(Imagen de ‘Espejismo’, de El Espejo Negro. Fotografía de Jesús Atienza)
Quizá para recordarnos la potencia que pueden llegar a tener los espectáculos de títeres, cuando el oficio, la fortuna, la gracia y el arte confluyen en su manifestación, el festival Ròmbic de Teatro de Títeres para Adultos de Barcelona, que organiza la Associació de Titellaires de Roquetes, uno de los barrios periféricos con más solera y carácter en sus luchas reivindicativas políticas y culturales de la Ciudad Condal, se ha desarrollado estos días con tres espectáculos de gran empaque: Hubo, de Patio Teatro, uno de los éxitos de las últimas temporadas a cargo de esta talentosa compañía de Logroño; el Cabaret Ratificado, ofrecido por los artistas de la Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal, una presencia que se ha convertido en habitual del Ròmbic y esperada con ahínco por su público; y la deslumbrante producción Espejismo, de la formación malagueña El Espejo Negro, que llegó rodeada de una feliz aureola de escándalos y exultantes panegíricos, en la línea de los cabarets transgresores que ha hecho famosa a esta compañía.
Y hay que decir que el efecto de impacto se logró en los dos únicos días de actuaciones de un modo superlativo, de modo que, si se pudiera mantener una programación estable de este calibre, sin duda el arte de los títeres escalaría posiciones de gran altura en la opinión del público. Un gran logro de la Associació de Titellaires de Roquetes, que demuestra, año tras año, lo acertado de su apuesta por un género, el de los títeres, el teatro visual y de objetos, por el que siente una profunda devoción.
Las funciones tuvieron lugar en el Ateneu 9 Barris, el centro teatral nuclear del barrio, magníficamente dotado en sus condiciones escénicas y que se ha convertido en un lugar de referencia especialmente por su Escuela de Circo, de renombre internacional. En su escenario suelen recalar todo tipo de espectáculos con una inclinación por las formas que gustan mezclar lenguajes y técnicas distintas, motivo por el que el teatro de títeres, visual y de objetos, siempre dado a hibridarse, está muy presente.
Hubo, de Patio Teatro
Ya hablé en su día sobre este espectáculo (ver aquí) en el que Izaskun Fernández y Julián Sáenz López, los dos titiriteros autores de la obra, han conseguida tejer solo con imágenes, una cuidada banda sonora y sin texto hablado alguno, un precioso relato de una historia dramática en la que, sin embargo, pesan más y se imponen los rasgos poéticos y emotivos que embargan a la protagonista, una vecina de un pueblo inundado obligada a abandonar su casa.
Se podría decir que es en el enorme esfuerzo de morderse la lengua para no soltar palabra y desnudar de informaciones sobrantes las distintas escenas, donde radica la clave de esta puesta en escena que brilla por su limpieza y eficacia. La extrema voluntad de contención de los dos animadores titiriteros contrasta con los detalles escénicos que despliegan para explicar la historia. Se establece así un bonito juego de acoplamiento y de entramado orgánico entre la mirada del espectador, los movimientos silenciosos y ajustados de los manipuladores, y los distintos signos que se van desvelando y que permiten entender lo que está ocurriendo.
La tercera persona del pretérito simple del indicativo del verbo haber del título, hubo, nos sitúa en un pasado sin duda perdido, un pasado que tuvo otras formas de vivir, distintas a las actuales y seguramente mejores, en cuanto a calidad humana, y que la modernidad con sus prisas y su progreso, ha borrado del mapa. En la obra, el borrón es literal, de un tiempo hecho espacio, el de un pueblo que las aguas de un pantano condenan a desaparecer. El teatro de títeres también llamado visual da en el clavo a la hora de convertir este tiempo que fue, en un espacio que ya no existe pero que hemos podido recrear visualmente. Y quizás sea este gozne entre tiempo y espacio, unido al tiempo propio de la representación escénica, la clave de la naturalidad fluida del transcurrir de la obra, que desvela a los espectadores las fisuras por donde asoman realidades que se han ocultado y que no dejan de ser los atributos íntimos de este tiempo que otrora fue espacio de vida.
Los espectadores entraron de lleno en la propuesta del Patio y mostraron su entusiasmo con enfervorizados aplausos.
Cabaret Ratificado, por la Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal.
Este año los de Pepe Otal incluso figuraron como coorganizadores del Ròmbic, tal es la complicidad que se ha ido estableciendo entre el Taller y la Asociación de Roquetes. Pues constituye ya una tradición la noche de cabaré loco e informal que los marionetistas del Taller ofrecen el viernes por la noche del Festival. Y el público, que lo sabe, espera esta actuación como agua de mayo, conscientes que de un modo u otro los de Pepe Otal van a sorprender y a romper no pocas correcciones políticas y culturales.
El título ya daba alguna pista, aunque más de uno se debió preguntar qué significaba eso de Cabaret Ratificado. ¿Quizás una referencia a posibles suspensiones del mismo a causa de la pandemia?… Pues no, había que leer la palabra en un sentido más prosaico y canalla: ratificado en su sentido ratonil, es decir, que bien lo podríamos llamar un cabaret de ratas o con ratas o para las ratas…
Lo explicó muy bien el presentador, el marionetista, actor y, según me informaron, también brillante acróbata en tela, Christian Gustavo López, uno de los nuevos valores del Taller, al explicarnos que, cuando buscaron un tema para la velada, habían pensado en homenajear a esas compañeras que fueron del finado Pepe Otal en los dos talleres donde vivió de vivo, el de la Barceloneta y el del Barrio Chino: las ratas. Y contó cómo el titiritero de Albacete quiso congraciarse con sus díscolas inquilinas -a las que cazaba con una escopeta de perdigones- sacándolas como actrices en un espectáculo. Cosa que hizo en la realidad, aunque usó para ello gordas ratas blancas de laboratorio, siendo la obra escogida para semejante hazaña Cuento de Madera.
Como es lógico, son a miles las anécdotas que se cuentan, unas reales y otras más bien inventadas, algo lógico tratándose de un personaje legendario como fue el de Albacete. El Cabaret Ratificado estaba pues centrado en las ratas, estas compañeras incomprendidas que viven sus vidas tranquilas limpiando los subsuelos de las ciudades, pero que nosotros, los humanos, vemos y tratamos con el odio más feroz. ¡Qué mejor metáfora para quienes se sienten los marginados de una sociedad deshumanizada, que deben vivir muchas veces en la calle, de la calle o ‘haciendo calle’!
Para testimoniar la presencia ratonil en el escenario, dos títeres ratones hacían acto de presencia en cada interludio, bien manipuladas por Eva Navarro y Agathe Cotte, haciendo de las suyas con el presentador.
Pero vayamos a los números:
Deslumbrante Laura Cortés.
El primero fue un despliegue de las multifacéticas cualidades escénicas de esta gran artista que es Laura Cortés, capaz de metamorfosearse en cualquier personaje, por estrafalario que sea. Lo ha demostrado en sus múltiples apariciones cabareteras a lo largo del tiempo, a cual más loca y descabellada. Su número fue de hilo, con un personaje que era un botones de hotel, el encargado de las maletas. Aunque tanto montaba aquí la marioneta como la marionetista, tal era el arrebato de la actriz titiritera, provista de una osadía y de un desparpajo de muchos voltios de locura.
Tuvo la gran virtud esta primera actuación de romper el hielo del cabaré con una marioneta de hilo, dejando claro cual es el signo de la casa, algo siempre imprescindible tratándose de la Casa-Taller de Pepe Otal. Pues el hilo solo apareció parcialmente en uno de los números (el esqueleto de Tamara) y luego, ya en los saludos finales con el Rascayú de rigor. La labor de Laura Cortés puso pues los puntos sobre las ís, y de este modo el cabaret pudo continuar por los derroteros que mejor se le antojara.
Pero antes de seguir con los números, no vayamos a olvidarnos de una figura fundamental del Cabaret Ratificado: la del ya mencionado presentador.
El polifacético Christian Gustavo López de múltiples caras
Maravilló la versatilidad de este actor-acróbata-titiritero argentino, que demostró dominar las artes de la palabra (sus improvisaciones más o menos preparadas estuvieron siempre llenas de humor taimado con la indispensable contención de quien sabe lo que dice y cómo decirlo), las del transformismo o fregolismo (sus cambios fueron tales que incluso llegué a pensar que había varios presentadores) y las típicas del travestismo cabaretero, con un personaje magnífico de loca con barba para los últimos números.
Sus intervenciones fueron claves para hilar los diferentes sketches y a su vez darles el adecuado tono de cabaret loco y transgresor, con situaciones que iban subiendo de tono al calor del público y sus necesidades de jolgorio.
Callejeros
El siguiente número a cargo de Raúl García, Raquel Batet y Tamara, estableció el terreno de juego conceptual del cabaré: la calle, allí donde viven las ratas y los desahuciados sociales. Un gato, una vagabunda que no sabe hablar y un esqueleto son los tres personajes que se encuentran alrededor de un contenedor de basura. El gato, un títere de guante al que Raúl le puso voz y gesto, el más espabilado del conjunto, cuyo nombre es Maurici Desperdici, tiene buen corazón y se apiada de la vagabunda.
El esqueleto, esa marioneta de hilo que Tamara tiene como alter ego en sus intervenciones, lo que quiere es cantar y los demás le importan un pito. Y el vagabundo, enfadado con el mundo y olvidado del mismo, lo que busca es algún tipo de empatía y algo para comer. El gato se lo da, tras convencer al pícaro esqueleto que los tres pueden ser un buen trío. Lo que ocurre al final, para alegría del público, que puede palmear un rock-and-roll.
Se notó el gran dominio que tiene Raúl en improvisar con los títeres de guante, pues supo dar a su gato el tono desenfadado, pasota y a la vez buenote, del personaje. Raquel lució una marioneta que podríamos llamar ‘de cuerpo de saco’ que ya ha sacado en otras ocasiones, con el control adecuado de la misma del que la experta marionetista siempre ha hecho gala. Tamara, por su parte, con su desparpajo acostumbrado, supo dar vida a su esqueleto, siempre muy bien vestido de gala y provisto del micrófono con pie de rigor.
Teodor Borisov, Il Grande Lupo di Bulgaria
El marionetista de Bulgaria Teodor Borisov, cuyo nombre artístico es Il Grande Lupo di Bulgaria, puso la nota surrealista al cabaret, con el número de su payaso que baja de los cielos, ve pasar los años mientras aparecen dos manzanas, duda entre las mismas, para luego elevarse de nuevo, mostrando sus entrañas mecánicas, los motores ocultos que le dan alas.
Impresionó el porte del marionetista, vestido con una especie de traje de aviador vintage, así como la marioneta de madera, de impecable factura, con su nariz roja de payaso.
El público valoró altamente con sus aplausos la faceta misteriosa que el de Bulgaria supo dar al Cabaret Ratificado.
El Polichinela rapero de Pere Bigas
Sin duda fue uno de los momentos álgidos del cabaret, el estreno de Pere Bigas, de la compañía El Argos Matés, como titiritero al modo de los guaratelle napolitanos, con su número del Polichinela que quiere cantar -rap, para regocijo del público- y un policía se lo impide.
Se trata de una rutina clásica que el titiritero náutico en que se ha convertido Pere Bigas -ver su aventura marinera durante el confinamiento a bordo del velero El Argos Maltés (clicar aquí)- aprendió en Nápoles, de la mano de Bruno Leone e Irene Vecchia.
Un verdadero lenguaje de los títeres de guante de muy difícil realización, que requiere años de práctica para su completo dominio, y que Bigas supo incorporar con inusual maestría. Sin duda el secreto de su logro radica en haberse centrado en un solo sketch: el típico juego-combate de cachiporra, la muerte del contrincante, y el número clásico de la caja de muertos, en el que el sujeto fiambre se resiste a dejarse meter en ella.
Lo hizo el del Argos Maltés con un ritmo perfecto, sin estirar los movimientos y sin aceleraciones innecesarias, de modo que enganchó al público, entregado este al juego polichinesco en un grado de excitación máxima, algo que solo ocurre en contadas excepciones, cuando se produce una entente total y completa entre los espectadores y el titiritero. Cuando ello sucede, el entusiasmo del respetable es apoteósico, y el ejecutante ve como la energía de los títeres lo eleva a grados de exaltación difícilmente superables con otras técnicas y lenguajes.
El acople del número de títeres de Bigas con el espíritu del Cabaret Ratificado fue absoluto, poniendo en bandeja la labor del presentador, travestido ya en esta ocasión en sofisticada loca barbuda, para dar paso al último sketch.
Mau y Ola, de La Bayka
Remató el Cabaret Ratificado una performance de este gran actor y titiritero chileno que es Mau, alias de Mauricio Javier Riobó Araya, artífice junto con la actriz y cómica polaca Ola Muchin, del espacio-taller La Bayka.
Ambos fueron los ejecutores de un sketch que supo enlazar la temática del día, la zozobra de la actual pandemia, con el cabaret, al presentarnos a dos personajes cubiertos de unas terroríficas máscaras antigás, versión hiperbólica y distópica de nuestras benditas-malditas mascarillas de cada día.
Los de La Bayka nos situaron de inmediato en este ambiente enrarecido de aires contaminados metidos en un paisaje inundado de residuos plásticos, que cobran vida cual monstruos de pesadilla. Un ambiente de fin del mundo en el que para sobrevivir unos deben eliminar a los otros, en una vorágine de deshumanización galopante.
Un final apocalíptico que era el único posible para un cabaré ratificado como el propuesto, que el colofón del Rascayú llevó a su apoteosis.
El Rascayú: cuando el mundo se acaba, la muerte nos iguala
Los del Taller de Marionetas supieron encajar el número final del Rascayú con el que suelen saludar al acabar sus cabarés, con el espíritu de la Ratificación apocalíptica y distópica de la noche.
En efecto, ¿qué mejor manera de evidenciar la verdad irónica de esta comedia de la vida representada en el escenario, que mostrar la desnudez que nos iguala cuando llega la hora de la verdad, el final de los finales? Y eso es lo que hizo literalmente la troupe del Taller de Marionetas, desnudarse mientras irrumpía el famoso Rascayú de Bonet de San pedro. Pero lo hizo esta vez con un donaire e incluso una elegancia que, sin disminuir el desparpajo descarado de su proceder, supo conectar emocionalmente con el público, atónito e impresionado por la verdad y el vitalismo de lo que estaba viendo-viviendo en el escenario.
La velada terminó con una satisfacción en el aire como pocas veces se da en los teatros. Las imágenes recogidas por el fotógrafo Jesús Atienza, fiel testigo ocular de la noche, dan fe visual a lo dicho.
Espejismo, de El Espejo Negro
La tarde del sábado tuvo por protagonista a la famosa compañía invitada de Málaga, El Espejo Negro, que presentó uno de sus últimos trabajos, en su línea de un teatro disruptivo, socarrón y transgresor, el mismo espíritu que desde sus inicios los situó entre las mejores formaciones teatrales del país. Su fama los precedió, y la sala se llenó hasta la bandera, con todas las entradas vendidas con mucha antelación.
No pude asistir, por razones personales, a la representación, pero el testimonio verbal y visual de Jesús Atienza, presente con su cámara en la sala, da fe de la intensidad de la función y del gran impacto visual que produjo en los espectadores.
Cuenta Jesús que deslumbró la técnica y los acabados impresionantes de las marionetas, así como sus movimientos, con unos manipuladores-actores de gran nivel. Los juegos de luces fueron determinantes para dar fuerza a las distintas escenas, y el humor loco y socarrón de la compañía de Ángel Calvente enganchó desde el primer minuto al público asistente.
No es cosa de cada día ver espectáculos de este calibre, tan afinados en su forma como acertados y cáusticos en su fondo. El Espejo Negro, que se quiere continuador de tradiciones españolas como la novela picaresca, la pintura de Goya o el esperpento de Valle-Inclán, sabe como pasar por el filtro de los espejos cóncavos que existen en todas las calles del Gato del país, la realidad nuestra de cada día. Como decía Don Ramón del Valle-Inclán, en boca de Max Estrella en Luces de Bohemia (escena XII): El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada (…) Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas (…) Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España (…) Palabras que encajan a la perfección con el teatro de El Espejo Negro.
Por lo visto, el público puesto en pie aplaudió con fervor a los actores-animadores de Málaga.