(Gabi Fariza y Maite Miralles en Espanis-Circus.)
Hablar del Teatro La Estrella, la compañía creada en los años 80 por Gabriel Fariza (más conocido como Gabi) y Maite Miralles, es hablar de una de las compañías españolas más longevas e importantes y, a la vez, de una de las más desconocidas. Ocurre con ella lo de los icebergs: todos conocemos las puntas que sobresales en el medio titiritero del país de lo que llamamos La Estrella, pero pocos saben las dimensiones de todo lo que se oculta debajo y detrás de esta imagen. Algo quizás común a tantos casos de abnegados practicantes de las artes consideradas modestas, como son los títeres, pero que en el caso de La Estrella sorprende e impacta ante el tamaño y el empaque de lo que se acumula y se esconde en el trasiego de los años.
Gabi Fariza y Maite Miralles frente al Teatro La Petxina, Valencia.
Una constatación que atañe a la realidad objetiva de lo que hoy es La Estrella: dos salas a pleno rendimiento en Valencia, la Cabañal y la Petxina, otra sala en la Masía Peña la Graja, en el puerto de Gúdar, y una casa museo en la localidad de Benassal (en el Alto Maestrazgo) dedicada a las pinturas de Teresita Pascual (madre de Maite Miralles) y de la misma Maite, y al trabajo con las marionetas del Teatro La Estrella. Por otra parte, la compañía ha reunido un repertorio de más de veinte espectáculos en activo (una obsesión de Gabi) y es también la productora de una serie de películas de animación creadas por Simón Fariza, uno de los dos hijos de Maite y Gabi, con dirección de arte de Maite Miralles (ver aquí)
Para entender esta realidad, así como el impresionante trabajo desplegado a lo largo de los años, con luchas y empecinamientos algunos de los cuales cabe considerar de épicos -no otra cosa es la batalla que mantuvo La Estrella contra los planes del Ayuntamiento de Rita Barberá en Valencia para salvar el barrio del Cabañal de las garras de los especuladores y preservar así su teatro-, para entender todo ello hay que remontarse a los orígenes y ver las bases sobre las que despegó semejante energía.
Un hijo de Guardia Civil deviene actor de Los Goliardos y Tábano.
Saltar de una infancia y adolescencia pasadas en las distintas casas-cuartel de la Guardia Civil donde sirvió su padre, a dos de las más importantes plataformas teatrales que impulsaron el cambio de la España franquista a la democrática en los años 70 y 80, como son las compañías Los Goliardos y Tábano, dos de los nombres más sobresalientes del Teatro Independiente de la época, denota ya de entrada un carácter audaz por no decir temerario del joven Gabriel Fariza, capaz de pasar del blanco al negro, de asaltar los cielos y de cambiar el destino que te ha tocado en suerte.
Gabriel Fariza en el año 1951 con sus padres, delante de una carreta de feriante.
En realidad, este subirse al lomo del cambio histórico en España, realizando en lo individual lo que el país alzó en lo colectivo, explica este estado de gracia de quién ha sido tocado por ‘la varita mágica’ del Espíritu del Tiempo: la energía que impulsó a la sociedad a saltar de una época a otra, se encarnó literalmente en la personalidad del joven Fariza, como en el de tantos jóvenes del momento, catapultándolo a unos destinos que iban más allá de él mismo, de lo sensato y de lo predecible.
La afición de Gabi por los caballos de feria viene de lejos.
Vale la pena leer el libro que justo estos días se acaba de presentar en Valencia, en el que Gabi Fariza hace un repaso de su vida en una preciosa autobiografía que se lee como si el mismo autor-actor te la estuviera explicando a viva voz.
Portada del libro de Gabi Fariza, editado por la Fundación AISGE, de Madrid.
Yo la leí de un tirón, en el mismo tren que me llevó de vuelta de Valencia a Barcelona, tras pasar unos días inmerso en el mundo de La Estrella. Un libro imprescindible para entender una época y a unos artistas que encarnaron en España la transición al mundo de hoy.
Programa de ‘La Boda de los Pequeños Burgueses’, de Los Goliardos. Con Santiago Ramos, Chari Urricelqui, Cristian Casares, Gabriel Fariza, José M. LaComa y Laly Salas de espaldas.
Una vida, la de Fariza, que podría encajar en los relatos de aventuras de los tiempos cervantinos, de la novela picaresca, de las novelas de vida del XIX o del espíritu valle-inclanesco que exalta la mirada cóncava y la épica del exceso. De todo ello hay en el relato del titiritero-payaso o del payaso-titiritero Gabi.
Actores y actrices contentos en un cursillo con Atahualpa del Cioppo, un sabio teatrero y humanista. Foto de Carlos Sanchez.
Muy interesante me pareció el paso de la condición de actor que se ofrece al mercado teatral de compañías, cine, televisión y publicidad, a la del titiritero que se basta por sí mismo, sin necesidad de contratar a nadie ni de depender de otros: una autonomía teatral que permite aunar individualmente vida y trabajo. Creo que pesa aquí su infancia desarraigada, en la que su familia iba saltando de localidad en localidad en la España profunda de los años 50 y 60, viviendo en las entonces míseras casas-cuartel de la Guardia Civil, por Extremadura y León, donde el orgullo y la honradez de los servidores de la ley se conjugaban con una austeridad radical reflejo de la pobreza del país. Una obsesión de Gabi Fariza ha sido enraizarse, sentar sus casas-cuartel teatrales fijas y estables, lo que explica su huída de Madrid a Valencia, y los teatros y las estructuras de producción que tiene en activo.
CapodiMonti, personaje del Circo Malvarrosa.
El paso de Gabi en las citadas compañías históricas de Madrid es fundamental para entender su pensamiento ácrata y sus puntos de partida estéticos. Lo explica muy bien en su autobiografía. Pero quizás lo más importante haya sido el descubrimiento de una posibilidad de ser otro que le otorgó un papel de payaso en Tábano, el de Trampolino, que acabaría siendo el Bombalino con el que se ha identificado en todos estos años de carrera. La nariz de payaso fue la máscara minimalista que liberó al Fariza otro, al niño juguetón y gamberro capaz de decir ante el público tantas burradas como verdades se le antojara. Y es en el espejo de esta otredad del payaso donde aparecen primero los juguetes y luego las marionetas, alteridades físicas y autónomas que le permiten explicar historias, cuentos, armar dramas y lanzarse a las aventuras del teatro y de la autoría propia.
Un joven Gabiel Fariza en La Cometa Blanca – Perico de los palotes, TVE. Primer programa de ‘La cometa blanca’, programa infantil y juvenil compuesto de sketches, dibujos animados, actuaciones de artistas y espacios educativos y divulgativos. 20 abril de 1981
Sin embargo, hay que recurrir aquí, como suele pasar en tantas ocasiones, al tópico: chercher la femme. En efecto, la carrera de Gabi Fariza se acomodó a esta alianza entre vida y teatro cuando conoció a Maire Miralles.
La artista Maite Miralles.
Maite Miralles, hija de la importante pintora de Benassal Teresita Pascual (gran amiga del lingüista Carles Salvador, artífice del valenciano moderno, a quién ilustró sus libros), estudió Bellas Artes en Valencia y ya de muy joven se convirtió en pintora de éxito, de las que exponen en galerías de peso y venden.
Hay que ver sus cuadros para entenderlo y darse cuenta de la fuerza y la originalidad que insuflan aquellas pinturas, que enlazaban con el espíritu de una época que buscaba cambios y miraba la realidad con ojos críticos. Sus pinturas nos hablan de la decadencia de una sociedad decrépita y de una burguesía de vitalidades anquilosadas. Pero lo hace con un exquisito dominio del color y de la composición que junta el ojo expresionista con el deseo de trabajar la materialidad pictórica, con un afán de trascender el argumento y de buscar otras líneas de fuga en el cuadro.
Pintura de Maite Miralles. El Molino de Barcelona.
Una carrera que la llevó de Valencia a Madrid, en unos años en los que tanto la artista como la capital vivieron una tremenda explosión de creatividad. Sin embargo, las inquietudes de la época y las ganas de cambiar el país hacia direcciones opuestas a las derechas dominantes, la llevan a cuestionarse el mercado del arte, siempre en manos de los poderosos. ¿Para qué tanto esfuerzo en unos cuadros que acaban en los salones de los burgueses que pueden comprarlos? Dudas propias de los artistas que vivieron aquella época de cambios radicales de vida.
Pintura de Maite Miralles. Autoretrato.
Interviene aquí el azar, que propició el fortuito encuentro con alguien situado fuera de los esquemas mercantiles del orden: el titiritero-payaso que vive solo y trabaja como solista en el Retiro, vendiendo sus juguetes que hace él mismo substituyendo la labor del charlatán por la del cómico que se las inventa para rasgar los velos de la realidad y ofrecer al público otras posibilidades de ser.
Figuras y decorados del Circo Malvarrosa.
Surge aquí un abanico de posibilidades infinitas: creación plástica, venta directa a un público popular, libertad total para imaginar tramas, argumentos, realidades, dicho en otras palabras: un camino en el que Vida y Arte se encuentran y conviven. He aquí la fórmula alquímica tanto tiempo buscada, una fórmula mágica que sirvió a tantos artistas de la época para lanzarse a la aventura de una vida de arte o de un arte de la vida.
Maite Miralles en el Teatro La Petxina.
Este es el origen de la Estrella, un nudo de confluencias entre dos contumaces artistas de la diferencia, el uno cómico y payaso, la otra artista de formación clásica y práctica moderna, que realizan un pacto de vida que todavía dura, uno de esos pactos que han tenido por padrinos las realidades arquetípicas de la España de los años 50 cuando vivieron su dramática transformación hacia el futuro que es hoy.
Nace la Estrella.
Los años y la práctica configuran unos modos de acción y de vida que poco a poco establecen las bases de lo que será el Teatro La Estrella. Al principio, Gabi se las apaña solo, y dispara su carrera con la creación del Circo de Malvarrosa, ya con la aportación plástica de Maite Miralles, estrenado en 1983, uno de sus éxitos más importantes, que le abrió las puertas de los más importantes festivales del país.
El Retiro sigue siendo su lugar preferente, donde tiene a un público fiel que le sigue, le aplaude y le financia con generosidad, y a su vez es su oficina y agencia de colocación: de allí surgen contratos, y los bolos están cada vez mejor pagados. Con los juguetes y otros muñecos crea un circo de los milagros y los esperpentos, que exige un enorme derroche de energía del actor-titiritero solista, y que seduce a un público ansioso de novedades.
Actuación en la calle con ‘Jugo de Juguetes’.
Habrá que hacer un día una historia detallada de lo que fue el Retiro en los años 70 y 80, un lugar de paso y de asentamiento, con profusión de nombres importantes que se iniciaron en los jardines y las avenidas del gran parque madrileño. Gabriel Fariza y Pablo Vergne podrían hablar mucho de aquellos años. Con la figura inefable e imprescindible de Paco Porras incrustada en su Teatrillo Estable del Retiro.
Volvamos a Gabi Fariza. En el Circo Malvarrosa se cultiva la estética ingenua del muñeco con el gusto cómico por el exceso, que el actor, con su nariz de payaso y el nombre de Bombalino, sabe llevar a sus límites. La mano invisible de Maire Miralles permite que luzcan en el escenario atractivos decorados y el conjunto se llena de colores llenos de vida y movimiento.
CIRCO MALVARROSA (Teaser) Cía Teatro la Estrella from Teatro la Estrella on Vimeo.
La familiaridad con el mundo del espectáculo da confianza a la pintora Miralles y un día decide ponerse ella también la nariz de payaso y atreverse a ser otra en el escenario. Nace el dúo Bombalino y Cuchufleta, dos payasos de peseta.
Los títulos se suceden: Animal Circus, Bombalino en camionet, Cenicienta en el circo, El médico a palos de Molière, el viaje submarino de Cuchufleta y Bombalino,… La energía y la imaginación de la pareja es inagotable y se dispara. Nace un día lo que podríamos llamar una de las cumbres de la incorrección teatral en España, Espanis Circus, un espectáculo que vi en su día en Santiago de Compostela y cuyo atrevimiento y genial desparpajo me impactó profundamente. Una obra que sin embargo, ya bien entrados en los noventa, suena a exceso en la España post-olímpica que empieza a querer mirarse en el espejo de la modernidad: a pesar de su genialidad, es criticada, demasiada atrevida, sus excesos no son comprendidos, el humor del país empieza a derivar hacia los cánones de corrección que nos llevarán pronto a la mojigatería actual, en la que incluso la cachiporra está mal vista y debe ser dulcificada o simplemente eliminada.
Espectáculo ‘El mundo de Gulliver’
La Estrella, nacida del ímpetu frenético de la transición democrática, surgida de las realidades más oscuras y dramáticas de la España franquista, lanzada a ir más allá de cualquier orden y disciplina, deberá adaptarse a las nuevas circunstancias. La salva su sentido estricto de la realidad: las ansias de enraizarse y de ser libres con un teatro propio, lanza a La Estrella hacia nuevos retos y aventuras. Nace la épica de los teatros. Un capítulo de esfuerzos titánicos que dejamos para el próximo artículo.