Interior del libro ‘Hagamos títeres de cachiporra’, de Rodorín. Fotografías de Pedinande Sancho, ilustraciones de Elena Odriozola
¡Hagámos títeres de cachiporra! Un libro, un titiritero…, por Irma Borges
No puedo empezar este artículo sin recordar cómo conocí a Gustavo Puerta Leisse, editor de Ediciones Modernas el Embudo, una editorial magnífica que esta primavera publicó Hagamos títeres de cachiporra, un regalo para los amantes de los títeres. Conocí a Gustavo en un taller de animación de títeres en Caracas, no recuerdo bien el año, pero debió ser antes de este nuevo siglo. El taller lo dictaba Sonia González directora de Teatro Naku, compañía de la que luego formé parte, y donde empecé mi camino como titiritera. Luego del taller, Gustavo y yo tuvimos conversaciones entorno a la literatura infantil, así que mientras escribo este artículo pienso que nuestra amistad la unieron estas dos pasiones: los títeres y la literatura para niños.
Portada del libro. Fotografías de Pedinande Sancho, ilustraciones de Elena Odriozola
Así pues, el sábado pasado fui a la maravillosa librería Casa Anita ubicada en el barrio de Gràcia, con el entusiasmo de una niña a ver la presentación de Hagamos títeres de cachiporra, libro que une mis dos pasiones y mi amistad con Gustavo, su editor. Disfruté muchísimo de la lectura del libro, y como era de esperarse también de la presentación que hizo con frescura su autor, Rodorín, maestro titiritero con mucha maña en escena, una simpatía que conecta con todas las edades y la espontaneidad propia de quien lleva años de oficio.
Interior del libro. Fotografías de Pedinande Sancho, ilustraciones de Elena Odriozola
Hablemos del libro, Hagamos títeres de cachiporra tiene un objetivo claro: que amemos el quehacer del titiritero. Nos adentra en un discurso sencillo, nos invita a jugar, a recrear materiales, a inventar historias, y lo hace como si estuviésemos en el patio de recreo y no en una clase. Es decir, que lo hace como lo haría Cristobita con una tierna irreverencia.
Interior del libro. Fotografías de Pedinande Sancho, ilustraciones de Elena Odriozola
Las ilustraciones de Elena Odriozola, son otra joya del libro, pues a través de dos personajes, una niña y un niño, seguimos el hilo conductor de la producción de un espectáculo de títeres. ¡Todos estamos invitados a jugar! ¡Todos podemos ser titiriteros! Todos disfrutamos de la catarsis ancestral que nos generan los títeres de cachiporra. Los juegos de palabras, la oralidad presente en los textos, el humor, todo en conjunto es motivador.
Contraportada del libro. Fotografías de Pedinande Sancho, ilustraciones de Elena Odriozola
Hace poco me pidieron que recomendara libros sobre títeres para trabajar con niños y niñas, y no lo dudé, Hagamos títeres de cachiporra está de primero en mi lista por el amor al oficio que emanan cada una de sus páginas.
Retablillo de Títeres y Cuentos, de Rodorín, en La Casa dels Contes, por Toni Rumbau
Aprovechando que presentaba su libro en Barcelona, tuvimos la suerte, los que sabíamos del evento, de asistir en La Casa dels Contes a una representación de Rodorín, nombre artístico de José Antonio López Parreño, uno de los más grandes cuentacuentos que tenemos en España, que gusta además barajar las palabras con los títeres, los libros y objetos varios, afín de llegar al espectador con un amplio abanico de signos escénicos.
Rodorín con ‘el cuento más largo del mundo’. Foto compañía
Ocurrió en la llamada La Casa dels Contes, un entrañable espacio situado en el barrio de Gràcia, en la calle Ramón y Cajal n.35, que ofrece una programación para niños y adultos de lo más variada, rica e interesante. Como se dice en su web (ver aquí, La Casa dels Contes es: ‘Un espacio de creación, de sesiones de cuentos para adultos y pequeños; un laboratorio que explora el mundo de la imaginación, la literatura y las emociones a través de los paraísos de la ficción’.
Su espectáculo, titulado Retablillo de Títeres y Cuentos, constituye una verdadera fiesta de la palabra, un goce de oír explicar los cuentos con una lengua que se recrea a sí misma y juega con las rimas, los sonidos vocálicos y las repeticiones a modo de pequeños estribillos que tanto gustan a los niños cuando se les explica un cuento. La obra te reconcilia con la narración y con el lenguaje hablado, hoy tan maltratado, y permite que el relato brille no tanto por lo que dice, que también, pues es el tuétano del asunto, como por el cómo se dice, de modo que la lengua resuena en una pertenencia en la que te reconoces perfectamente, pero que en vez de imponerse, te libera, pues los contenidos, finalmente, dependen más de la sutileza de una rima o del ritmo leve y vaporoso de la voz, que de los significados propiamente dichos de las palabras, en el fondo siempre tan prescindibles.
Cuentos de ratones, de la rana Juana que come y es comida por una sucesión de animales, el ‘cuento más largo del mundo’, que lo es porque es contado por un librito que se abre en acordeón, el cuento en el que todos sus elementos son de papel, o la urraca presumida que gusta engalanarse sin medida…
Pero detrás de ellos, manda la palabra que es lo que atrapa la atención del espectador y lo mece con sus juegos y melodías interiores.
Un arte, el de Rodorín, que además de franco, sincero y campechano, tiene la virtud de la modestia, pues todo se hace sin querer ser más de lo que es: un humilde contador de cuentos ejerciendo su oficio con la conciencia plena de saber muy bien lo que se hace.
Como dije al principio, un verdadero lujo para el público de Barcelona, siempre ávido de escuchar buenos espectáculos en lengua castellana para los más pequeños.