(Pilar Álvarez, de Viravolta Títeres, con Toribio de Mañón y el cura. Foto T.R.)
Continuamos con nuestro relato del Titiriberia 2022, que durante la semana que va del 14 al 31 de julio, ha dado tanto de sí no solo en espectáculos sino también en actividades paralelas o complementarias.
No cabe duda que uno de los factores que más realzan el interés de los festivales hoy en día, es la amplitud de miras que sus direcciones toman a la hora de combinar la programación en si de espectáculos con otros eventos complementarios, pensados para invitar al público pero sobre todo a los mismos profesionales a practicar ejercicios de análisis y de autoobservación, indispensables para avanzar en cualquier disciplina y entender el lugar que ocupamos en el mundo. La razón es simple y tiene que ver con esta verdad a veces olvidada de que el teatro es espejo de la sociedad, en el cual nos podemos reflejar y calibrar. Una función que el teatro de títeres ejerce aún con mayor razón, al ser la marioneta un objeto-espejo intermediario entre el actor-titiritero y el espectador.
Visto desde esta perspectiva, el festival Titiriberia suele cumplir estos cometidos con generoso empeño. Tres serían los ejes temáticos del relato que los directores han diseñado para la edición de este año: 1- plantear la situación del sector de los títeres en Galicia, a través del 40 aniversario de Trécola y Viravolta, lo que permitió iniciar un proceso de autoanálisis poniendo a distintas generaciones de titiriteros frente a frente; 2- poner sobre la mesa la cada vez mayor presencia de la mujer en el sector (mayoritaria en estos momentos en España, según los últimos estudios estadísticos -ver aquí), con un buen surtido de espectáculos protagonizados por mujeres solistas, más la intervención por vídeo-conferencia de Elvia Mante desde México, quien está llevando a cabo una tarea impresionante de reivindicación y de lo que hoy se ha dado en llamar ‘empoderamiento’, sobre las mujeres titiriteras en el mundo entero; 3- reivindicar y dar a conocer las tradiciones populares del títere europeo, con cursos, talleres y espectáculos, en paralelo a la defensa y promoción del personaje de Barriga Verde.
De algunos de estos temas tratan los espectáculos y los temas de los que vamos a hablar en esta crónica y en la quinta y última que la seguirá. Concretamente este artículo hablará de Irene Vecchia, cuya presencia fue uno de los puntos álgidos del festival: curso de dos días sobre la técnica de los guaratelle, un espectáculo clásico del Pulcinella napolitano, y el estreno en España de la obra A Lúa e Pulcinella; Vida, crimes e prisión de Toribio de Mañón, de Viravolta Títeres; y As varietés de Barriga Verde, un cabaret creado por múltiples artistas.
Irene Vecchia, Maestra de los Guaratelle
Ya hemos hablado en otras ocasiones del trabajo de Irene Vecchia en Titeresante, a la que hemos seguido, observado y admirado a lo largo de la última década (ver aquí), y debo decir que los asistentes al Titiriberia de este año tuvimos la suerte de ver este momento dulce que ocurre cuando una maestra reconocida de los títeres, con todas las energías de una edad todavía joven, alcanza su grado de madurez pletórica o de esplendor. Lo pudieron comprobar los alumnos que participaron en su curso de dos días, gozando de este talante de abertura serena que sabe combinar la distancia, el aplomo del saber consolidado y la empatía más directa, sin afectación alguna. Y también quienes vimos las dos obras presentadas en el Festival.
En Pulcinella, Irene ha alcanzado este punto en el que ya no es necesario seguir patrones fijos, sino que, partiendo de las bases canónicas del género de los guaratelle, se permite llegar a desenlaces diferentes según el contexto, la respuesta del público y las ganas del titiritero. Pues eso es lo que hizo en su actuación en la Praia de Tanxil, a la sombra del bosquecillo de plátanos y otros árboles donde artista y espectadores se resguardaron.
Sus juegos con el perro, esta secuencia clásica del títere napolitano, los borda Irene con un dominio perfecto de la técnica, con una sutil característica que me parece que define su estilo: detrás de cada movimiento hay siempre una sombra de reflexión, como si el títere se llenara de la autoconciencia del titiritero, estableciendo un diálogo íntimo entre los dos. Son simples destellos de conciencia observadora, pues las rutinas de manipulación no permiten ni pausas ni languidecimientos, pero que llenan de contenido la acción y le dan un valor añadido de gran importancia, al alcanzar subliminalmente al espectador -por el efecto espejo-intermediario que tiene el títere-, enriqueciendo enormemente el proceso catártico compartido de la representación.
Aquel día Irene decidió saltarse la rutina del sarcófago y sacó a títeres que no siempre suelen salir en las funciones, como la del verdugo con la horca, que acaba como bien se sabe con la burla de Pulcinella, ducho en este quehacer de torear a la Muerte. Son números que los espectadores actuales no siempre encajan bien, dados los actuales protocolos farisaicos de moralina pública. Sin duda pensó Irene que el público de Titiriberia es de los más maduros y capaces de entender los juegos del lenguaje popular de los títeres, como en efecto ocurrió en la Praia de Tanxil.
Irene bordó toda su actuación con una técnica siempre viva y segura, sostenida por esta alma interior del títere que da la autoconciencia titiritera antes mencionada, manteniendo la representación en el presente indispensable para que el rito catártico alcance toda su altura.
A Lúa e Pulcinella
El espíritu de la época que, como es bien sabido, tiene su mirada puesta en el género femenino, encarnado este en múltiples titiriteras que practican hoy el títere popular de guante, llamó a la puerta del retablo de Irene Vecchia con las ganas de proponer un tema que, desde el mismo lenguaje de los polichinelas, que siempre ha hecho poca distinción de género o más bien se ha inclinado tradicionalmente por el masculino, reivindicara ese lado femenino sin traicionar las esencias básicas de la cachiporra.
Irene aceptó el reto y el resultado es la obra que presentó en Rianxo, A Lúa e Pulcinella. En ella, los títeres salen de los contextos clásicos de amos y siervos, de ricos y pobres, propios de los siglos en que nació y se desarrolló la Comedia del Arte, y nos muestra un entorno sacado de la realidad más cruda, hoy tan presente en las calles y las casas, así como en tantas películas que utilizan la violencia machista, en todas sus variantes, como reclamo y anzuelo.
Pero bien sabemos que en el universo de los títeres, lo real se asocia íntimamente con lo poético y lo simbólico, motivo por el cual es posible mostrar las barbaridades más deleznables sin que nos ofendan en demasía. Los títeres suelen cortarse la cabeza una, dos y tres veces si es necesario, y nunca mueren ni nos manchan de sangre (algunas veces de Ketchup), al estar hechos de madera, por lo que la tragedia no tarda en convertirse en comedia, y viceversa. Es navegando sobre estos registros tan propios del lenguaje de los títeres, que Irene Vecchia ha encontrado la manera de plantearnos un caso de asesinato de género en la figura de la mismísima Teresina, la eterna novia de Pulcinella, quien ya en la primera escena es víctima de un acoso criminal.
Por de pronto, Teresina, que siempre se manipula y se ha manipulado con un bastón en el cuerpo, pues solo baila en las funciones, en esta ocasión tiene la misma alma de títere que los demás personajes, al ser la protagonista: un guante donde meter la mano. Pero la muerte de Teresina se convierte de inmediato en una muerte simbólica, la de todas las mujeres que sufren hoy acoso en el mundo. Y la deriva del caso es poética, como no podía ser de otro modo.
No vamos a desvelar el argumento, pues traicionaríamos a la autora-intérprete, pero el mismo título ya nos indica por dónde irán los tiros. Sí decir que en la obra, se reivindica a dos personajes: en primer lugar a Teresina, que ocupa el papel central y encuentra la solución de los problemas; en segundo lugar, esa otra faceta de Pulcinella, valorada por tantos estudiosos y practicantes del personaje: su ambigüedad hermafrodita, pues es tanto hombre como mujer, por una razón muy simple: tiene que serlo por pura necesidad de supervivencia, al reproducirse poniendo un huevo como así manda la tradición. ¿Se fecunda a si mismo? Eso no lo sabemos, pues los estudios no han llegado tan lejos, pero sí se sabe que se reproduce como las gallinas o las serpientes o los dioses primigenios. ¿Quién puso el primer huevo del que nacieron los dioses y el mundo? ¿Qué fue primero, la gallina o el huevo? Son preguntas que Pulcinella plantea a los sesudos investigadores.
Para los titiriteros, esta cuestión importa poco, pues es el mismo Pulcinella quien imparte doctrina y a ella debemos atenernos, si no queremos recibir un cachiporrazo desde arriba.
Irene Vecchia conoce bien estas características, pues por algo ella es mujer y sabe que todo títere es proyección directa o indirecta de quien lo mueve, proyección de ida y vuelta por el efecto espejo antes mencionado. Por eso los titiriteros solemos entender bien las dualidades ambiguas de la vida, intrínsecas en las personitas que manejamos y que de rebote nos manejan.
De todo eso habla A Lúa e Pulcinella, con esta delicada técnica propia de Irene, limpia, sosegada y siempre viva. Y el resultado cumple con los objetivos propuestos, poniendo los debates a una altura poética que no huye de lo real, y desde la base de los juegos polichinescos más puros del oficio. Si tenemos en cuenta que muchos intentos de estas características suelen pecar de un exceso de ideologismo o de retórica activista, la propuesta de Irene, impregnada del oficio que domina como nadie, ha sabido escapar de estos peligros logrando una obra viva, reflexiva y sorprendente, tocando el tema no desde la tesis sino desde el vuelo poético y la introspección titiritera de ida y vuelta entre el títere y el manipulador. ¡Sorprendente y admirable!
Vida, crimes e prisión de Toribio de Mañón, de Viravolta Títeres
Viravolta volvió a estar presente en el Titiriberia con esta obra de teatro popular de títeres que nos propone un nuevo personaje para la tradición polichinesca, el de Toribio de Mañón, un bandolero histórico que tuvo sus momentos de celebridad a finales del siglo XIX y principios del XX, llamado Mamed Casanova (curioso nombre, entre árabe y catalán…), y del que se cuenta que, en una de sus fechorías, Toribio robó el traje de un difunto para ir luego a conquistar a su viuda. Un episodio que inspiró a Valle-Inclán para escribir Las galas del difunto, una de las obras maestras de Martes de Carnaval.
Tiene mucha lógica que Viravolta, una compañía que siempre ha mostrado un gran interés por las tradiciones populares, la literatura de cordel y los títeres de calle en Galicia, se haya interesado por este personaje y supiera, desde un principio, que podía convertirse perfectamente en un clásico antihéroe polichinesco de raigambre popular.
Y nos encontramos aquí de nuevo con el factor ‘femenino’ que de alguna manera ha orientado el programa del Titiriberia de este año: una titiritera solista, Pilar Álvarez, se hace cargo en solitario de los títeres, mostrando unas cualidades realmente excepcionales en el uso de la voz, el ritmo y el manejo de los títeres, con un humor ágil e inteligente, que sabe beber tanto de la literatura culta como de la popular.
Junto a ella, Xulio Balado desarrolla esa otra faceta de Viravolta, que presentó su compadre Anxo García en O cego dos monifates, el del titiritero de calle que interpela al público como músico, narrador y presentador, en el rol de trujamán que ayuda a congregar a los espectadores, mientras a su vez les traduce o explica lo que hacen los títeres o por donde transcurre la historia, una figura presente en múltiples tradiciones europeas; pienso en el Vasilache rumano o el Petrushka ruso, y en tantas otras, como seguramente en muchas de las españolas.
Balado borda este papel con un tambor, unos platillos, una armónica y otros instrumentos de bolsillo, enardeciendo al público unas veces, asustándolo otras, y dejando que el protagonismo de la acción pase al retablo de los títeres.
Y regresamos a Pilar Álvarez y a su sabio quehacer, provisto de unas dotes excepcionales, y que no se corta ni un ápice a la hora de mostrar las escenas más crudas y divertidas del episodio del traje del muerto y de la viuda. Trabaja en un retablo que representa a una mujer, seguramente una cuentacuentos, en cuya boca se desarrollan las historias y locuras del tal Toribio de Mañón.
Una obra que nos remite a la Galicia de hace cien años, cuando los romances de ciego se leían en la calle, y las noticias del día corrían de boca en boca cantadas por charlatanes, pregoneros y bululús. Un viaje en el tiempo que los dos experimentados actores-titiriteros de Viravolta consiguieron realizar para el goce de todos los presentes.
As varietés de Barriga Verde
El viernes 29 de julio, a las 22:30h, tuvo lugar una fiesta-espectáculo particular, un cabaret del Titiriberia titulado Varietés de Barriga Verde, toda una declaración de principios. Fue la ‘noche golfa’ del festival que se celebró en el Auditorio Municipal y que reunió a un conjunto de artistas de muchas disciplinas diferentes, con los títeres y el personaje, o más bien el concepto, de Barriga Verde como ejes nucleares.
Arrancó la noche el Cuarteto Riamona integrado por Félix Rodríguez, Aitana Alcalde, Aldara Muíños y Bernal Muíños, todos ellos exalumnos de la Escuela de Música de Rianzo. Por cierto, fue así cómo me enteré de una realidad gallega que es la de las bandas musicales, que desconocía, de una importancia igual o superior a la valenciana. Es decir, bandas musicales en casi cada localidad mediana, y escuelas de música por doquier, para nutrir las necesidades de tantas formaciones musicales. La calidad de los instrumentistas (saxofón, clarinete, oboe y trompa) fue muy alta, mostrando el nivel de la escuela donde se han formado.
Presentó y condujo los diferentes números la conocida actriz gallega Antía Costas, que lució un atrevido modelo de revista de variedades marcando ya el tono de todo lo que vendría, con alegre desparpajo en el habla y un lenguaje irónico y directo que hizo las delicias del público. Costas cosió las diferentes intervenciones siempre con el hilo conductor de los títeres y de Barriga Verde, entendidos en sus aspectos más informales y atrevidos.
Rompió el hielo de los títeres Irene Vecchia que hizo bailar a sus guaratelle al ritmo de las piezas del conjunto musical, demostrando una vez más el gran nivel técnico de la titiritera napolitana. Pulcinella enamoró a los espectadores con algunos de sus gags y rutinas más cómicas, marcando con su intervención el camino titiritero de la noche.
La sucedió otra titiritera, Larraitz Urruzola, que al ser también la encargada de producción del Festival y quien recibía y atendía a los artistas participantes, recibió salvas extras de aplausos tal era el cariño que todo el mundo le profesaba. Ella fue la encargada de presentar a Barriga Verde, pero con una novedad importante: su Barriga Verde es mujer, marcando esta diferencia en femenino que el Festival se empeñó en afirmar. Estrenó una secuencia nueva del personaje con un afilador de cuchillos que disponía de una rueda de afilar que giraba de verdad. El público aplaudió la originalidad del número y el buen hacer de Larraitz, decidida a seguir experimentando con su particular personaje.
A continuación, presentó Antía Costas a la compañía de teatro amateur más antigua de Galicia, el Teatro Airiños dirigido por Amantia Coello, que representó un sketch muy divertido de una mujer que de pronto se veía sometida a un severo juicio por haber dicho algunas inconveniencias en las redes sociales. Una muestra de inteligente burla llena de sarcasmo y muchas dosis de surrealismo, que hizo reír y encantó al público con muchas ganas de divertirse.
Borja Insúa, de Títeres Alaktrán, fue el siguiente artista invitado quien presentó un número costumbrista cubano que pasaba en la vieja Habana, con un gallego rico que llegaba con ganas de montar un negocio, y unas deslumbrantes mulatas decididas a aprovecharse del oportuno ricachón. Sus títeres de varilla hicieron reír mucho al público, con sus escotes y sus andares provocadores.
Acompañó a Borja el titiritero cubano Lázaro Duyos, ambos con un perfecto hablar habanero, uno porque nació allí, y Borja porque vivió un año en la isla y ya parece medio cubano. Como supimos después, se trata de un aperitivo que ofrecieron de una obra que están trabajando ambos, con muchos más personajes y lo que promete ser una historia muy sabrosa.
Llegó entonces uno de los puntos álgidos de la noche, la intervención de la payasa gallega Pajarito Natalia Oteiro, muy querida en la región. Llegó con una carreta de albañil y con ella hizo mil disparates inimaginables, logrando que el público se destornillara de la risa. Mostró Pajarito una vena cómica de un gran originalidad, en la que se combinaba una mezcla de inocencia y gamberrismo, muy en la línea polichinesca subida hacia el disparate.
Finalmente, Antía Costas despidió la noche con una última actuación, la del titiritero cubano Lázaro Duyos, quien demostró su alto nivel ejecutor con una versión del clásico de Roberto Espina El propietario. Un titiritero que estuvo en el Guiñol de La Habana y que, como es propio en este país, tuvo una formación teatral y titiritera de altos vuelos, lo que explica la calidad de su intervención.
Un cabaret Barriga Verde de Varietés muy aplaudido y que entusiasmó al público que llenó el Auditorio Municipal de Rianxo.