(Rhoda López y Remo Di Filippo. Foto de Jesús Atienza)
Terminamos con esta tercera crónica el repaso de lo que pudimos ver durante la cuarta edición del Festival Mó de Marionetas de Oeiras- Un evento de pequeñas dimensiones que sin embargo reúne algunos de los elementos principales para que un festival de marionetas alcance la suficiente densidad cualitativa capaz de interesar a los amantes y especialistas en esta materia: buena presencia internacional, una organización que mima tanto al público como a los artistas, un buen alojamiento para estos últimos, y un ambiente de convivencia y de encuentros alrededor de las representaciones, de los espectáculos de calle y especialmente en las comidas. También el hecho de que Oeiras sea una población pequeña, en la que todo puede hacerse a pie y los lugares están a tiro de pistola, facilita este espíritu de contubernio y cohabitación, que a la larga suele dar tantos frutos.
Hablaremos en esta crónica de la compañía Di Filippo Marionetti, italo-australiana, de Théâtre Magnétic, de Bruselas, Bélgica, y de Bufos Theatre, de Grecia.
‘Por un hilo’, de Di Filipo Marionetti.
Da gusto ver en sucesivas ocasiones a esta entrañable compañía italiano-australiana para apreciar cómo mejora en el tiempo, puliendo un espectáculo en el que sus dos protagonistas, ambos manipuladores de marioneta de hilo, se entregan a fondo, no sólo en la técnica sino sobre todo en lo humano.
Remo Di Filippo aprendió el arte del hilo en Barcelona, en la bien conocida Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal, este lugar ya mítico de Barcelona donde vivió, trabajó y enseñó el iconoclasta maestro de Albacete Otal. No llegó a conocerle, según creo, pero sí se empapó del ambiente y del arte que rezuman sus paredes a través de los que allí enseñan y enseñaban entonces a construir marionetas. Allí levantó la mitad de lo que le permitiría convertirse en el artista que es hoy. La otra mitad la encontró en Australia, cuando se asoció con Rhoda López, australiana de origen filipino, una feliz conjunción en los siempre misteriosos dominios del arte y del amor.
Así nació la compañía, cuyo espectáculo, Colgando de un Hilo, ha conseguido juntar todos estos elementos de conjunción en una perfecta síntesis visual en la que técnica, arte, calle y vida han logrado fundirse. Es bonito y emocionante ver cómo sin pudor alguno, los dos artistas despliegan con limpieza y sin tapujos sus cartas sobre la mesa del escenario, y consiguen que del magnetismo de ambos artistas en su relación a través de los hilos de las marionetas, emerja una corriente de energía que envuelve y atrapa a los espectadores, que se ven de este modo misterioso elevados a las cimas de lo que es un buen espectáculo de marionetas, en el que todo sube, baja, vuela y transcurre con exaltante felicidad.
Y aunque algunos de los números sean más individuales o solistas que otros, en todos ellos ambos artistas se suman a la causa de la empatía hacia el público, especialmente Rhoda López, que además de titiritera es cantante y bailarina, cuyo entregado entusiasmo contagia de principio a fin el espectáculo. Quizás sea el número de la bicicleta el que mejor resume y explica este doble componente participativo: mientras Remo Di Filippo se enfrenta al desafío técnico del ciclista que se mueve por hilos, Rhoda López viste el número con una acción envolvente que lo transforma y lo hace cada vez más y más difícil.
Difícil pero una de las consecuencias de esta conjunción a dos es que la dificultad técnica del hilo, una barrera que a veces se instala en los escenarios, desaparezca como por arte de magia. Todo parece la mar de fácil, aún sabiendo el público lo complicado que es el hilo, logrando de este modo una afortunada ambigüedad que se manifiesta no con dramatismo sino con los sentimientos de la alegría y de la felicidad.
No sé si los espectadores vieron lo mismo que yo, pero en todo caso sí lo sintieron. El último número de la marioneta Gino, de la que sabemos que fue la primera construida por Remo, resume y explicita este carácter de testimonio vital del espectáculo, al convertirse en el punto de unión proyectiva de ambos artistas.
El espectáculo, elevado por este contagio de la energía y el entusiasmo envolventes de ambos artistas, arrebata a los espectadores, que se deshacen en aplausos cuando llegan los saludos. ¡Bravo!
Os 3 porquinhos, de Théâtre Magnétic.
Impactó al público de Oeiras, grandes y chicos, esta corrosiva versión del cuento tradicional de Los Tres Cerditos, que presentó el actor titiritero Bernard Boudru en varios escenarios de Oeiras, pues actuó en la calle frente a la Iglesia, en una placita junto al bar restaurante Chá da Barra y, el último día, antes de la entrega de premios, en el patio interior de dicho establecimiento.
Corrosiva e hilarante, al ofrecerse Boudru como espejo de lo que somos la mayoría de los mortales que habitamos en estos tiempos urbanos de la modernidad: verdaderos lobos famélicos y glotones ansiosos de comernos todo lo que se nos pone delante. Pues tal es el papel que encarna el titiritero, el del verdadero lobo que hay detrás de la historia, el depredador humano en que nos hemos convertido.
No por ello deja de explicar la historia según establecen los cánones de la actual literatura infantil, que endulza las viejas historias truculentas y les saca todo su arcaico jugo arquetípico y revelador. Y es el contraste entre el manso, tierno y sumiso cuento para mamás modernas y el lobo que se esconde tras la máscara del contador, lo que atrapa a los niños y mayores del público, que se parten de la risa al ver la distancia que hay entre los inocuos muñecos de los cerditos, alegres piezas de porcelana, o el mismo lobo de peluche que se mueve mansamente al darle cuerda, y el contador real de la historia, que no puede ocultar sus inclinaciones depredadoras y asesinas, provisto de la crueldad de los tiempos modernos que no duda en matar para conseguir sus objetivos.
Bernard Boudru borda su interpretación de loco y excéntrico contador de cuentos, cargado de esta excitación tan de nuestros tiempos, fruto de los conflictos interiores entre las buenas palabras y sus buenas intenciones, y el acoso implacable de los relojes y de la competitividad arrolladora. Una combustión a vapor que parece explotar en su cerebro, inundando de violencia las distintas secuencias del cuento y sus episodios inocuos, que muestran sus arteras mañas en una delirante reducción al absurdo de la historia.
Un espectáculo que debería ser de visión obligada en las escuelas de hoy en día, ante la necesidad terapéutica de neutralizar el embobamiento de nuestros cachorros a los que se les quiere ocultar el mundo tal como es, restándoles la capacidad de verlo con ojos propios y críticos. En este sentido, la obra de Boudru es un modo de rasgar los velos de la realidad para mostrar una visión más veraz de la misma.
Así lo pareció entender el público, que aplaudió a rabiar la labor del artista belga.
Jovan, de Bufos Theatre.
De Grecia llegó esta pequeña joya a cargo de las dos titiriteras Anneta Stefanopoulou y Lita Aslanoglou, un espectráculo que se fraguó en la calle y que pudimos ver también en la calle en Oeiras, frente a la Iglesia Matriz de la localidad.
En la obra, un viejo se encuentra sólo en su casa y se prepara un café a la manera antigua: carga la cazoleta y la pone sobre el fuego. Intenta poner en marcha una vieja radio, difícil pues se nota que el aparato se sostiene por los pelos, pero por fin consigue sintonizar lo que buscaba: una música griega antigua que suena de un disco quizás de los años 30 o antes. Música melancólica que despierta los viejos recuerdos al hombre. Todo es viejo en el escenario, la silla, la mesa, la radio, la cazoleta. Leemos en el programa que se trata de una canción de Rembetiko, un género musical de principios del sigle XX propio de los inmigrantes griegos llegados de Turquía, tras el descalabro de la Primera Guerra Mundial.
La obra parece conducirnos a una escena de homenaje a una época antigua, sobre todo cuando el hombres coge el bouzouki, un instrumento del folklore greco-turco.
De pronto, todo cambia. De la vieja radio sale un tema de música rock que rompe la escena. Se acabó el ambiente de melancolía. Momento que aprovecha el viejo para rebelarse no sólo de su pasado sino también de sus dos manipuladoras, que lo habían llevado a aquella encerrona de sentimentalismo histórico. Atrapando el bouzouki como si fuera una guitarra eléctrica, el hombre llamado Jovan rompe sus moldes y abraza la música loca que sale de la radio.
Con esta pirueta, Anneta Stefanopoulou y Lita Aslanoglou salvan a Jovan y dan al espectáculo el empuje final que lo lanzará a ser lo que es: un precioso reconocimiento del pasado histórico de Grecia, con una reivindicación de sus viejos inmigrantes que conservan todavía las melodías y el sabor de la antiquísima cultura greco-turca de Anatolia, y consigue a la vez dar un giro de rebeldía a la obra, que se niega a dejarse llevar por la nostalgia para abrirse al presente con la mirada puesta en el futuro.
El mérito de Bufos Theatre es explicar un contenido de tanta densidad humana con una única marioneta y una acción tan simple, pero que resulta tan contundente en su desarrollo final. El contraste de la primera parte con el desenlace libera las energías concentradas y las ofrece en explosiva generosidad al público, que agradece que el drama acabe en libertad y carcajada. ¡Chapeau!