(Imagen de ‘O dia em que a Morte sambou’)
Se inició el viernes 22 de octubre el VIII Festival Iberoamericano de Teatro para Niñas y Niños que organiza el Teatro Arbolé de Zaragoza con seis espectáculos de Brasil, Ecuador, El Salvador, Argentina y España. Un festival que, como insisten sus organizadores, siempre ha apostado por juntar la Tradición con la Vanguardia. Vamos a hablar en esta crónica de los siguientes espectáculos: O dia em que a Morte sambou, de Habib Zahra & Valeria Rey Soto (de Brasil/Egipto/Galicia); y Diente de leche, de la cía Titiritainas (Ecuador).
O dia em que a Morte sambou, de Habib Zahra & Valeria Rey Soto
Fue una agradable sorpresa y una bocanada de aire fresco asistir a esta representación de una compañía que llegaba de Brasil compuesta por un egipcio, Habib Zahra, una española de origen gallego, Valeria Rey Soto, y el hijo de ambos, brasileño de nacimiento, un niño de unos doce años. La familia reside desde hace quince años en Brasil y lo que de inmediato intuimos, por el espíritu que rezuma la obra, es una adaptación profunda a su país de acogida.
En efecto, tanto por la música, el ritmo, las canciones, como por la temática de la obra -enfrentarse a la vida y a la muerte desde una actitud positiva de alegría, fiesta y baile- y el mismo título, en el que sale la palabra ‘sambou’, todo ello nos dice, en su apariencia, que nos encontramos ante un espectáculo brasilero por sus cuatro costados.
En cuanto a la bocanada de aire fresco que citaba al principio, la produjo este desenfado con el que la compañía habló de la muerte, de la vejez y del miedo a morir, temas tan actuales y que difícilmente vemos en los escenarios dirigidos a los niños, al tratarse de asuntos delicados que debemos ocultar a nuestros cachorros, según la nueva pedagogía proteccionista hoy en boga. Absurdos prejuicios que condicionan una buena parte de las programaciones para familias y niños. Unos miramientos que se explican, a mi modo de ver, no por la debilidad de los niños incapaces de encarar estos temas, sino por la de los adultos, que no saben ni se les ocurre planteárselos, y menos ante sus hijos.
La otra característica peculiar de la obra es el cómo se hizo: en una puesta en escena con teatro de sombras. Y aquí es donde me pareció descubrir, por el modo en que se utilizó esta ancestral técnica teatral, una sutil y tal vez inconsciente presencia de la parte egipcia inscrita en la persona de Habib Zahra, alguien que se marchó de un país tan problemático como es Egipto hoy en día para abrazar una cultura aparentemente tan diferente como es la brasilera. ¿Diferente? Por supuesto, pero no en el espíritu vitalista y alegre que también se halla inscrito en el ADN cultural e histórico del país del Nilo, el país musulmán que ha dado los mejores músicos, poetas, novelistas y cineastas del mundo árabe, y que gusta, o al menos gustaba, celebrar todas sus fiestas con jolgorios de música y baile.
En cuanto al tema de la Muerte, ¿no es acaso uno de los elementos básicos de la antigua cultura egipcia, para cuya celebración construyó los más espectaculares edificios para enterrar a sus muertos, las pirámides, entre otras ocurrencias? El cuento que nos explican Zahra y Rey Soto podría haber salido de uno de esos viejos cuentos encontrados en algún pergamino del primero o segundo período Intermedio, cuando las sociedades egipcias vivieron momentos convulsos y que generó una producción literaria muy interesante, con reflexiones de una gran actualidad.
Pero también el uso del teatro de sombras para tratar un tema tan básico y arquetípico como es el de la Muerte, nos remite a la historia de este país, al ser allí donde ya existía en pleno siglo XIII de nuestra era una tradición de teatro de sombras, bien estudiada y de la que se conoce incluso el nombre de uno de sus autores, el médico Ibn Daniel, con alegres obras de carácter lúdico y burlesco, incluso procaces algunas veces, y con dos personajes protagonistas, Acib y Garib, que tanto recuerdan a los Karagöz y Hacivat, protagonistas de la tradición turca del teatro de sombras del Karagöz (ver aquí).
Otro asunto es la figura de los dos músicos acompañantes del titiritero-sombrista, mujer y niño, que ofrecen un contrapunto de distanciación como ocurre siempre que la narración o la música se separan de la escena principal y se ponen a un lado. Básico para crear la atmósfera adecuada al abordaje de un tema como la Muerte, que por un lado es tratado con jocosidad por las sombras y el titiritero actuante, pero que necesita también de una capa de misterio y de respetuosa solemnidad. Por otra parte, se deja al niño participar en el rito de la fiesta teatral, pero se lo mantiene a distancia para salvaguardarlo de los efectos simbólicos de la obra, mostrando indirectamente la posición a la que se invita participar a los espectadores: desde la distancia propia del teatro de títeres y de sombras.
Es decir, bajo la apariencia de una obra de carácter festivo casi de folclore brasileño, es posible ver todo un trasfondo de poderosas influencias culturales procedentes de países muy distintos, como es el Egipto antiguo y moderno, tan complejo y cargado de contrastes, la Galicia brumosa donde se dice que las mujeres conocen todavía los viejos misterios, y el Brasil mestizo y alegre donde impera una sabiduría vital pasada por el filtro de la música y la samba. Y todo ello explicado sin pretensiones, desde la humildad de unos cómicos titiriteros que viajan por el mundo con su espectáculo de entretenimiento.
Como decía al principio, una preciosa bocanada de aire fresco que nos transmite saberes primordiales desde perspectivas contemporáneas, pero también ancestrales, con pinceladas culturales que nos llegan de mundos lejanos en la geografía y la historia. Todo un lujo para los que pudimos asistir al Teatro Arbolé esos dos días de octubre.
Diente de leche, de la cía. Titiritainas
El Festival nos trajo de Ecuador un espectáculo que podríamos definir de temática clásica en cuanto trata uno de los temas que más gustan a los niños, la historia del ratoncito Pérez, que recoge los dientes de leche dejados por los niños bajo la almohada, para lanzarlos luego al espacio y convertirlos en estrellas, historia que se caracterizó por la frescura y el buen hacer titiritero de las dos actrices de la compañía Titiritainas: María Estrella y Yolanda Navas.
Ofrecieron, en efecto, una actuación llena de matices y con palabras dotadas de una bella riqueza léxica como suelen hacer gala los titiriteros de estas latitudes, siempre diestros en el uso de la lengua. Una divertida historia de niños, gatos y ratones, dientes de leche y estrellas nuevas nacidas en el firmamento, en la que lo más importante es el cómo nos la explican las dos actrices titiriteras.
Cabe decir, en este sentido, que tanto María Estrella como Yolanda Navas destacaron en la ágil puesta en escena, con situaciones y personajes cambiantes en sus dimensiones, según la escala en la que se situaban: unas veces grandes, otras pequeñas, para poder entrar y salir de las puertas y ventanas de una casa de la que vemos su fachada, ora de día, ora de noche. Una escenografía de paneles plegables que hacía las veces de retablo. Muy interesante resultaron los cambios visuales a luz negra, que daban una visión nocturna de atractivas tonalidades.
Las salidas del retablo de las dos actrices encajaban muy bien con los ritmos de la historia contada, marcando un contrapunto de gran utilidad para su desarrollo. A destacar las voces, muy adecuadas a los personajes, con un gran dominio de las mismas.
Todo confluyó al final en una interesante y divertida propuesta que las de Ecuador resolvieron con la maestría de dos diestras titiriteras que capearon al respetable con mano segura y un oficio bien templado. Éste así lo apreció, premiándolas con prolongados, amistosos y sentidos aplausos.
Seguiremos informando en sucesivas entradas de los distintos espectáculos programados para el siguiente fin de semana por el Festival.