(María José Frías en una imagen de ‘Caminos’, foto de Carlos Laredo)
Nos detendremos, en la serie de entrevistas para el Estudio del Sector del Teatro de Títeres, Visual y de Objetos, en la figura imprescindible, en el mapa titiritero español, de María José Frías, más conocida como María Parrato, aunque este nombre sea en realidad el de su compañía. Un caso singular de vocación y de constancia evolutiva pues, como veremos, Frías comenzó de niña a hacer teatro con los títeres.
Una vez más nos encontramos, en el terreno del teatro visual y de títeres, con una de estas personalidades fuertes que irrumpen en el mapa teatral del país para desarrollar una vía personal y singular de creación escénica, en la que cada proyecto constituye un universo en sí. De este modo es cómo hay que enfrentarse a la obra de María José Frías y su equipo: una constante evolución que se inicia muy temprano en su biografía y que se endereza y desarrolla a medida que la artista va incorporando los elementos y las herramientas que ella misma decide anexionarse.
Obras como Canción de Navidad, No te asuste mi nombre, Palabras de Caramelo o El Viejo y el Mar, para sólo citar algunas, son viajes que casi podríamos definir como ‘iniciáticos’, en los que la autora se sumerge de lleno llevada por la necesidad vital y urgente de saber, de comprender determinadas cosas y de expresarse con ellas en relación a los demás.
Emociona ver como carreras de este tipo, centradas en la creación y dotadas de un sexto sentido de exquisitez, humildad y buen oficio, son capaces además de agarrarse a la realidad para sobrevivir en ella, es decir, encontrar las vías y los modos de sortear las crisis que con tanta crueldad jalonan nuestra época.
Orígenes
Como decíamos antes, María José Frías empezó muy pronto a ser titiritera. Nacida en el pequeño municipio de Cabezuela, en la provincia de Segovia, ya hacía funciones de títeres a los nueve años:
“Yo empecé de niña. Nunca he dejado de jugar, pues para mí los títeres son eso, un juego, hacer lo que hace un niño cuando agarra un material, construye sus propios juguetes, los anima, da vida a un trapo, una cajita, no he dejado de hacer esto. A los 9 años, con mi primo Iñaki Carretero que venía a veranear en el pueblo, ya hacíamos espectáculos. Él vivía en Orio, en el País Vasco, y allí había visto a un titiritero que venía a actuar en la calle, y siempre llegaba con ideas en la cabeza. Yo jamás había visto un títere. Escribíamos por las tardes el guion, era una actividad lúdica y placentera, y luego por la noche, la función: había unas escaleritas frente a mi casa que usábamos de anfiteatro, así la gente podía sentarse al fresco. Teníamos público que nos esperaba y había que dar la talla cada tarde. Y no podíamos alargarnos demasiado cuando oscurecía, pues los vecinos que madrugaban al día siguiente protestaban”.
Una iniciación muy temprana que sin embargo tenía sus antecedentes en la familia:
“Mi padre era herrero, yo siempre lo vi como un domador de los elementos, hacía herramientas, su especialidad eran las azuelas, una especie de hacha que sirve para cortar la corteza del pino para que resine, pues en la zona de Cabezuela hay muchos pinares. Una profesión muy fuerte, muy dura, trabajar con los metales, el sonido, el ritmo, todo eso está en esta profesión, algo increíble, cómo el cuerpo se cruza con los elementos para que todo fluya. Mi padre ha sido en realidad mi primer y gran maestro. Él me dijo algo que es aplicable a todo lo que he hecho en mi vida: al cortar una madera no trabajes tú, deja que trabaje la sierra. Más tarde hice taichí y comprendí que era lo mismo que decía mi padre, la economía de cómo trabajar con el cuerpo. Mi padre, sin saberlo, hacía taichí con su trabajo, no era un hombre grande, para manejar aquellos martillos tan pesados, o adquirías la habilidad de coordinar la respiración con el movimiento, con los impulsos, o no durabas mucho”.
“Luego está mi madre. Ella era ama de casa y bordadora. Importantísimo, desde mi infancia estuve impregnada de su hacer, del ruido de la máquina de coser, cómo se organizaba, desde bebé me tenía al lado con los carretes de los colores, todo eso llenaba el ambiente de casa. Puedo decir que mis padres fueron dos artesanos que me lo han aportado todo.”
Atención, su madre, además de bordar era contadora, como muchas de las mujeres del pueblo en aquella época, sus tías, por ejemplo:
“No lo eran de profesión, pero eran verdaderas contadoras. Desde que tengo recuerdos, desde muy temprano, desde que me llevaban en brazos, recuerdo el sonido de estas mujeres hablando y cantando las nanas. Con ellas me he empapado del hacer y de la necesidad de hacer, pues estas mujeres, como decía Lorca, ponían en el canto todos sus anhelos, sus frustraciones, sus deseos, los transmitían con las canciones y con sus particulares formas de cantar”.
“Otro referente lejano de mi familia fue mi bisabuelo, que tuvo una vida tremenda. Fue el único de los hermanos que se quedó en el pueblo. Yo me identifico mucho con él. Era el herrerillo, porque además de ser pastor, hacía cosas con el yunque, con la madera, y salía a la calle para contar cuentos y canciones a los niños, que lo seguían entusiasmados. Tenía una mujer que no podía caminar, pero cuando llegaba al pueblo alguna compañía de cómicos, se la llevaba en brazos para asistir los dos al espectáculo”.
Bellas Artes
“Yo quería hacer Bellas Artes, y para eso tenía que ir a Madrid. Tuve la suerte de pasar las pruebas para que me admitieran en la Complutense, elegí esta carrera porque en los años anteriores me di cuenta de que me faltaba una educación artística. Allá fui. Me especialicé en diseño. Yo la verdad es que nunca he elegido los estudios pensando en un medio para conseguir un trabajo. Siempre he enfocado el camino en función de lo que me estaba faltando”.
Pero su actividad titiritera no paró por eso. Al revés, todo lo que hacía estaba en función de cómo continuar con los espectáculos:
“Nunca he parado de hacer títeres. Incluso cuando estaba en la universidad, continuábamos con nuestra compañía, junto a mi primo, a la que llamamos Kiriki. A los 14 años ya hacíamos bolos pagados, recuerdo que nos contrató la Caja de Ahorros de Segovia. Así pude hacer mis primeros ahorrillos. A los 17-18 años yo era independiente, ya vivía de los títeres. Tuve una pequeña beca de estudios, pero gracias a los títeres me pude independizar. En casa éramos seis hermanos, cuando mis hermanos mayores salían de casa para estudiar, tenían que trabajar para pagarse la carrera y ayudar además a la familia, los pequeños tuvimos más suerte, ya solo teníamos que independizarnos.”
Desde los 14 años se gana la vida con los títeres, pero nunca antes había visto ninguna representación de otras compañías.
“Así fue, yo no conocía nada. Yo he hecho títeres antes de ver nada. Yo soy del 1970. Al titirimundi lo conocí mucho después. Cuando iba a Madrid, me movía con lo justo. Sólo empecé a ver teatro cuando ya estaba casi licenciada. Entonces en Bellas Artes podías escoger una especialidad, no era cómo ahora que vas eligiendo asignaturas. Acabé la carrera a los 23 años. Yo tomé diseño porque era lo que más lo englobaba todo, pensé que me daría las mejores herramientas para llevar a cabo proyectos, aunque debo decir que me encantaba todo: pintura, escultura, grabado…”
“Conocí entonces el Aula de Teatro Universitario justo cuando entré en la Facultad. Y allí empecé a hacer amigos, los que aún lo siguen siendo hoy. Tuve mis primeros contactos con profesores de voz, de cuerpo, con los compañeros, de los que se aprende tanto o más que de los profesores. En las asignaturas que teníamos, yo ya empecé a darme cuenta de que la interpretación me aburría mucho. Me quedaba más con la voz, el cuerpo, la escenografía, las artes marciales, el taichí y el karate, que hice con José Luís Paniagua”.
Modelo y París
“Cuando acabé la carrera, me fui a París. Mejor seguir aprendiendo, pensé, y con la pinta de cría que tenía, aquí no me contrataba nadie. Allí me fui con mi compañero, menos mal porque él hablaba francés, yo nada”.
“En la facultad empecé a desarrollar una faceta profesional que me sirvió para ganar cuatro duros, como modelo, posaba para mis compañeros, en pintura y en fotografía, saqué unas fotos preciosas y empecé a trabajar en publicidad. Pensaba que en París podría trabajar con alguna agencia, allí nos fuimos. Me pasaba por Bellas Artes, vimos teatro, pero lo que de verdad me atrajo fue visitar la escuela de Lecoq, me hice asidua de sus presentaciones, fue un flechazo. Sí, esto sí, pensé, esto es lo que me interesa, encontré mi método”.
“No nos adaptamos a vivir en París, resultó ser una ciudad muy dura, una ciudad preciosa, pero cuidado, si careces de medios, trabajo y buenos contactos, todo resulta muy difícil. Regresar a Madrid fue para mí como volver a mi pueblo”.
“Conocí entonces la escuela de María del Mar Navarro, discípula de Lecoq y autorizada por él a abrir una escuela con su enseñanza. Me apunté de inmediato. Me cogieron y estuve dos años estudiando con ella. Es un método en el que se trabaja más desde lo externo, desde la plástica, tuve conexión directa, total, con este método. Se trabaja la máscara, la comedia del arte, los colores, la materia, el cuerpo, los objetos, el clown, conocí también a muchos colegas, como a mi admirado Juan de Lucas, hoy de los Ultramarinos de Lucas”.
“Continué con mis labores de modelo, también participé como actriz en varias películas y algunas series de televisión. Pero en todo este tiempo, continué siempre con mi compañía, haciendo bolos con los títeres”.
La compañía María Parrato
“En 1997, tuvimos una crisis en Kiriki. Yo empezaba a involucrar a más personas, con nuevos proyectos, y mi primo y yo decidimos separarnos, pues él se inclinaba por otras vías. De hecho, ha desarrollado una interesante carrera de contador”.
Es entonces cuando María decide crear su propia compañía, que llama María Parrato. Fue como recoger lo que la empujaba por detrás, esta infancia marcada por los títeres, y afirmar con una palabra cargada de energía su intención de continuar por el mismo camino, de modo que ‘habría María para rato’.
Dice María en relación al nombre de la compañía: “En nuestro imaginario existe una mujer de pelo blanco que se llama así, pretendemos que a ella le guste lo que hacemos”.
“Empecé a hacer cosas con Paloma Martín Mozo, que vino de París y también estuvo en la escuela de María del Mar Navarro. Creamos el espectáculo de sombras, Hace muchas lunas, y casi al mismo tiempo, Las Andanzas de Pepitín, de guante, que tuvo mucho impacto. Fue consecuencia del encuentro con la compañía argentina el Chonchón. Luego vino Canción de Navidad, dirigido por Luís d’Ors.
Fue una época de colaborar con mucha gente, personas de mucho carácter, le dimos forma a cosas bien chulas. Allí conocí a Pablo Vergne y salió en el año 2000 El Gato Manchado. Fue un éxito con el que fuimos a todas partes, festivales, etc. Esta obra nos dio a conocer“.
“Otra de las personas que me influyó fue Luís Zornoza. Fuimos a su teatro de Norwich con El Gato Manchado, luego volví otras veces. Luís aportó la influencia de la persona, su carácter, la curiosidad de descubrir lo especial, lo diferente, un punto de vista imprescindible con su crítica aguda y constructiva. Primero le conocí a él, y luego vi sus trabajos. Blancanieves, Pinocho, tenía una manera de hacer muy cuidada, exquisito en la plástica, me impresionó un nivel artístico tan personal, defendido de esta forma tan sencilla y valiente, son cosas con las que me quedo”.
“El descubrimiento del Chonchón fue otro momento muy importante. Aprendí mucho de Miguel Oyarzún, su técnica de manipulación de guante tan cuidada y su capacidad de improvisación Contacté entonces con gente de Argentina, que me dio un gran aporte en los títeres: Roberto Espina, la elegancia y la sencillez de sus textos, y Héctor Di Mauro, su perfección, su depuración técnica en la manipulación. Miguel Oyarzún, Carlos Piñeiro, para mí son héroes, con un instinto de supervivencia que se agarra a su esencia como personas, defendiendo territorios sensibles, gente que te encuentras en el camino, y dices, yo soy de esta tribu, me identifico y de ellos quiero aprender. A Miguel Oyarzún lo amo, él decía, María, algunos dicen que me copias, y yo dije, claro, claro que sí, todo lo que puedo, yo quería aprenderlo todo de él. Nos hemos ayudado e intercambiado, llevamos mucho tiempo sin un contacto directo, pero es un amigo incondicional”.
La música
“Doy mucha importancia a la pintura, a la escultura, pero sobre todo, a la música. La música ha estado a mi lado siempre, desde que soy muy niña. En esta soledad espiritual de un pueblo pequeño, la radio fue mi terreno de conexión con otros artistas. Recuerdo que estaba enganchada a Radio 3, escuchaba estas músicas, pero yo ahora ya sé que los ruidos que nos rodean también son música, el latido del corazón de una madre, los pájaros, la máquina de coser, o el yunque de mi padre. Entrar en los conciertos de Radio 3 fue descubrir un mundo fascinante, de inspiración y de transformación, mundos que se han ido desarrollado desde niña, como una planta al crecer sin que nadie le enseñe. Cuando me ponían ejercicios en la facultad, lo primero que buscaba era la música, qué música me servía para hacer esta silla, este retrato… Para crear, yo la necesito. La música ha ido evolucionando, y mi persona también. Me ha ayudado a fluir, aunque hay etapas en las que uno se atasca cuando no puedes atender a tu propia música, cuando hay que dar prioridad a otras necesidades como cuando tienes hijos, he tenido que convivir con la música del gusto de mis hijas y esto ha sido una tortura”.
“Cuando hicimos El Viejo y el Mar, ya tenía la música, era Un respiro de Wim Mertens. Siempre me inspiro en atmósferas de músicas concretas, aunque luego no sean las bandas sonoras. Pero en este caso, el del Viejo y el Mar, sí. Sucedió algo muy hermoso cuando fuimos a actuar a Elche con esta obra, en el Teatro Tramoya. Coincidió que Wim Mertens estaba también en el Gran Teatre D´Elx. Nuestros queridos Juan y Marcial, sabiendo mi fijación con esta música, consiguieron entradas para el concierto. Allí el programador amigo de nuestros amigos propició el encuentro y tuve la suerte de saludar a Mertens en su camerino, transmitirle en directo lo que su música había supuesto para mí desde los 12 años hasta ese día y la emoción de lo que estaba sucediendo por el hecho de que su alma estaba habitando a la vez en los dos teatros de la ciudad”.
“En Palabras de Caramelo, basada en el libro de Gonzalo Moure, trabajé con el músico Kim Warsen. Viajamos los dos a un campamento de refugiados saharaui, pues lo vi necesario para conocer el contexto donde sucede la historia, los ruidos, los colores, la gente. Gonzalo Moure, el autor de la novela, me dio permiso para jugar con su texto, en él hay un trasfondo que deja ver la situación que llevan atravesando estas personas desde hace 50 años. Teníamos que vivir la experiencia con esta cultura para poder interpretarlo estéticamente, la música tanto o más que la plástica iba a ser fundamental para ello, Gonzalo me presentó a poetas saharauis, que nos ayudaron a refugiarnos con los refugiados desde donde Kim y yo empezamos a crear”.
¿Qué soy? Antes que nada, titiritera
“Yo me veo como alguien que agarra la técnica en función de las necesidades. Fíjate que me encanta este material de la lana con el que estoy trabajando ahora durante el confinamiento con mis hijas y con Mauricio, la luz que da, que sea un material tan limpio…
Me atrapa este material, en la teoría me encantaría utilizarlo para todos mis personajes, para todos mis espectáculos, pero en la práctica, cuando voy a contar una historia, es la historia la que pide y me utiliza a mí, yo solo quiero ser un canal que le da lo que necesita. Incluso cuando escribo el texto de una obra, no soy yo quien escribe, sino los personajes, dejo que ellos sean quienes fijan el texto”.
“No puedo imponer una técnica, un material, en lo que sí me empeño es a que todo quepa en la furgoneta, que lo pueda levantar todo con las manos, pero no puedo subyugar lo que pide cada proyecto a una técnica determinada. Se podrá decir muchas veces que no soy titiritera, pero yo quiero ser libre para poder adaptarme a lo que pide la historia. En realidad, yo me siento profundamente titiritera, la materia es lo que me mueve, el objeto, resonar con la vibración del ruido de una piedra contra una madera, con el movimiento de un palito en el aire, mi sensibilidad busca estar ahí, se mueve con eso, no me atrae tanto interpretar como actriz sino interpretar lo que los materiales han estado haciendo desde hace millones y millones de años, vislumbrar el recorrido seguido desde que eran polvo de estrellas, y poder ver en todo lo que se han ido convirtiendo”.
“No soy muy mayor, pero tampoco soy joven ya, puedo hablar de mi recorrido personal, la sensación que tengo del paso por mis distintas épocas es que en un principio cuando empezábamos con entusiasmo y energía joven y queriendo encajar en el medio, la profesión nos acogía curiosa y gustosa. Con el paso del tiempo me parece que esa apertura de brazos se ha ido cerrando, tal vez cuando los artistas emprenden su propio camino de búsqueda y se atreven a proponer cosas propias, entonces tienen más riesgos. Pero creo que hay que seguir la naturaleza de cada uno para estar vivo y motivado, también creo que es la única forma de aportar y de que la profesión crezca e interese a la sociedad.
Soy una persona frágil pero tengo un carácter fuerte, las dos cosas, no es fácil de compaginar pero soy muy fuerte en realidad, soy plenamente consciente de lo difícil que es este camino, te confieso que a veces me considero una heroína, como todos los que nos dedicamos a carreras artísticas, una elección dura, y cuando llevas a la familia detrás… todo lo que te cambia la vida”.
“Yo creo en la belleza del lado oscuro, de las sombras, en la belleza de lo duro, pues al final siempre acaba llegando lo más bonito. Aunque la belleza sea relativa, porque es muy subjetiva, volátil, y todo puede ser bello dependiendo del cómo y del lado en que lo pongas. Yo me empeño mucho en buscarla en mis espectáculos. Por ejemplo, en El Viejo y el Mar, trato de plasmar como desgasta la vida y lo que en ello nos puede aportar el placer y la sabiduría. Este espectáculo lo representé con unas maderas de un tronco de una vieja parra, de estas maderas retorcidas y desgastadas por el tiempo, tiene una enorme hermosura esta deformación. Los caminos que tenemos que andar y nos obligan a adaptarnos, a veces desgastan y te hacen cambiar, adquirir otras cosas o formas que se van quedando, como la de la parra, porque no hemos tenido más remedio que defenderlas. Ellas son la estructura de lo que somos, las formas de lo genuino y, a la vez, un lenguaje hermoso en sí mismo de interpretar.
Los circuitos
TR- Entramos en materia del Estudio y le pregunto a María sobre los circuitos.
MP- Ahora mismo nosotros no entramos en los circuitos. Me pregunto, ¿existen los circuitos? La verdad es que yo no entro mucho en el tema de cómo están las cosas a nivel político, las instituciones, etc, no me encargo de eso pues me siento muy impotente.
Nosotros pedimos subvención para producción y gira. Es un recursito que, en época de pocos bolos, al menos nos ayuda a seguir creando. Aunque ahora no haya tantos viajes, es importante que haya movimiento interior, que tengamos el músculo en funcionamiento. Es esta una profesión tan dura y de tanta supervivencia que, si no tienes el músculo preparado, no puedes responder luego a las oportunidades que salen cuando menos te lo esperas. Tienes que estar preparado.
Los premios dejan un sabor agridulce cuando los recibes porque ponen en valor trabajos en comparación con otros trabajos de compañeros cuando sabemos que eso, si una obra artística es auténtica, no es posible, ni debería serlo y además nos sitúa en posición de competencia. Creo que son fruto de una sociedad en la que desde pequeñitos de nos educa para competir en vez de para colaborar. De los premios que nos han dado, El Premio Nacional que recibimos en 2016 fue una maravilla, por un lado, es un reconocimiento de los propios compañeros, pero este es el único que aportó dinero en un momento muy difícil de crisis económica que ayudó a sortear la situación.
Los Festivales
TR- ¿Que son y han sido los Festivales para ti?
MP- Los festivales son importantísimos, creo que imprescindibles, son los escaparates de la profesión donde deberían estar representadas la calidad artística, las tendencias, las cosas más novedosas. Nosotros somos compañía que actuamos a salto de mata, y los festivales han sido un lugar desde donde se nos ha llamado y valorado.
Para una compañía como la nuestra, es vital y fundamental estar en los festivales porque es necesario que el programador vea nuestro trabajo. Los espectáculos necesitan unas condiciones técnicas o requisitos de público y eso debe saberlo el programador que es el que encuentra el contexto para que la obra encaje bien.
Hemos estado en muchos festivales del país y en algunos de otros países como Francia, Inglaterra, América o China. En marzo estábamos dando los últimos toques a nuestra nueva obra, Alas, cuando toda la actividad ha tenido que paralizarse por la situación de pandemia del Covid 19. Íbamos a estrenar y hacer campaña escolar en el festival de Titirimundi, pero todo ha quedado suspendido en el aire, la situación es de terror, pues las producciones tienen costes muy altos que la compañías estamos teniendo que sostener y no sabemos las condiciones en las que todo se volverá a poner en marcha. De momento se ha pospuesto el festival para septiembre, esperemos que se pueda llevar a cabo y que el bache no sea muy grande.
La Formación
TR- ¿Cómo ves el tema de la Formación del titiritero?
MP- Nuestra profesión es un arte muy completo. Puedes llegar a él desde cualquier vertiente artística. Mucha gente tambien ha desembocado aquí desde la Educación, han sido maestros, otros han pasado por Bellas Artes, Escuelas de Arte y Oficios, o Escuelas de Teatro. El proceso vital de cada persona es sagrado y todo puede servir.
La formación es un tema que me planteo mucho, sobre todo en esta última etapa. Los últimos 5 años me están proponiendo hacer cursos, talleres, ayudas en los procesos de creación. Al principio me lo tomaba con un pudor enorme, soy muy tímida y sentía que era imposible enseñar lo que sabía ni cómo hacerlo, poco a poco me he dado cuenta del error de mi enfoque. Y voy llegando a la idea de que no se trata de enseñar nada; que de lo que se trata es de acompañar en su aprendizaje a la persona, en lo que necesita, lo que demanda y busca. El educador ha de ser alguien con una capacidad de escucha muy grande hacia el alumno, acompañar y ayudarle en su camino a que se desarrolle en él, que crezca en él.
Para saber lo que necesita la gente estoy aprendiendo y me está enseñando el trabajo con personas de distintas capacidades. Fue una puerta que se abrió por mis propias frustraciones en la necesidad de ayudar y acompañar a mi hija, voy experimentando con otras personas, y aprendiendo, un profesor tiene que estar aprendiendo constantemente de sus alumnos, dando toda su experiencia en el momento preciso y aprendiendo de lo que los alumnos te están enseñando.
Ayudar a desarrollar la riqueza como el que cuida del desarrollo de una planta. La naturaleza es la mejor referencia que tengo, ver cómo crece una planta, como los árboles ramifican y cuando se recogen en su raíz, cómo se desenvuelven en el espacio, la adaptación al terreno incluso cómo generan sus propias medicinas o venenos. Toda esta enseñanza es insustituible y básica.
Los Museos
TR- ¿Te has planteado la necesidad de los Museos y cómo deberían ser?
MP- No hay tristeza más grande que la de ver que los títeres se quedan en los baúles. Los títeres tienen que vivir, respirar, estar en contacto con el espacio. Creo que no es fácil, dependiendo de cómo esté configurado el personaje, puede sostenerse en el aire o en una percha, pero hay cosas que no, que tienen una necesidad de movimiento, de contexto, que hay que analizar y estudiar. Entonces, cuando me he imaginado mis objetos, creo que para exponerlos habría que crear otro espectáculo, un espectáculo que se pueda y se deje habitar.
Me acuerdo de un niño ciego que una vez, al acabar la obra, subió al escenario y recorrimos por toda la plástica. Le iba indicando los movimientos que hacía cada personaje, y su mano hacía el recorrido conmigo. Tocó los materiales, y con ellos conectó con las emociones por las que había pasado antes, su cara era una maravilla. Entonces, los museos podrían ir por ahí.
Sí, es verdad, ahora existen muchas técnicas de animación y visitas guiadas, pero lo que importa, y más en esta época de confinamiento en las casas que contactamos solo con las videocámaras, es reflexionar y poner en valor la importancia de vibrar con las sensaciones que nos dan las materias, habría que dar más valor al contacto directo, al ruido, al tacto y a la observación detallada de los objetos, su configuración, a reflexionar de porque son así, explorar estas sensaciones y sensibilidades. Junto a las herramientas nuevas de la tecnología, nosotros que somos adultos pero niños grandes, y que no hemos dejado de jugar con los palitos, el agua, el movimiento, el humo, nosotros, los titiriteros, no podemos dejar de reivindicar todo esto. Porque esa es la realidad, y es lo que nos hace vibrar, el contacto con la materia.
Lo museos deberían ir por ahí, sacar de los baúles los objetos y encontrar los contextos en los que vivir, a veces necesitan una persona, a veces un escenario. El artista Antonio Catalano trabaja con objetos, lo que él llama sus universos sensibles, crea sus exposiciones como museos que se van trasladando, a veces es un armario o un baúl donde tienes que meterte, crea universos privados, experiencias reales tridimensionales y sonoras en los que la materia vibra, donde el color es una vibración que te llega al ojo directamente. Con el color, el movimiento, el sonido, tenemos que estar en contacto directo. Los museos tienen que ir en esta dirección.
Las organizaciones
MP- La unión de la gente y el calor de las relaciones, con los espacios donde se pueda hablar e intercambiar, todo esto es muy importante. Imprescindible. Estuve en el último encuentro de Teveo, y fue una maravilla, estar con la gente, saber lo que hace, pero tengo dos hijas que me necesitan, y ahora mismo, no puedo estor en todas las asociaciones. Nosotros estamos en Unima, en Assitej. Para participar de forma activa en las asociaciones, hay que desplazarse, dedicarle un tiempo grande, para permanecer en ellas tienes que ver que el rumbo te ayuda, si ves que su rumbo no te acompaña, entonces, ¿cómo dedicar un tiempo del que carezco y además es caro ahora mismo? Estamos como apoyo a la profesión, y me acerco todo lo que puedo que es muy poco la verdad.
El parón del COVID19
TR- ¿Cómo lo habéis vivido?
MP- Nosotros, como todos los compañeros, después de la crisis del 2008, estábamos inventándonos, no nos quedamos parados. Al bajar el volumen de las programaciones, hemos estado ayudando a otra gente en los procesos creativos, dirigiendo otros espectáculos, haciendo talleres, cursos, ayudar en procesos.
Pero en ningún momento hemos dejamos de crear.
Como antes te dije, el 6 de marzo mostrábamos Alas al público por primera vez, estábamos esperando para ir esta primavera a los festivales y todo quedó colgado y en espera, después de un gran esfuerzo de producción, con tres personas en el escenario. Habiendo pagado todo eso. Te quedas en un impasse en el que no sabes si te vas a poder recuperar, si las ayudas van a llegar, si podrás o no cumplir con requisitos… Por un lado, es terrorífico, temo las malas noticias, me da miedo llamar a los programadores, a los directores de los festivales.
En mi caso y el de la compañía, este miedo latente ahí está, acechante y amenazador. Por otro lado, bien es verdad que somos unos supervivientes y que hemos aprendido a confiar en nosotros mismos y en salir adelante como sea, tenemos herramientas y vamos a aprovechar las ocasiones que haya, y si no lo sabemos hacer, los más jóvenes nos ayudarán. Yo con todas las novedades estoy muy entusiasmada, en el día a día, no paro de investigar, con mis hijas, como si fueran mis compañeras-alumnas, intento ayudarlas y así me ayudo a mí misma.
En estos momentos estoy creando un espectáculo que sale de esta investigación, en casa, voy grabando secuencias y me encuentro con minas, con este personaje de lana que he creado, estoy descubriendo facetas de mi profesión increíbles. Ya veremos qué saldrá de aquí, pero avanzo con mucha confianza. Sé que la humanidad tenemos que crecer ayudándonos los unos a los otros, aun no sé cómo, pero confío en que vamos a salir adelante, enriquecidos, y con más amigos.