(Entrada al Teatro Holoqué. Foto de Iñigo Roy)
Continuamos con las crónicas sobre el Titirijai 2021. Hablaremos en esta ocasión de los siguientes espectáculos: El onírico interior, de la compañía catalana Holoqué; Eco, de Ymedio Teatro, Jaén; Kalek, de El Retablo, Madrid; y Rob, de Teatre de l’Abast, Valencia.
El onírico interior, de Holoqué
Se instaló en la plaza Verdura de Tolosa la pequeña cabaña de madera de la compañía Holoqué, con capacidad para unas 16 personas, donde se representa un espectáculo unipersonal a cargo de Diego Caiceno, quien es el autor no solo de la obra sino de todos los elementos que intervienen en ella, música incluida. Ha contado para ello con el asesoramiento de Xavier Bobés en la manipulación de objetos y la dirección artística de Maite Ojer.
Una obra de una singularidad extrema, pues en ella, además del personaje principal interpretado por el mismo Diego Caiceno, aparecen unos títeres holográficos, es decir, sin sustancia física (aparte de la luz), los cuales interactúan con Hakan, nombre del protagonista.
La historia es sencilla pero muy bien urdida por el autor para contener los efectos visuales de los que consta la obra: Hakan, una especie de personaje de ciencia ficción, con un traje cuyo centro energético -un círculo de luz- se enciende y se apaga según recibe el humano Hakan sustancia suficiente para alimentarse. La energía que necesita se almacena en unas botellitas de raro diseño que se vacían rápido y deben llenarse de nuevo para seguir satisfaciendo su apetito. Y aquí es donde intervienen los seres volátiles que deambulan, aparecen y desaparecen por el espacio, parecidos a los que salen en los videojuegos de dibujos animados de creación digital. De ellos proviene la energía que necesita Hakan.
Lo interesante del artefacto escénico de Caiceno es que esta realidad virtual pero visible, que los espectadores percibimos perfectamente moviéndose por el espacio, es una bonita metáfora de la imaginación. En una especie de mensaje futurista, la obra nos dice que, solo asegurando el cultivo de nuestra imaginación, sobreviviremos en un futuro, alimentándonos de ella.
El gran logro de Caiceno es haber conseguido un efecto de proyección holográfica no basada en la tecnología -descontando por supuesto la creación digital de las figuras y sus evoluciones en el espacio- sino en simples efectos ópticos, que no hay que desvelar, y en un espacio pequeño, lo que posibilita interactuar con ellos. Es decir, lo que en el siglo XVIII los artistas de la fantasmagoría, como el famoso Robertson, conseguían hacer en los grandes escenarios, para maravilla, asombro y espanto de los espectadores (fantasmas, diablos, espíritus…), Caiceno lo logra en el espacio reducidísimo de su pequeña cabaña. Y en vez del registro aterrorizante de las fantasmagorías de antaño, Holoqué propone un tono de diversión familiar impregnado, eso sí, de intriga y misterio.
Es decir, juntar la tecnología digital con la artesanía teatral, en un precioso juego interactivo entre ambos. Los espectadores, maravillados e intrigados, salimos de la cabaña con la imaginación más despierta y avivada que antes de entrar.
Eco, de Ymedio Teatro
Ya conocía este espectáculo (ver aquí) , y verlo de nuevo ha reavivado mi interés por el mismo, al ser una obra que trata magníficamente el tema del Doble. Y al hacerlo desde distintos registros, lo abarca de un modo amplio, a la vez profundo y desenfadado.
Mostrar como dos personas que están juntas, atadas por una especie de cordón umbilical, no pueden separarse cuando es lo que más desean, resulta divertido pero también aterrorizante, al remitirnos a tantas situaciones de la vida social y de las personas una a una. Odian estar juntas, pero a la vez lo están porque así lo desean, sin darse cuenta de ello. Aborrecidos de ser siempre los mismos y de verse reflejados en este doble del que parece imposible escapar, buscan desdoblarse en otros seres ficticios, haciéndose titiriteros por desesperación.
Un trabajo de clown que sin embargo es de un dramatismo casi trágico, y tan real como la vida misma.
Una obra, la de Ymedio Teatro, que se incrusta en lo más profundo del quehacer titiritero casi sin títeres, desde el trabajo físico del clown milimétricamente coreografiado, y un inteligente y refrescante sentido del humor. El público los premió con generosas salvas de aplausos.
Kalek, de El Retablo
Había visto también en Lleida Kalek, de Pablo Vergne, del Retablo, interpretado por el mismo Vergne y Daniela Saludes (ver aquí), y volví a disfrutar del buen hacer de esta compañía cuyas espectáculos nunca te dejan indiferente.
Actuaron en la pequeña sala de premontajes del TOPIC, un lugar ideal por su tamaño, asegurando la intimidad que requiere el espectáculo, que pudo así desplegar todas sus cualidades. Inspirado en el lenguaje de los dibujos animados, se desarrolla la obra sin palabras y conducida por la música de piano de compositores tales como Ravel, Debussy, Satie, Prokovief, entre otros.
Como siempre en El retablo, destaca el buen hacer de los dos titiriteros, atentos a las mínimas señales del público y con un enorme refinamiento en los movimientos de los títeres, en lo que se llama la técnica de mesa. Todo impregnado por este sentido del humor tan propio de la compañía, entre socarrón y delicado, y atento a los detalles.
Un espectáculo de cámara que habla de la vida de un caballo, pero que bien podría ser la de cualquier ciudadano de la Europa de entreguerras, diezmados como fueron por los caprichos sangrientos de la Historia y las locuras de los dirigentes de la época. He dicho de entreguerras, pero sacando el desenlace de la obra, podría ser la de cualquier persona de este mundo que sufre la explotación y los infortunios de rigor.
Los espectadores, niños y mayores, atrapados por el estilo limpio de El Retablo, aplaudieron con ganas al acabar la función.
Rob, de Teatre de l’Abast
Estrenada en 2019 (ver aquí), Rob es un magnífico trabajo unipersonal del actor Ramón Ródenas en un espectáculo dirigido por la compañía Zero en Conducta, es decir por el valenciano J.A. Puchadas (Putxa), la mexicana Julieta Gascón y el catalán David Maqueda, en una feliz colaboración valenciano-catalana alrededor del tema de la muerte.
En efecto, en esta obra todo gira alrededor de la Muerte, en mayúscula porque se instituye como una temática prácticamente única, es decir, en el pacto, convivencia y asunción de La Parca por parte de un náufrago que ha entendido que ha llegado al final de su camino, condenado a perecer en medio del mar en un islote del que apenas saca nada. ¿Qué hacer sino pactar con este doble que saca la cabeza cuando nos llega la última hora? La Muerte, nuestra Muerte, está simbolizada aquí por una calavera a la que el náufrago da vida, condenado a ser un titiritero que da vida a ese fantasma existencial que le hace compañía y evita que la locura lo invada por completo.
Lo demás en el espectáculo es anecdótico, a modo de pasar tiempo para entretenerse uno y de paso entretener al público, con un extraordinario despliegue de las capacidades teatrales de Ródenas, magníficamente dirigido por los de Zero en Conducta, con su dominio de las coreografías. Y es muy ilustrativo ver como el público del Leidor lleno hasta los topes, con quizás unos 400 niños o más en la sala, siguió atento hasta el último minuto, sin desengancharse de una situación de convivencia con la Muerte, demostrando que cuando se toca este tema arquetípico, no hay público que se le resista, por muy infantil que sea.
Obra profundamente titiritera, tanto por el desdoblamiento del único personaje de la obra en la calavera (por mucho que sea la del supuesto capitán del barco naufragado), como por el profundo significado que todo títere tiene de ser un objeto inanimado (muerto) al que se da vida.
Curioso que dos de las obras reseñadas en este artículo, Eco y Rob, hayan dado plenamente en la diana de ser espectáculos tan titiriteros, basándose solo en un muy bien ejecutado trabajo de actor y casi sin títere alguno. ¡Admirable!