cierto que, entre los espectadores, hubo quien encontró el montaje un poco largo, la dramaturgia algo caótica. Puede que tengan algo de razón, a pesar de la cohesión de las varias ideas que componen este montaje.