(Imagen de ‘La Biblioteca Imaginaria’. Fotografía de Julia Juárez)
Se estrenó el miércoles 30 de marzo de 2022 el nuevo espectáculo del Teatro Arbolé La Biblioteca Imaginaria, un título que cierra el ciclo de obras dedicadas a los libros, fruto de la pasión de Esteban Villarrocha por lo que él considera que está si no en vías de desaparición, sí en una situación como mínimo ‘crítica’. Hablaremos también en este artículo de una de las obras más sólidas y representadas del repertorio de los del Parque de las Aguas: Los Tres Cerditos que estrenó en su día, hará pronto veinte años, Iñaki Juárez, y que ahora interpreta junto a su hija Julia Juárez.
La Biblioteca Imaginaria del Teatro Arbolé
¿Quién lee hoy?, se pregunta con escepticismo Esteban Villarrocha, y para paliar este descenso de lectores de libros, se ha confabulado con dos de los actores más activos de Arbolé, Pablo Girón y Azucena Roda, para crear un tríptico de espectáculos que tienen al libro como protagonista, a una Biblioteca como espacio escénico, y a una activa, risueña y cantarina bibliotecaria llamada Leocadia, que interpreta la citada actriz Azucena Roda. Son: Veo Leo, Leocadia y los ratones, y ahora La Biblioteca Imaginaria.
Le preocupa a Villarrocha el auge del medio digital que parece haber declarado la guerra al papel, y qué duda cabe que tiene toda la razón del mundo, aunque algunos dicen que los niños siguen leyendo, no tanto en los soportes de papel, sino en los nuevos artilugios digitales de lectura. Lo que sí parece estar en declive es el libro como soporte principal, sustituido por la Tablet o el ordenador, especialmente en las edades más avanzadas de la infancia y la adolescencia. Y lo más grave, seguramente: el descenso de la capacidad de atención y de concentración que tienen los jóvenes alumnos, abducidos por las distracciones de los gadgets digitales: juegos, series, redes, Tablets, móviles, …
A esta compleja y preocupante problemática se enfrenta Villarrocha y los actores que lo secundan, con unas obras que buscan estimular el sentido de la lectura tratada no como un deber sino como una aventura, unos espacios a descubrir, o tremendos y a veces peligrosos viajes a tierras desconocidas.
El último título de la serie, La Biblioteca Imaginaria, es el que se acaba de estrenar en el mismo Teatro Arbolé en una sesión escolar con la sala repleta de niños. En la platea estaba el equipo entero de producción, con un emocionado Esteban Villarrocha, que veía con sus propios ojos el resultado de sus denuedos en buscar soluciones a las tozudas problemáticas antes mencionadas.
El método seguido para la creación de la obra se parece un poco al sistema tradicional de los títeres populares: se parte de un argumento original o canovaccio, como se dice en italiano, en este caso escrito por Esteban Villarrocha, donde se marcan las líneas principales, los personajes, las situaciones y un primer esbozo del texto. Luego, el trabajo de los actores va transformando el cannovaccio en lo que será la obra, lo moldea y lo adapta a las necesidades propias del espectáculo. En este caso fue Azucena Roda quien se encargó de fijar el texto y de firmar la adaptación según iba saliendo de los ensayos con Pablo Girón. Luego, la mirada exterior del equipo de la compañía fue ahormando la forma que iban tomando los ensayos, hasta que al final otra mirada, la ducha de Iñaki Juárez, acabó de tallar, pulir y sacar las aristas del producto. Un trabajo colectivo de creación liderado por los dos actores el cual, como confesaron ellos mismos, es el más largo de los métodos; pues cuando hay un director, se avanza a paso ligero hacia la escena final, mientras que con la artesanía del sistema colectivo, aun siendo más concienzudo y producir por regla general mejores resultados, el proceso es más largo y tortuoso.
Creo que Arbolé ha producido, con esta obra, uno de sus mejores títulos de los realizados para todos los públicos. En ella se combina el trabajo actoral de los dos titiriteros con el recurso escénico del libro tridimensional o pop-up, que en este caso se convierte en la verdadera base de espectáculo, al ser el punto de partida de donde emanan las figuras y los personajes de los cuentos que se van desplegando en la mágica biblioteca de Leocadia. Para ello se cuenta con el trabajo de los dos actores-animadores, que ejecutan una labor realmente ejemplar.
Azucena Roda está espléndida en su papel de bibliotecaria. Ella da voz a Laura, la niña protagonista, marcada por una extravagancia: le gusta leer y es de las pocas que acude a la biblioteca. Roda se interpreta a sí misma pero también a la niña y a muchos otros personajes de la obra. Su dominio de la voz es extraordinario y ha alcanzado una maestría insólita en cambiar de registro vocal y dar vida a muñecos que incluso ella no manipula.
Por su parte, Pablo Girón está magnífico en su papel de manipulador invisible que está sin estar, con una presencia impecable de contención que es a la vez tensa y distendida, una ambigüedad que es lo más difícil de conseguir y que solo se alcanza con los años de experiencia y de saber escuchar; es decir, cuando se adquiere la maestría del oficio. Una posición contenida que hierve por dentro, pues en cualquier momento debe dar voz a un monstruo, o a un personaje estrafalario y chillón, como ocurre con el cuento de Alicia y el personaje de la Reina, que Girón borda, visual y vocalmente.
La forma de los títeres, diseñados por Julia Juárez y construidos entre todo el equipo de Arbolé, está bellamente marcada por el libro y por las escenografías en pop-up que surgen de sus páginas, con lo que el montaje adquiere una preciosa organicidad: todo está justificado y no hay ni personajes, ni títeres ni escenas que chirríen o se salgan de marco.
Y lo más importante: los viajes que propician los cuentos desplegados (Alicia, el Mago de Oz, El Principito, Peter Pan…) se convierten para los niños espectadores en verdaderos viajes, se alcanza una verdad de los argumentos y de los personajes, manteniendo siempre el obligado sentido del humor marca de la casa, de modo que hay distancia, ironía y, por lo tanto, inteligencia.
Destacaría la afortunada decisión de pasar de los títeres tridimensionales a los de dos dimensiones o ‘planistas’, como a veces se les llama: son los personajes que salen directamente del libro, como es de lógica que así sea, escapados de la presión de las hojas. Un recurso que se borda en el caso de Alicia y sus sucesivas transformaciones en los espacios marcados por las páginas del libro. Luego, cuando escapan del papel y se adentran en las ‘realidades imaginarias’ de cada historia, vuelven a tomar tridimensionalidad.
Como decía antes, una de los mejores títulos de Arbolé, con una preciosa armonía entre forma y contenido, y un uso del pop-up que no se ensimisma en su propia técnica, sino que es funcional y práctico a fin de crear visiones imaginarias que salen del libro para ocupar el escenario entero. Una obra sin duda de madurez, que gustará por igual a grandes y pequeños.
Los Tres Cerditos, por Iñaki y Julia Juárez
Como decíamos al principio de este artículo, nos encontramos ante un clásico del Teatro Arbolé, una de las obras de más éxito y más representadas del rico repertorio de la compañía. En los inicios, la obra tenía un solo actor manipulador, Iñaki Juárez, autor también de la versión, y en ella puede decirse que el veterano maestro titiritero dejó establecidas las bases del lenguaje de Arbolé, esta forma de animar los títeres con el manipulador a la vista, con una constante interacción entre títere y titiritero, de modo que este se convierte en un actor situado detrás del muñeco, pero muchas veces por delante del mismo.
Impresiona, al ver el hermoso trabajo de Julia Juárez en la obra, pensar que lo que ahora hacen dos, antes lo hacía uno. Voces, cambios constantes de registro, de escenario, de títeres en las manos… Un alarde de sofisticada ejecución que nos habla de una época de pioneros, en la que la vocación convirtió a tantos artistas, actores y titiriteros en verdaderos trabajadores del espectáculo, factor determinante para alcanzar el dominio del oficio al que tantos han llegado, y que hoy pueden mostrar con modesto pero vigoroso orgullo, situados ya en otra fase más asentada de la profesión.
Los Tres Cerditos es un exponente perfecto para entender el actual oficio de titiritero alcanzado en nuestro país a lo largo de los años que sucedieron a la caída de la Dictadura en España y el inicio de una nueva época. Arbolé ha vivido el proceso entero seguido por las compañías más activas y emprendedoras, culminado con la creación de un espacio envidiable, el Teatro Arbolé situado en el Parque de las Aguas, un edificio de nueva construcción que permite todos los acomodos profesionales que exige el teatro.
Pero vayamos a la obra. En ella, vemos desplegadas las mañas titiriteras de Iñaki Juárez, convertido con los años en lo que se ha dado en llamar ‘un animal escénico’ de esos que en el escenario se encuentran incluso mejor que en casa. Sabemos que eso no es así, pues los titiriteros también amamos el retiro, sentarse junto al fuego y hacer el vago siempre que se pueda, un ideal al que se tiende pero que tanto cuesta alcanzar. Pero cuando la catarsis teatral se impone en las tablas, lo que vemos es lo que vemos, y el arrojo intrépido con temple que ofrece la actuación de Juárez -con sus famosos principios tauromáquicos muchas veces citados en esta revista: Parar, Templar, Mandar-, lo convierte en lo que es: alguien que toca de pies al suelo y que sabe muy bien lo que se hace. Unas características hoy extensivas al otro socio de la compañía, Pablo Girón.
A su lado actúa su hija Julia Juárez. Una joven titiritera que parece haber encontrado
la vocación que todo el mundo anhela, tan cómoda se la ve en su quehacer escénico. Provista de bonita y agradable presencia, establece un precioso contrapunto de ligereza al macizo trabajo de su padre, quien puede de este modo dejarse ir en su perfil más posado en la tierra. En efecto, Julia va sobrada de energías, provista de un ímpetu de armas tomar, fuerzas que el oficio de su padre y la misma dinámica de la obra encauzan, con sus entradas y salidas, y sus situaciones alocadas.
Comunicar bien con el público es una constante en esta obra. Ya desde el principio, se hace presente un cerdito díscolo que no cesa de gruñir, interrumpiendo la labor de los actores. El cerdito forma parte de la compañía, pero no actúa, se llama Manolito, y lo que más desea es ver la función desde el público. Bueno, ningún problema: uno de los espectadores niños se encargará de atenderlo y vigilarlo, con todo lo que conlleva hacerse cargo de un cerdo.
Y así, de un modo tan sencillo y divertido, se marca la convención titiritera que los niños a partir de aquel momento seguirán al pie de la letra, otorgando realidad a los muñecos orondos que desfilan por el escenario.
En la adaptación del cuento que hace Arbolé, finalmente el más malo de los personajes no es el lobo, sino el granjero, que convierte al padre de los tres cerditos en chorizos y jamones, como es de rigor que sea en la vida real. En la vida de los cuentos, el lobo suele ser el malo malo que busca comer a los cerditos, para acabar chamuscado, apaleado y humillado por estos -y, a veces, vencedor. En la versión de los Juárez, los autores deciden dignificar al personaje: tiene hambre y le gustaría zamparse a los rollizos cerditos, pero en realidad está molesto porque le llaman perro en vez de lobo. Permitan que revelemos este spoiler, al ser una obra que Arbolé ha representado en centenares de ocasiones y por ello es un argumento bien conocido por el público. Una vez los cerditos deciden llamar Lobo al lobo, otorgándole su estatus de personaje principal de tantos cuentos del mundo mundial, este se calma y se convierte en un amigo al que se puede invitar a cenar en casa.
En el cuento de los Juárez, todo fluye con donaire, risas, humor disparatado más algunas canciones incluidas. Se nota que los actores se lo pasan bien, que se sienten cómodos en su práctica del oficio, y eso invita a los espectadores a hacer lo mismo y a entregarse a la obra y al humor fresco y campechano de Arbolé. Al final, los niños aplaudieron con ganas, y en el coloquio al que fueron invitados a participar, dijeron que la fiereza del lobo les había impresionado. Lo que indicaba que la obra había cumplido con su misión de dar a conocer los viejos arquetipos de nuestra cultura, función principal de los cuentos, con sus lobos, granjeros matarifes y cerditos inteligentes.