(Edmond Duranty, Théâtre de Marionettes, ilustración para ‘Les drogues de cataclysterium’. Archivo del autor.)

Publicamos con esta entrada el primero de una serie de artículos que Adolfo Ayuso prometió escribir sobre la temática erótica en el teatro de títeres. El punto de partida fue la conferencia que presentó en abril de 2022 durante el último Festival Ròmbic de Títeres para Adultos, que organiza l’Associació Titellaire de Roquetes en el Ateneu 9 Barris de Barcelona (ver aquí), en la que Ayuso trató el tema de un modo amplio y sin entrar en pormenores, dado el formato de conferencia ilustrada escogido.

Adolfo Ayuso iniciando la conferencia en el vestíbulo del Ateneu 9 Barris. Foto de Jesús M. Atienza

Fue tal el éxito de su presentación, que hubo un cierto clamor titiritero de los presentes para que el tema fuera desarrollado con más extensión por el autor. Un éxito que sorprendió al mismo conferenciante, quien había realizado un estudio en profundidad sobre la temática, acumulando mucho material.

En este artículo, presenta el autor un episodio poco conocido del teatro de títeres francés en la segunda mitad del siglo XIX, el protagonizado por Louis Lemercier de Neuville y su inmersión titiritera en la fascinante vida literaria y bohemia de París.

Duranty y Lemercier

La primera frase que pronuncia Edmond Duranty en su lujoso libro Théatre de Marionnettes (1ª edición, París, 1863) la debieran grabar a fuego los titiriteros en su frente: «Lo que hacen las Marionetas domina absolutamente a lo que ellas dicen». Lo cual viene a decir que un Ubú Rey o un Retablillo de don Cristóbal no van a funcionar, por mucho texto de Jarry o de Lorca, si el titiritero no sabe animar a los muñecos con gracia.

Imagen interior del libro de Duranty ‘Théatre de Marionnettes du Jardin des Tuileries’

Duranty, afamado novelista y crítico de arte, amigo personal de Manet y Degas, levantó en 1861 un teatrito de marionetas en el Jardín de las Tullerías. Él mismo, con la ayuda de algunos de sus amigos artistas, levantó retablo, pintó escenografías, construyó sus títeres, los vistió y durante tres años interpretó las aventuras que había escrito. No será el único escritor convertido en titiritero.

Algunos amigos de Duranty, bastante ilustres y calaveras, alabaron su esfuerzo pero le echaron en cara que su público se limitara a los niños, a las doncellas que los atendían y a los militares que asediaban a las criadas que, además, preferían las batalles de Polichinela con el Diablo antes que atender a sus literarias marionetas . A los postres de una copiosa comida, con toda seguridad empapados de espirituosos licores, propusieron armar otro teatro que estuviera exclusivamente dirigido a los adultos más ilustrados y crápulas de París. Con obras que produjeran escándalo y rubor a los intelectuales puritanos que ellos odiaban, aquellos que eran esclavos de la burguesía más estúpida. Proclamaron su deseo de luchar, aunque fuera en una humilde cava, «contra la tiranía de las soirés oficiales y las reuniones donde los pintores se mezclaban con los empresarios de la Bolsa y los poetas con los periodistas más petardos y arrogantes.»

Se encargó el asunto a Louis Lemercier de Neuville, un escritor de segunda fila que acababa de comenzar a actuar con sus pupazzi , con apabullante jolgorio, en algunas reuniones de artistas. Los pupazzi eran siluetas de conocidos personajes de la política y el arte, recortadas de los grabados de la prensa, pegadas sobre un cartón o lámina de madera, pintadas a mano y con alguna sencilla articulación en cabeza o brazos. Luego algunos caricaturistas, como el también fotógrafo Étienne Carjat, le ayudaron en la creación de nuevas figuras, siempre extraídas de la actualidad social parisina. Aquellas sesiones resultarían ser un antecedente de los Muñecos del Guignol de Canal Plus que ocasionarían, en su versión española de los años 1990’s, profundas y agrias discusiones políticas. La sátira no suele ser bien digerida por los carnuzos y en 1996 había sido proclamado presidente del país, don José María Aznar. Posteriormente, Lemercier ─al que sus amigos más crápulas llamaban, cariñosamente, «Lemerdier»─ utilizaría el teatro de sombras y los títeres de guante, con una capacidad de interpretación muy superior.

Portada de ‘Paris Pantin. Puppazi’, de Lemercier de Neuville. Archivo del autor.

EL TEATRO

Buscaron un lugar pequeño pero apropiado y lo hallaron en una antesala vidriada de la casa de Amadeo Rolland, en la Rue de la Santé (hoy Rue de Saussure, cerca del Parque de Clichy-Batignolles), escritor y empresario, que aceptó gustoso la propuesta para instalar allí el Erôtikon Théatron, tal como realmente lo llamaron. La casa tenía por servicio dos mujeres, la cocinera, Aimée, y Tronquette, una negra de piel blanca, que limpiaba y hacía las camas con eficacia pero que no debía lavarse demasiado. Su aroma era jocosamente exaltado en las reuniones de aquellos libertinos. Ambas dormían juntas en un pabellón situado en el jardín, lo que incrementaba notablemente el color de sus comentarios.

«El señor Lemercier de Neuville hizo a la vez de arquitecto, de albañil, de pintor, de maquinista y de director». Todos le concedieron el privilegio de ser el factotum. Encima del portal de entrada estaba escrita la frase: SIN ORDEN NO SE LLEGA A NADA, que se suponía reflejaba el pensamiento de Monsieur Prudhomme, personaje creado por el escritor Henry Monnier, paradigma del típico burgués de mediados de siglo XIX, solemne y pomposo, juzgador, declamatorio y soporífero. Todos los carteles que anunciaban las lúbricas obras, lucían el mismo epigrama. En una de las paredes lucía un fresco pintado por Lemercier de Neuville que representaba una sala de espectáculos con los espectadores holgazaneando en los palcos. Al fondo se levantaba el escenario, pintado por Henri-Alfred Darjou, tras el que había un espacio suficiente para una sencilla maquinaria.

Lemercier con el personaje de M. Proudhomme, creación de Henry Monnier. Archivo del autor.

En una de las paredes lucía un fresco pintado por Lemercier de Neuville que representaba una sala de espectáculos con los espectadores holgazaneando en los palcos. Al fondo se levantaba el escenario, pintado por Henri-Alfred Darjou, tras el que había un espacio suficiente para una sencilla maquinaria.

Dibujo de Félicien Rops, para la edición de 1864-1866.

Se inauguró el 27 de mayo de 1862 y conocemos perfectamente quiénes asistieron porque se habían impreso unas tarjetas de invitación. No eran poca cosa, estuvieron presentes 24 grandes hombres de los negocios, las letras y las artes: entre otros,  Alphonse Daudet, luego autor de Tartarín de Tarascón o de Cartas desde mi molino; Paul Feval, autor de folletines, que competía en fama con Eugenio Sue o Alejandro Dumas, padre; Théodore de Banville, poeta y dramaturgo, uno de los fundadores del parnasianismo y protector de Arthur Rimbaud; Auguste Poulet-Malassis, editor de Las flores del mal, de Baudelaire;  Henry Monnier, dramaturgo, actor, caricaturista y grabador; Albert Glatigny, actor, poeta y dramaturgo; Jules de Champfleury, escritor, uno de los fundadores del movimiento realista, y Edmond Duranty, el escritor que había fundado el teatro de marionetas de las Tullerías, ambos aparecerían en el famoso cuadro homenaje a Delacroix, que pintó dos años más tarde Fantin-Latour, donde queda retratada la crema literaria y pictórica de Francia, como Charles Baudelaire o Edouard Manet. También asistieron dos señoritas, o mesdemoiselles, de nombres Guimond y Antonia Sari, de las que desconozco su ocupación, pero seguro que se escandalizaron tan poco como los señores mencionados. El teatro era pequeño pero se valoró más la calidad que la cantidad de los asistentes. Seguro que no estuvieron sentados en rústicos bancos de barraca, sino en cómodos sillones.

Alphonse Daudet
Cuadro Homenaje a Delacroix, de Fantin-Latour, con la presencia de otros dos asistentes: Duranty y Champfleury.

Después de esa primera representación, la cocinera Aimée preparó una suculenta cena, en el curso de la cual Jules Champfleury exclamó enfervorecido: «¡A la muerte del Teatro Francés, a la prosperidad de las Marionetas!» Y todos brindaron por ello.

LAS OBRAS ALLÍ REPRESENTADAS

Salvo excepción , se estrenaba cada quince días una obra nueva, siendo algunas ellas repetidas debido a su éxito y jolgorio. Los argumentos ponían énfasis en los esforzados juegos del amor.

Ilustración de Rojan para la edición de 1932.

Erôtikon Théatron, prólogo en verso de Jean Duboys, que advertía al público que en este teatro  «se imitan exactamente / los mil sonidos de la naturaleza, / desde la tormenta y su murmullo / hasta el perro y sus ladridos.» No cabe duda de que todos entendían y estaban advertidos.

Signe d’Argent (Señal de dineros), vodevil en tres actos, de Jean Duboys y Amadeo Rolland.

─  Le dernier jour d’un condamné (El último día de un condenado), drama en tres actos de J. H. Tisserant.

Scapin Maquereau (Scapino Chuloputas), drama en un acto par M. Albert Glatigny.

La Grisette et l’étudiant (La modistilla y el estudiante), pieza en un acto par Henry Monnier, con textos tan lúbricos como el que declamaba la modistilla metida en faena:

«Decíamos, mi gatito de teta, que estábamos haciendo locuras… Me gustaría besarte… Dame tu besito… (Acariciando sus huevos y cosquilleando el miembro), ¡puerco!… (Con admiración y ganas de aprovechar la ocasión) Es más fuerte de lo que era hace un momento… ¡Y duro! ¡parece de hierro!… ¿Cómo no te revienta el vientre cuando entra una cosa tan grande? (Lo agarra con avidez y se lo introduce) Espera, mi perro, espera… Eso está bien, ahora… ¡Córrete!… ¡Ah!… mamá, ¡Ah!… mamá, mamá…».

En mitad de esas batallas amorosas intervenía la voz censora de Monsieur Prudhomme, el burgués ficticio creado por monsieur Monnier.

Ilustración de Lynen para Le Bout de l’an de la noce, 1882.

Le Bout de l’an de la noce, (un intencionado juego de palabras que se puede traducir como El final de año de la boda, pero también an o anus, pueden indicar otra cosa; era una parodia de Bout de l’an de l’amour de M. Théodore Barrière) por Lemercier de Neuville y Jean Duboys.

Un Caprice (Un Capricho), de Lemercier de Neuville; 

Les Jeux de l’amour et du bazar (Los juegos del amor y del bazar), comedia de costumbres, en un acto, de Lemercier de Neuville.

La Grande symphonie des Punaises (La Gran sinfonía de los chinches), del gran fotógrafo Gaspar-Félix Nadar y Charles Bataille.

Si están claros los impúdicos textos recopilados y reeditados en numerosas ocasiones, siempre en tiradas limitadas y en ocasiones con ediciones de lujo para bibliófilos de gusto exquisito, no queda nada claro lo que las marionetas hacían, ni siquiera hay el mínimo rastro de cómo eran, qué tecnica utilizaban. Lemercier de Neuville practicaba entonces con sus pupazzi, esas siluetas planistas que él mismo recortaba. Pero no parece posible que las acciones que se mencionan en los textos fuera posible representarlas con la sencillez de una silueta. Seguro que aparecían tetas, pollas, dildos, bidés y otros infames artilugios. Una referencia indirecta señala la posibilidad de que fueran muñecos de guante, que ya dan mucho más juego escénico: dentro del repaso del material escénico del teatro (vestidos, decorados, etc) se señala que el señor Demarsy, actor del teatro de la Porte-Saint-Martin, esculpió ocho figuras.

Ilustración de Rojan para la edición de 1932

EL FIN DE AQUELLAS JUERGAS MARIONETÍSTICO-LITERARIAS

Siempre inquieta a la sociedad de orden un coño que se despereza, una polla que busca alojamiento, un ano que palpita, una axila que derrama una atmósfera cruda. Ciertas frases —mi querido cerdo, mi perra desatada, trabaja mis tetas—, arañan el oído de meapilas y beatas, incluso el de algunos liberales que guardan en su cabeza la sopa de telaraña que mamaron en las monjas o en los salones familiares. En la intimidad todo se practica pero no se publicita. Publicar la alegría, la cochinada, inquieta a la sociedad, la desordena. Y esta aventura cochina, casi inocente, pero no tanto, terminó pronto.

Ilustración de Rojan, para la edición de 1932.

El Erôtikon Théatron apenas duró siete u ocho meses, «del verano de 1862 al invierno de 1863», pues el dueño de la casa tuvo que mudarse de residencia. En 1864 se editó un breve librito que recogía la mayor parte de las obras allí representadas y en 1866 se reeditó, publicando el nombre de los autores de las pecaminosas piezas. El anónimo autor de la introducción, que firmaba «El ilustre Brisacier», se quejaba penosamente:

“Hoy de ese teatro no queda nada, sino un recuerdo de alegría y locura. Los burgueses se han instalado en el caserón de la calle de la Salud; los irreverentes frescos se han cubierto de una capa de yeso; y los autores de las bizarras bufonerías que vais a leer, se dedican a la composición de obras serias a fin de merecer a perpetuidad la gloria de la Academia.”

Jugar al sexo es mucho mejor que jugar a las batallas por mucho que a muchos militares se les ponga tiesa al escuchar el zumbido de los obuses. Juguemos pues al sexo, se debieron decir esas dos docenas de señorones y dos mesdemosoiselles que, seguro, disfrutaron como cosacos y cosacas, pero luego se reintegraron al orden que pregonaba el señor Prudhomme. La Academia castra y premia con laurel a los castrados.

Grabado de una actuación de Lemercier de Neuville en un salón burgués. Archivo del autor.

Así lo hizo el principal promotor de aquellas ingenuas guarrerías, el añorado Lemercier de Neuville que, a partir de entonces, se dedicó a lucirse en los salones más nobles de la burguesía parisina, quizá debido a ese rumor de «mala reputación» que le precedía y que seguro se rumoreaba en aquellas reuniones. A la burguesía francesa le encanta escandalizarse y luego regocijarse con sus artistas más bizarros. Véase a Georges Brassens, autor de canciones de muy «mala reputación» y luego ensalzado a las más altas cumbres de la gloria. Hace poco el francés Instituto Nacional de Historia del Arte recogió en sus fondos una buena parte de las marionetas de Lemercier de Neuville.

BIBLIOGRAFÍA

Me he basado principalmente en las dos primeras ediciones de 1864 y 1866, tituladas Le Théatre Erotique de la Rue de la Santé. Son histoire, recogidas por la Biblioteca Nacional de Francia (consultable en Gallica), ilustrada con dos grabados en plancha de cobre del belga Félicien Rops (1833-1898). Hay otra edición de 1882 con 8 grabados de Amédée Lynen (1852-1938), que fundaría en 1895 una asociación de teatro y poesía titulada Compagnie de Diable-au-corps.

También he utilizado una pequeña joya de mi biblioteca: Le Théatre Érotique de la rue de la Santé, precéde de son histoire, et suivi de Les Deux gougnottes (Las Dos lesbianas), obra de Henry Monnier que creo no se estrenó en nuestro teatro de la Rue de la Santé, aunque lo mereciera con creces. Está en una edición de lujo, en pequeño formato, sacada a la luz en 1963 y reservada para los miembros del Círculo del Libro Precioso, dentro de una colección titulada Les Bijoux Indiscrets (Las Joyas Indiscretas).

Edición de 1963, colección ‘Las joyas indiscretas’. Archivo del autor.

Entre otras ediciones hay una muy bella que se publicó, en edición muy limitada (25 ejemplares en papel Japón y 250 en papel Velin), en 1932, con fotograbados y acuarelas del ruso-estadounidense Feodor Rojan (1891-1970).

Algunas de las ilustraciones que aparecen en este artículo son de los autores mencionados.