(Imagen de ‘Ubú reciclado’, de Carlos Converso)
“Soy un títere, algo artificial, no pretendo engañarte, sin embargo…”
Qué mayor artificio podemos encontrar que ese desatino de querer dar vida a una materia muerta y que, sin embargo, contra toda predicción realista, lograr ese efecto de vida en la circunstancia de la escena.
Crear la ilusión de vida a una materia muerta, tal parece, la peculiaridad más representativa del trabajo del titiritero.
Pero, ¿qué clase de vida es ésta? La característica del teatro de títeres radica justamente en el hecho que utiliza el truco con el cual una cosa inanimada, una figura o un muñeco simulan una cierta vitalidad; y así de algo común nace un milagro. Ahora atención, ese truco por el cual aceptamos en el ámbito de la ficción una vida momentánea y relativa es precisamente eso, un artificio, una manipulación, y en buena medida entonces, un simulacro.
Y ese lugar donde es posible tal prodigio se llama escena, ese espacio y tiempo singular que permite configurar el evento teatral, dispuesto para ser observado, construido para la mirada del otro, y que transita de la escena a la audiencia y viceversa gracias a una serie de convenciones y acuerdos establecidos entre unos y otros.
El teatro de títeres habita y se constituye en un mundo de ficción, en una realidad otra a través de una construcción escénica claramente determinada por los artificios y las convenciones. Realidad que es referencial e interpretativa, que se formaliza en una poética y por lo tanto, se instaura como una teatralidad con sus propias reglas y coherencia.
La ficción titiritera no la entendemos como la creación de una representación a la manera como lo hace un teatro enmarcado en un realismo naturalista, privilegiando la reproducción fiel de la realidad, aun cuando esa creación titiritera esté bastante apegada al modelo real, finalmente no dejan de ser títeres, por lo tanto, dan un resultado escénico modificado por lo peculiar del lenguaje de las figuras animadas. En este caso, la ficción está generada y sostenida por un procedimiento de recreación de la realidad para construir el universo de los títeres, que parte de la realidad como un referente más o menos distante pero que está ordenado por otras reglas y acuerdos escénicos entre artista y público.
El títere es materia más o menos intervenida que se resignifica desde su artificialidad, en primera instancia, en un segundo momento, por la animación que realiza el titiritero, y en un tercer momento, si se me permite expresarlo en esta secuencia de momentos, por la propuesta dramática completa que termina de darle sentido a la escena.
Esto quiere decir desde la materia y sus posibilidades y fundamentalmente desde el procedimiento de manipulación que hace el titiritero logrando la animación de la figura en el contexto de una propuesta dramática, que da por resultado un lenguaje expresivo singular, de una extraordinaria riqueza simbólica y metafórica
Sin duda, es la intervención del titiritero la que está presente en escena en la manera como se plasma esa construcción singular que da un peso y resignificación al mundo material que nos muestra.
Si aceptamos al teatro de títeres como un lenguaje que define su expresión tanto a partir de lo plástico como de lo dramático estamos frente a un teatro que se compone y expresa de una materialidad (elementos y recursos formales) singularmente más palpable que el teatro de actores.
En efecto, la realización escénica en el teatro de títeres toma cuerpo y concreción en un mundo de formas y materiales; igualmente podríamos decir del teatro de actores, sin embargo aquí es un universo completamente construido para la viabilidad de la escena: los personajes, la escenografía, el espacio, el dispositivo escénico hecho a la medida de los títeres y sus técnicas, de los titiriteros y sus modalidades de trabajo, un ámbito creado para el artificio, mezcla de máquina, ingenio y tramoya.
Sin ir más lejos, tomando como ejemplo al propio títere, dentro de un sistema que privilegia la creación de un personaje que practica una mimesis apegada al modelo referencial, tenemos una figura animada que es un artefacto construido exprofeso para la escena, una cosa concebida y construida para accionar y representar en el escenario, pero que además tiene impreso, de manera premeditada, una serie de rasgos y características que componen eventualmente un carácter, una personalidad; y que gracias a la destreza y talento del titiritero como de la coherencia formal del montaje, presenta un grado de verosimilitud.
En el teatro de títeres los personajes y su entorno son concebidos a la medida justa que exige la acción dramática; es decir, están imaginados, construidos y funcionalmente dispuestos para cumplir a través de una estructura material con la ficción propuesta, desde la escena más simple y austera a la más compleja y barroca. En última instancia, la parte material en el teatro de títeres, que esta notoriamente más presente que en el teatro de actores, es la que determina de una manera consustancialmente ligada al proceso de creación: el resultado de la obra, la que cobra cuerpo y presencia como ese orden concebido para crear un evento teatral a la mirada del espectador.
Y he aquí lo curioso, donde se hace presente una especie de estratagema, de maniobra habilidosa, que da pie a ese insólito fenómeno en donde yo espectador tomo por cierto lo que ocurre en escena, suspendo momentáneamente la mirada realista aceptando las reglas de ese juego y permito ese espacio de fantasía e invención.
Detengámonos un momento en este punto, que quiere decir “tomo por cierto”, hablamos de verosimilitud y de reglas de juego, de convenciones escénicas que permiten la creación un orden y coherencia que involucra tanto la historia que estoy contando como el mundo material de los títeres y la presencia del titiritero; es decir una composición escénica que apunta a una unidad de sentido.
Tomando la animación como el ejemplo más representativo, si a través de esta técnica se logra crear esta ilusión donde el títere se percibe como “vivo” en escena, entonces se cumple esta condición de verosímil, aun cuando yo espectador estoy consciente que el títere es un objeto creado para desempeñarse en la escena, es decir es una cosa que al pasar por un procedimiento, el truco de la animación hace posible esa verosimilitud.
Lo increíble aquí es que cuando se logra esta franja de credibilidad en el marco de ciertas convenciones escénicas la ficción tiene la potencialidad de generar en el espectador sensaciones, emociones y reflexiones. Esta es una cualidad del arte, en especial las artes escénicas, hacer posible esa “seducción”.
Pero en el caso del teatro de títeres no solo está magnificado con respecto al actor, porque el personaje no es un ser vivo como el actor, es un figura, esto es un artefacto concebido de materiales diversos; entonces el salto de credibilidad es mayor, o bien simplemente es la fascinación de ver una figura humana o animal moviéndose con una gracia y acierto deslumbrante, (quizás por eso se usa tanto palabras como magia, prodigio, encanto, etc.), se trata también de un universo inventado, todo el aparato escénico creado a la medida de ese protagonista: el títere, y deberíamos agregar a su acompañante, el titiritero.
La verosimilitud en este ámbito se trata de una especie de coherencia, de lógica de la ficción que hace posible la atención y el interés. Pero que no parte de la idea de que el arte es una copia de la realidad, sino que esta es un referente obligado pero distante, que no se sostiene en el imperativo de copiar la realidad para alcanzar verosimilitud, sino que ésta aparece en la recreación, en una representación diversa de la materialidad que cumple con los requisitos de la ficción. Los elementos sobre los que estaríamos pendientes de ese grado de verosimilitud son: historia, personajes, títeres construidos (desde la propia construcción), escenarios, acciones, coherencia de la puesta y, obviamente, la animación del títere.
Traigo aquí una anécdota de Serguei Obratsov que ilustra con gran claridad este tema. Cito:
“En mi número “Canción de cuna” son dos personajes: el padre y el hijo. Podrían ser interpretados por dos muñecos, y entonces no habría la menor diferencia de principio en su representación. Pero en mi versión, el padre es interpretado por un hombre y el niño por un títere. …El espectador ve en cuanto salgo de detrás del biombo que el muñeco está calzado en mi mano…, lo que más me seduce en este número es que, a pesar de encontrarse absolutamente al descubierto el “secreto” del muñeco y a pesar de las carcajadas que estallan en la sala en varios momentos. El público sea quien fuere, adulto o infantil, en un local grande o pequeño, se sume en el silencio más total cuando Tiapa se queda dormido y yo me lo llevo con cuidado detrás del biombo. Podría creerse que precisamente en ese momento, cuando me quito de la mano el muñeco y éste se convierte de hecho en un trapo viejo, debería desaparecer toda la fe de los espectadores en la veracidad de la acción; y, sin embargo, permanecen en tenso silencio, mientras que yo camino despacio y de puntillas llevando en brazos a mi niño, y me congratulo del silencio de la sala, tenso como una goma estirada”
Pareciera como si esta “seducción” generara una cierta complicidad, una aceptación de la convención y por lo tanto una invitación cordial al juego.
Como vemos todo esto es un franco y total montaje, una maniobra, un simulacro, pero que tiene como resultado un efecto verdadero en la audiencia.
Muchas veces en el teatro de títeres es a través de la materia y sus formas, de sus posibilidades de transformación y manipulación, que logra plasmarse en escena los conflictos, los momentos cúspides de la tensión dramática, el carácter de los personajes, las alteraciones y metamorfosis de las figuras y situaciones.
Cuando la materia es parte sustancial del planteo dramatúrgico el resultado tiene, en el caso del teatro de títeres, una contundencia y fuerza expresiva singular. Esta manera de producción artística nos obliga a una forma de trabajo en constante confrontación con los materiales y sus alternativas con miras a hacer posible teatralmente hablando, esa ficción escénica. La convención teatral enmarca lo que sucede en el teatro como representación y como ficción dando verosimilitud a la escena.