(Lucca Gatta con la máscara blanca de Pulcinella. Foto compañía)
Han coincidido esta semana en Barcelona dos maestros de Pulcinella con modalidades diferentes y complementarias: el arte de la máscara de la antigua Comedia del Arte, a cargo del actor napolitano Luca Gatta, a quien pudimos ver en la Sala Fènix, y el arte de los guaratelle, los tradicionales títeres de Nápoles que tienen a Pulcinella de protagonista, a cargo en este caso del catalán Pere Bigas, quien actuó en la Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal en sustitución de Federica Martina, que no pudo llegar a tiempo con el barco que la traía de Italia.
Una feliz coincidencia que nos permitió descubrir a dos verdaderos maestros presentando al mismo personaje pero en encarnaciones diferentes, la humana y la titiritera. Encarnaciones que en ambos casos nos trasladaron a otras épocas de la historia, un magnífico viaje en el tiempo como veremos en los párrafos que siguen.
Pulcinella como Lazarillo de Tormes
Esta fue, en efecto, la propuesta que nos trajo Luca Gatta a la activa Sala Fènix de Barcelona, una obra titulada El Romancero de Lazarillo. Avventura di un piccolo Pulcinella. Un título sorprendente capaz de juntar la popular máscara napolitana con uno de los personajes más conocidos y también populares de la literatura del siglo de Oro español, El Lazarillo de Tormes, joya precursora de la novela picaresca.
Cuando Gatta quiso tratar a este personaje dotado de una personalidad tan poderosa pero que seguía siendo un niño, no le encajaba la máscara negra típica de Pulcinella. Demasiado oscura, le faltaba la ingenuidad de los años pre-púberes, por lo que El Lazarillo de Tormes no se dejaba encarnar por el siervo napolitano. Fue entonces cuando tropezó con el Pulcinella de máscara blanca que sale en La Lucilla constante, obra de Silvio Fiorillo (1560≈1570-1632), autor y actor de la Comedia del Arte de quien se dice que fue uno de los primeros si no el primero en representar a la máscara napolitana. Por lo visto, este Pulcinella de Fiorillo estaba representada por un niño, y seguramente por eso llevaba la máscara blanca.
Esta reflexión es la que subyace en este precioso espectáculo del actor partenopense, que borda su identificación con la máscara de Pulcinella en sus características más físicas, humanas y ambiguas, mostrando un profundo conocimiento del personaje. Consigue sacar del mismo un jugo suficientemente amplio como para introducir en él lo más profundo de la España del siglo XVI, donde la visión descarnada de una realidad social poco edificante se mezcla con la burla, la crítica y la sátira de los personajes siniestros con los que tiene que lidiar el Lazarillo. Nos referimos a personajes como el anciano ciego pedigüeño que lo maltrata vilmente, el cura avaro que casi lo mata de hambre, el escudero orgulloso más pobre que una rata pero orgulloso de su condición hidalga, o el vendedor de indulgencias que le enseña sus artes rastreras pero a cambio recibe los palos de los compradores engañados. Para acabar sentando cabeza al casarse con una mujer que debe compartir con el cura del lugar.
Procede Luca Gatta de una escuela de teatro físico, por un lado, y antropológico por el otro lado, el que se cultivaba en centros como el de la compañía Odín Teatret, instalada en Holstebro, Dinamarca, y comandada por Eugenio Barba. Aunque el arte de la Comedia del Arte lo aprendió en la localidad de Pordenone, de la mano de la reconocida actriz Claudia Contin Arlechino, experta en la Comedia del Arte, quien lo inició en los secretos de las máscaras. Su condición napolitana y su interés por figuras tan extremas y prototípicas como es el Lazarillo de Tormes, lo llevó a centrarse en Pulcinella, este otro personaje extremo, ambiguo y arquetípico, capaz de multiplicarse en otras muchas máscaras más o menos calcadas a él en distintas ciudades europeas.
Gatta efectúa en El Romancero de Lazarillo de Torres un increíble ejercicio de transformación constante a la vista del público, con cambios de vestuario, de máscara y de personalidad, sin huir del texto, muy extenso en la representación, que obligó, a los no italiano-parlantes, a un tremendo esfuerzo de escucha atenta, esfuerzo que tuvo su recompensa: poder gozar de una visión cruzada del Lazarillo de Tormes, en la que junto a la impostura social llena de burla y sarcasmo que rezuma el texto anónimo de la obra, se yuxtapone el código transgresor y desvergonzado de la máscara de Pulcinella, cuyos rasgos definen con precisión a este ser capaz de ser varias cosas a la vez, y de ‘llorar’ sus miserias sin dejar de reír y de estar riéndose del mundo. De orígenes ambos mitológico-caseros: uno nacido en el río Tormes, el otro salido de un huevo de gallina, o de un huevo puesto por un anterior Pulcinella.
Quizá lo más logrado del trabajo de Luca Gatta sea haber conseguido este matiz de ingenuidad propio de la infancia desde la máscara blanca de Pulcinella, una dulzura melancólica que se funde con maestría con la mímica del personaje, lo que le otorga una calidad intemporal y arcaica a la vez, la cual nos emplaza a una vivencia teatral de otra época, como si estuviéramos a caballo del galope de los siglos, viendo a un Pulcinella vital pero desdichado, víctima y eterno superviviente de la vileza social.
Con dramaturgia de Stefania Bruno y preciosas máscaras de Riccardo Ruggiano y Antonio Fava, destaca la riqueza del vestuario de Fabiana Amato, un elemento que consigue, sin necesidad de aparato escénico alguno, trasladarnos sea a las ciudades de Salamanca o de Toledo, sea al Nápoles aragonés y español de los siglos XVI y XVII.
El público que llenaba la sala aplaudió al actor con ardorosa convicción.
El Pulcinella de Pere Bigas
No lejos de la Sala Fènix, el viernes 25 de febrero se pudo ver en la Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal, la actuación del titiritero catalán Pere Bigas, quien se ha iniciado en las artes del Pulcinella napolitano en estos últimos años, a raíz de sus constantes visitas durante, antes y después de la pandemia a Nápoles y el encuentro con el maestro de los guaratelle Bruno Leone. Una aventura, la vivida por Bigas, realmente extraordinaria, saltando por la geografía del Mediterráneo a bordo de su barco el Argos Maltés, recalando en puertos diminutos o en islas desiertas alrededor de Cerdeña para pasar allí el confinamiento. Publicaremos en breve el apasionante relato de sus andanzas náutico-titiriteras escritas por él mismo, un testimonio único de indudable interés.
Y es realmente de maravillarse como en apenas unos escasos años Pere Bigas ha aprendido con impecable maestría no solo la técnica de los guaratelle, con todas sus diabólicas rutinas y el uso de la lengüeta, sino que además ha logrado subirse a ella para improvisar e introducir nuevos personajes y pequeñas variantes que se crecen durante la representación y apuntan a un desarrollo fractal de los conceptos básicos de la tradición hacia nuevas geografías y espacios mentales. Así lo testifican personajes como el señor Ramón, prototipo del ciudadano egoísta que solo vive por sus intereses, o el desenlace del conflicto con la Muerte, en la que surge de pronto la rumba de Peret ‘El Muerto vivo’.
Acompañó la actuación Raquel Batet desde afuera del retablo con una guitarra y algunos efectos sonoros especiales. Se nota la complicidad entre ambos artistas, al haber compartido infinidad de aventuras con la compañía Marionetas Nómadas por tantos países del mundo, junto a Bruno Valls y Elena Molina. Cantó y apoyó Raquel con sumo tino, mostrando la madurez escénica alcanzada, a pesar de haber subido al escenario aquella noche sin ensayo previo alguno, como manifestaron al acabar la representación.
Se nota en Pere Bigas todavía la frescura de la gestualidad recién adquirida que busca asentarse en la ciencia aposentada del oficio, cuando la experiencia se acumula en la pericia repetitiva del hábito propia de la veteranía. Esta frescura carga de energía y de ímpetu la actuación, y excita al titiritero a tener muy abiertas las antenas de conexión con el público, lo que a veces alarga un poco las rutinas, embebido por el entusiasmo arrollador de la catarsis polichinesca, pero que a su vez consigue elevar la actuación a cotas aún superiores cuando la catarsis se propaga por la sala y se hace colectiva.
Eso es lo que sucedió en el Taller de Marionetas el otro día, repleto de amigos y devotos de la sala, que ansiaban volver a las actuaciones en directo, suspendidas tras las largas restricciones pandémicas. Un público que se entregó de brazos abiertos al arte polichinesco de Bigas, como si por primera vez todos viéramos al inclasificable Pulcinella en un escenario haciendo de las suyas.
El Pulcinella inmortal que es de Nápoles pero que hoy en día puede considerarse como un personaje universal, símbolo de exaltación vital y libertaria, a estas alturas de la historia, parece ya no necesitar de las vestimentas locales y otras particularidades nacional-folclóricas, como ha sido propio en los siglos anteriores a lo largo de su expansión por Europa. Hoy, su minimalismo dramatúrgico y la simplicidad de sus recursos escénicos y teatrales, lo convierten en un personaje-síntesis capaz de hacernos viajar en el tiempo y de encarnar esos arquetipos de vida y libertad con total transparencia en cualquier parte del mundo, de ahí la fascinación que sienten tantos titiriteros por él.
Pere Bigas ha vivido el encuentro con Pulcinella como una revelación que exigía iniciarse en su práctica, iniciación que la aventura enardecedora de sus correrías marineras, con las velas de su Argós Maltés henchidas por los alientos de cuántos dioses habitan ocultos en las aguas del Mediterráneo, no ha hecho más que azuzar.
La feliz representación vivida en la Casa-Taller de Marionetas de Pepe Otal augura tiempos radiantes en las andanzas titiriteras de este aventurero redomado que es Pere Bigas. Y para retomar uno de los temas de la obra, acabamos esta crónica con la conocida rumba de Peret El Muerto Vivo.