(Salvatore Gatto. Foto T.R.)
Empezó el sábado 8 de octubre la 23a edición del Parque de las Marionetas con el despliegue acostumbrado de espectáculos de marionetas pero también de géneros afines, llenando de contenido esta segunda denominación que tiene el Parque de Festival Internacional de Teatro de Feria, desde hace tiempo ubicado en el Parque José Antonio Labordeta.
Y quizás uno de los aspectos más sobresalientes del programa, que se repite desde hace ya casi más de diez años, es la atención que se pone al género del teatro de títeres popular de guante, más conocido como ‘títeres de cachiporra’, de modo que cada edición presenta a cuatro maestros europeos del género, con siempre un denominador común: la presencia constante del titiritero de Granada Luís Zornoza Boy, una de las personas que con más fervor y tenaz porfía heterodoxa lo está cultivando en España.
Esta contumaz comparecencia de los títeres populares en las Fiestas del Pilar no solo se debe a la inteligencia estratégica de la dirección del Parque de las Marionetas, sino que a ella se suma otra importante aparición de las cachiporras a cargo de los titiriteros del Teatro Arbolé, con el personaje de Pelegrín como héroe polichinesco. Sus funciones en la Plaza de los Sitios de la capital maña (este año ligeramente trasladados a la adyacente calle Moret), se han convertido en una presencia imprescindible en el impresionante ambiente festivo que se vive estos días en Zaragoza.
Tal cúmulo de espectáculos ligados por la tradición popular del títere de guante es lo que nos impele a considerar la ciudad de Zaragoza, durante los días del Pilar, como la indiscutible Capital Española de la Cachiporra, un título no declarado oficialmente pero refrendado por los miles de espectadores que asisten a sus espectáculos.
La impresionante asistencia que llena día tras días las representaciones, ha ido creando con los años un público cada vez más entendido, capaz de distinguir entre un polichinela español de uno francés, italiano, inglés o portugués, espectadores que han aprendido los secretos de su lenguaje, que no es otro que saber que bajo la catarsis de las vívidas actuaciones de los titiriteros, no hay más que una profunda y pícara marrullería, con muchas gotas de retranca gallega, más unos anhelos siempre exaltados de vitalidad libertaria y una filosofía de perogrullo solo apta para niños: saber que los títeres son las dos manos del titiritero, y que aun estando tan vivos, son simples muñecos de madera.
Pero vayamos al detalle y a la variedad, que es donde se encuentra la riqueza del asunto.
Cuatro maestros en el Quiosco de la Música
Salvatore Gatto
No sería de recibo no empezar esta crónica con uno de los maestros de más renombre del panorama mundial de la cachiporra, que por primera vez acude al Parque de las Marionetas, un célebre practicante de los guaratelle napolitanos que en los años ochenta rescató esta tradición, entonces solo defendida por algunos pocos maestros ya ancianos y medio retirados. Lo hizo entonces junto a otro colega suyo también de Nápoles, Bruno Leone, cada uno aprendiendo el oficio por su cuenta y con un maestro diferente. Los dos nombres son hoy una leyenda en Italia y en todo el mundo de los títeres, al haber rescatado y puesto al día los viejos juegos de manipulación de los títeres populares napolitanos, títeres de piveta (la lengüeta en español) y de velocidad, a diferencia de las demás tradiciones italianas de los títeres,más basadas en el texto y en las llamadas máscaras de la Comedia del Arte más los nuevos personajes nacidos a su alrededor.
Salvatore Gatto ha sido y sigue siendo uno de los virtuosos del género reconocido especialmente por la viveza de su manipulación y por el tremendo ritmo que le sabe dar, de modo que sus espectáculos muchas veces han sido considerados como obras de títeres musicales, como si las manos y la cabeza de madera de los muñecos fueran instrumentos de percusión. Incluso Gatto llegó a crear un espectáculo en el que Pulcinella dialogaba con una batería.
Un gusto por la música que no oculta en sus representaciones, pues suele empezarlas y acabar con canciones del repertorio popular napolitano que canta él mismo acompañándose con una guitarra.
Sus juegos con el Perro, el Verdugo, o el muerto que no cabe en el Ataúd, rutinas clásicas de los guaratelle, han sido admiradas, estudiadas, aplaudidas y aprendidas por generaciones de titiriteros, que hoy los incorporan en sus nuevas rutinas.
En el Quiosco de Música del Parque de las Marionetas, Salvatore Gatto ofrece sus rutinas clásicas por partes, adaptándolas a los tiempos propios del lugar, en un retablo de los que hoy se usa en los guaratelle napolitanos: abierto por sus laterales y por detrás. Una disposición simplificada que permite a los espectadores ver la función por delante, por detrás y por los lados. Con ello se acentúa el efecto de síntesis de este tipo de teatro, que recoge la quintaesencia del drama teatral clásico, despojándose de todo lo superfluo.
Los espectadores del Parque de las Marionetas tienen estos días la oportunidad de ver a un clásico de los guaratelle, un referente mundial que sigue en sus trece, defendiendo en los escenarios y en sus talleres el viejo arte polichinesco italiano, que tantas influencias y derivaciones ha tenido en Europa y buena parte del mundo.
Eugenio Navarro y Malic
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Nos encontramos aquí con otro paradigma de la cachiporra: la de los titiriteros que se inventan a un personaje para ocupar el puesto de héroe polichinesco, a la manera de los clásicos, pero con una personalidad propia, distinta a las habituales del género. Una decisión que tomó la compañía con la que Eugenio se introdujo en este mundo, La Fanfarra, con el personaje de Malic, un títere que nació primero como una marioneta de hilo, un poco a la manera de un Tintín ibérico y de tonalidades ácratas, y que fue evolucionando a la par de sus aventuras, tanto las propias como la de los que lo manejaban.
Cuidado, no es fácil que un personaje nuevo llegue a héroe polichinesco. En el caso de Malic, fue necesario e indispensable un proceso iniciático, culminado con el espectáculo Malic Enamorado o el Retorno de Polichinela, creado en 1989, creo, en el que el Aventurero Ibérico, como también se le llamaba, era iniciado por el Diablo para ocupar el sitio del viejo Polichinela, entonces vacante en la escena catalana. ¿Qué le enseñó el Diablo? Pues a robar a un banquero, a ir a la cárcel, a escapar de ella, a hacerse torero y boxeador, hasta que el desesperado Lucifer lo manda a los infiernos, de donde sale con el rabo de un par de diablillos. Finalmente cae en manos de la Muerte, pero aquí aprende Malic el número clásico de la muerte burlada. La obra todavía contiene más lecciones, como son los estacazos propinados al señor cura que quiere casar a Cristeta, su amor, con otro, y al mismo Diablo, que no sabe si reír o llorar ante el éxito de su empresa…
Malic, ya bien enseñado y con la voz cambiada por la lengüeta, tuvo desde entonces el terreno libre para lanzarse al vacío del género cachiporrero sin vacilación alguna. Y eso es lo que ha hecho Eugenio Navarro en las últimas décadas: desplegar todo un estilo propio del nuevo Malic polichinela que, con los años y la larga experiencia de su domador, se ha convertido en un verdadero héroe de los que brillan por sí mismos, libre y abierto a cuántos caprichos y giros de su animador, un titiritero catalano-inglés de raíces canarias, que ha sabido cómo introducir en sus espectáculos un profundo humor fresco y socarrón de altísimo voltaje, derivado de su rica procedencia híbrida.
En el Parque de las Marionetas, Eugenio Navarro y Malic van de la mano mostrando algunas de sus rutinas más hilarantes, siempre ingenuas y llenas de frescura, enseñando al público que los títeres siempre te pueden sorprender, divertir y maravillar, aunque seas un ducho espectador entendido en estos lances que las ha visto de verdes y de maduras, como lo es el de Zaragoza.
Polichinelle y el Théâtre pas Sage de Sylvie Capdeboscq y Jimmy Azogué
He aquí a un personaje, el Polichinelle francés, de los que no se dejan ver en demasía, y no porque no haya suficientes titiriteros en Francia, sino porque Monsieur Polichinelle, el personaje que reinó en los escenarios titiriteros de París a lo largo de los siglos (desde el XVII hasta principios del XIX), dejó un día de impresionar a su público, quien le retiró su fidelidad sustituyéndolo por otro que la época encontró más acorde con los nuevos tiempos que se respiraban después de la Revolución: Guignol y su compadre Gnafron.
Es por esto de agradecer que hoy en día haya titiriteros con ganas de darle nueva vida, rescatándolo del pasado e inyectándole renovados tintes, que por regla general suelen venir de una suma de influencias llegadas de los países donde, con otros nombres, el personaje permanece vivo. Hay una razón por la que el Polichinelle original es tan difícil de revivir: su personalidad era tan compleja y polivalente, que quien le sustituyó en el cargo, Guignol, tuvo necesidad de hacerse acompañar con un doble o alter ego capaz de mostrar los lados oscuros que los espectadores habían desdeñado: Gnafron. Él podía beber, emborracharse, decir verdades molestas y grosería, o incluso tirarse pedos (péter, en francés), una de las especialidades más celebradas del impresentable Polichinelle dieciochesco. Lo intentó Alain Le Bon, aunque su modelo fue siempre el Punch inglés. Los del Théâtre de La Pendue lo adaptaron al modelo italiano de los Guaratelle, siempre con una rica personalidad propia.
El Théâtre pas Sage, nombre que en si es toda una declaración de principios, buscó influencias inglesas para su Polichinelle, que su amistad con el maestro Dan Bishop facilitó en uno de esos procesos de ósmosis creativa que tanto practican los artistas titiriteros, pero dándole asimismo unos componentes profundamente franceses, basados, como no podía ser de otro modo, en el lejano Polichinelle histórico.
En efecto, da gusto escuchar a Polichinelle, que habla con la lengüeta en boca de Jimmy Azogué, reírse de todo lo humano y lo no humano, mientras su compañera Sylvie Capdeboscq, con un dominio extraordinario de la voz, anima a los demás personajes. Pudimos ver en el Quiosco de la Música a un tremendo Diablo, con una voz que parecía salir del mismo infierno, aunque en la escena salía de un tonel.
Magnífica la idea del barril siempre presente en el escenario, de profundas raíces francesas, una metáfora muy polichinesca del lugar donde nace lo abismal y lo sublime: allí donde se suele guardar el vino. De algún modo, es como si los personajes del Théâtre pas Sage vivieran alrededor y dentro de un tonel de vino, del que han vaciado su contenido, motivo por el que las situaciones delirantes e imposibles son para ellos el pan nuestro de cada día.
Traer al viejo Polichinelle al Parque de las Marionetas era una asignatura pendiente del Festival, y que haya llegado de la mano de unos maestros como son los del Théâtre pas Sage, una verdadera suerte para los espectadores iniciados y los no tan entendidos. Una presencia que el público supo valorar, premiándolos con generosos aplausos.
Luís Zornoza Boy, en la tradición heterodoxa
Nos encontramos ante quien podríamos considerar como el titiritero residente del Parque de las Marionetas, un lujo que muy pocos festivales se dan, poder tener en casa año tras año a un mismo maestro, no para deslumbrar con sus virtuosismos espectaculares, sino para mantener vivo el fuego de la originalidad, de la modestia creativa, de un humor que nos remite a otras galaxias y universos, con unos contenidos suficientemente vacíos como para que espectadores y profesionales podamos rellenarlos con nuestra propia imaginación.
Lo bueno de Zornoza Boy es que su espectáculo es sumamente clásico, pero sostenido solo por un simple esqueleto de la ortodoxia, dejando abiertos estos vacíos antes mencionados que son por donde se filtra lo inesperado, la poesía, las miradas extrañas, tanto del titiritero como del espectador. Esta sensación de abertura está apoyada por el mismo retablo utilizado, que muestra el interior de los títeres colgados en sus ganchos. Y por eso es tan importante la presentación de la obra, momento álgido del espectáculo, cuando el titiritero da a los espectadores los códigos y las claves para seguir la representación. También se establecen las bases del humor, indicando que en los minutos que van a seguir, nada es lo que aparenta ser.
Hay un deseo explícito del titiritero en desmitificar su papel y lo que se va a hacer, vaciándolo de falsedades y oropeles. Pero a su vez, establece las bases para que el rito hacia lo conocido que son los títeres tradicionales, se abra a lo desconocido, a la sorpresa y al desconcierto.
El espectador atento, capaz de mirar sin demasiados prejuicios -los niños y más adultos de los que nos pensamos-, podrá gozar entonces de esta oportunidad única que le ofrece la genialidad de Boy: en su aparente modestia y pobreza de medios, se alza un monstruo de la creatividad artística, tan grande como transparente se deja ver. Un verdadero lujo para el público de Zaragoza, uno de los pedestales indiscutibles de esta capitalidad de la Cachiporra que atesora la ciudad.
Pelegrín y el arte polichinesco de los del Teatro Arbolé
Sin duda el otro sostén cachiporrero de la ciudad de Zaragoza es, desde hace ya muchos años, el Teatro Arbolé, mantenido por sus incansables sostenedores: Esteban Villarrocha, Iñaki Juárez, Pablo Girón y Julia Juárez, con las intervenciones más esporádicas de Alicia Juárez y Javier Aranda.
La razón es que Arbolé sintió, como antes lo vimos en el caso de Eugenio Navarro y La Fanfarra, la necesidad de tener su propio héroe polichinesco, al que llamaron Pelegrín. Lo explica muy bien Iñaki Juárez (ver aquí), al indicar como el personaje nació concretamente el 23 de abril de 1983. Contaba entonces Iñaki:
‘Pelegrín no salió de la nada sin más, sino que su origen se halla envuelto entre nieblas de leyenda, concretamente las que habitan en el Valle de Carrión, en el Pirineo Navarro. Fue en este escenario montaraz, en el que se cruzan los Caminos de Santiago que vienen de Francia y de Aragón, donde los de Arbolé pescamos al vuelo de unas charlas entre viejos lugareños, el nombre de Pelegrín. ¿Antiguos titiriteros de la legua que tras recorrer los Caminos de Europa recalaron y se establecieron en estas tierras regadas por el Esca?… Quizás. Otros hablan de orígenes más lejanos y misteriosos, mientras lanzan discretas miradas de reojo al Dolmen de Arrako y al cromlech que lo rodea, en las campas de Belagua o las de Roizu… Algunos viejos murmuran de vez en cuando su nombre, con pícara sonrisa en los labios, como si les recordara hazañas díscolas de la juventud…’
Son muchos años de llevar a Pelegrín a cuestas por los caminos de Aragón y de toda España, suficientes como para que el personaje no solo se asentara, evolucionara y aprendiera las artes polichinescas del jolgorio y de la aventura, sino también para que a la larga fueran naciendo tantos Pelegrines como titiriteros de Arbolé lo han animado y lo siguen animando hoy.
Pelegrín cuenta hoy con un cabezudo que sale en las comparsas de los gigantes y cabezudos de la ciudad, y es una figura imprescindible en las Fiestas del Pilar, donde desde hace décadas, ocupa un espacio en la Plaza de los Sitios, con funciones cada hora durante la semana de Fiestas. Se han repartido las representaciones a lo largo de los años los cinco nombres antes mencionados. Este año, son tres los titiriteros pelegrinescos: Iñaki Juárez, su hija Julia y Pablo Girón.
En nuestras crónicas de Titeresante hemos hablado de todos ellos y de los estilos particulares de cada uno (vean aquí). En esta ocasión, acudí al teatrillo situado en la calle Moret, junto a la Plaza de los Sitios, la tarde del domingo 9 de octubre, cuando actuaba Pablo Girón. Vi una aventura de Pelegrín que no conocía, magníficamente interpretada por Pablo, con un dominio impecable de voces y manipulación, y un aplomo y un oficio de los que pocas veces se dejan ver en los teatros de títeres, propio de alguien con muchas horas de vuelo. Representó una obra sencilla pero trufada de este sentido del humor popular que engancha a los espectadores desde el primer minuto, con algunos fragmentos inspirados por lo visto, según me contó el mismo titiritero, en obras de José Luís González, el español que regenta el teatrillo de Guignol de los Champs Elysées de París, uno de los más viejos de la capital francesa.
Hilarante el ir y venir de los personajes llevados por la sordera transitoria de Pelegrín, que todo lo entiende al revés.
Pocas veces he visto con tanta claridad como el teatro de títeres de guante tradicional está basado en un hecho tan obvio como es este juego al escondite de las dos manos del titiritero, algo tan simple y sin embargo tan cargado de significaciones, recreando uno de los ritos básicos de nuestra cultura como humanos: como con solo dos manos podemos explicar, inventar y recrear historias, mitos y leyendas.
Como dije al principio: una columna fundamental de la Cachiporra en Zaragoza.