Esteban Villarrocha en su presentación en el Centro del Títere, flanqueado a su izquierda por Concha de La Casa, miembro del patronato del Centro del Títere, y a su derecha por el histórico titiritero cubano René Fernández, del Teatro Papalote. Foto Centro del Títere

Este texto es el contenido de la conferencia inaugural del curso en el Centro del Títere de Alcorcón (Madrid), que a modo de clase académica he desarrollado.  Quisiera compartirla con todos los lectores de esta imprescindible revista digital Titeresante, que es uno de los vehículos más eficaces para la construcción del oficio por la difusión y el alcance de sus informaciones.

Empezaré esta charla con una de esas exageradas opiniones de un personaje excéntrico pero muy apreciado por esta profesión nuestra, hablo de Don Francisco Porras y comienzo con uno de sus exabruptos escritos en uno de sus libros de heterodoxos españoles.

Lord Byron dejó escrito: «Quien no ama las marionetas no merece vivir». Una frase extremada de un extremado poeta. Pero creemos que se queda corto con su afirmación. En realidad, quien no ama las marionetas no es que no merezca vivir; es que ya está muerto. Quien no se haya dejado seducir alguna vez por la ingenuidad del espectáculo titeril es que nunca ha tenido ilusión, nunca ha estado vivo.

Francisco Porras

Caricatura de Paco Porras realizada por un artista fallero de Valencia en el año 1984, durante una visita con Pepe Luna y Jesús Morgollón, según relato de Pepe Luna. Publicado por el mismo Porras en la contraportada de la revista Títeres,n29, dciembre de 1984. Fondo de Adolfo Ayuso

Continuo con un posible texto que relata el origen de nuestro oficio con un componente de realismo mágico que tanto caracteriza la literatura latinoamericana del s.XX y que gusta tanto a los titiriteros:

Decía el titiritero Javier Villafañe que los títeres nacieron cuando el hombre por vez primera vio su sombra moverse grotescamente a su costado… No sé si fue así exactamente, pero estoy convencido de ese carácter originariamente grotesco que le asigna Javier.

El títere no aparece por un capricho de su creación o por una determinada disposición estética, sino por exigencias de su propia estructura elemental, insuficiente para reproducir con identidad el movimiento de personas o animales. Por lo que todo intento de copiar como un espejo el movimiento de un ser vivo irá contra su naturaleza y sus posibilidades, y solo logrará destruir el elemento que constituye la particularidad y la gracia de su expresión y movimiento.

… Estas cualidades caricaturescas fueron el motivo de sus glorias populares y de su aciago padecer. El motor de su fuerza satírica.

Son palabras del titiritero argentino Otto Freitas.

Javier Villafañe junto a Ana María Linares y los hijos de Federico Monjardin: Ruth y Raúl con La Andariega en la estancia Los Talas. Foto: Javier Villafañe, Antologías.

Este realismo mágico del querido y recordado Javier Villafañe, en boca del titiritero Otto Freitas, ha perseguido y persigue todavía al quehacer titeril durante mucho tiempo, ese realismo mágico del pensamiento y escritura de Javier Villafañe ha impregnado de romanticismo y atrayentes fábulas el oficio que practicamos. Hoy, ese romanticismo ha perdido el supuesto valor positivo que se le suponía, y la profesión, para sobrevivir en un mundo mercantilizado, ha tenido que adaptarse a nuevas maneras económicas y nuevas normas sociales que le permitan tener una presencia social relevante y un espacio en positivo en el maravilloso mundo del teatro. Como diría Javier, los cabellos María.

Conservar la tradición, pero adaptada a los nuevos usos y costumbres más igualitarios, más abiertos; estos cambios sociales tienen que ir renovando el quehacer de nuestro oficio. Sin dejar de soñar con el imaginario mágico titiritero, la profesión encuentra hoy nuevos modelos de gestión y una mejor oferta en formación. Del sentimiento más ácrata del pendenciero titiritero, a convertirnos sin querer en empresarios teatrales, este ha sido el devenir del oficio en estos últimos 50 años, un viaje lleno de contradicciones que nos ha permitido vivir del oficio, además de seguir amando la profesión que nos ayuda a sobrellevar nuestro espíritu rebelde. En estos últimos años se han abierto los circuitos y las redes de artes escénicas a los títeres, los festivales de teatro suelen acoger espectáculos de títeres, así como las Ferias y muestras de teatro. Los títeres tienen una presencia constante en las carteleras y en las programaciones de la mayoría de las ciudades españolas, los títeres están presentes en la actividad teatral.

Foto de familia con alumnos y asistentes a la charla de Esteban Villarrocha en el Centro del Títere, con Juan Muñoz en el centro. Foto Centro del Títere

Esta charla, a modo de exposición de motivos y razones, en formato clase inaugural de curso académico, tratará de ser un acto reglado y dentro de los cánones aceptables por el uso y la tradición solemne que requieren las enseñanzas superiores. Trataré de alentar, como no podía ser de otra manera, el ansía por conocer y saber más, por aprender, será un acto académico porque aún en el estado avanzado de juventud en que me encuentro y siguiendo las sabias palabras de mi paisano Don Francisco de Goya que en uno de sus grabados, donde se ve a un anciano decir: Aun aprendo, con estas palabras pretendo que esta charla sea una manera de plantear a los futuros titiriteros el sentir de este oficio ancestral, que no deja de ser un género teatral más, pretende alentar la necesidad de formarse siempre, aun aprendo, intentaré plantear en esta charla las fortalezas actuales del oficio y sus carencias; fortalezas y carencias de un oficio que amo, y del que confieso que he vivido hasta ahora conservando siempre esa esencia  inmaterial que pervive como parte que es de la cultura popular.

En mi charla de hoy tratare de desarrollar, en el sentido más académico de la palabra, lo que denominamos una clase académica, una puesta en común del devenir de un oficio que se merece, a mi entender, un mayor reconocimiento social y una mejor consideración como hecho artístico, por eso es tan importante el acto de hoy, inaugurar el curso de una actividad muchas veces despreciada por los intelectuales y académicos con dos masterclass, una eminentemente práctica y otra teórica que tienen como valor considerar los estudios que aquí se practican como algo relevante, positivo y muy necesario para definir la profesión-

Esteban Villarrocha con René Fernández, contemplan las piezas de la exposición dedicada a Gonzalo Cañas. Al fondo de la imagen, el retablo de Gonzalo Cañas La Tarumba. Foto Centro del Títere de Alcorcón

La formación es comprender que este oficio tiene futuro y, si creemos que tiene futuro, hay esperanzas. Estoy convencido sin ninguna duda que una vez más los títeres sabrán adaptarse a las circunstancias que nos rodean y a los nuevos hábitos culturales que nos acechan y prueba de ello son las enseñanzas que se imparten en este Centro del Títere de Alcorcón. La sociedad digital que se nos echa encima inexorable junto a los avances de la inteligencia artificial genera cierto temor en un oficio tan artesano como el que amamos. Muchas preguntas nos hacemos ¿Cuál será el futuro del oficio? ¿tiene futuro este arte milenario? Son preguntas que iremos contestando con la práctica del oficio y que buscan respuestas y sin duda aprendiendo, y aplicando con curiosidad todos los avances que ayuden al quehacer titeril, encontrarán respuesta. La revolución digital es imparable y los títeres no pueden permanecer ajenos a estos cambios que anuncian una cultura digital que modifica hábitos culturales y lenguajes artísticos.

A lo largo de más de 30 años dedicado a la gestión, producción y exhibición del teatro de títeres en España he asistido a la laboriosa y lenta construcción del oficio, he aprendido a amarlo y he podido vivir del mismo, es más, confieso que he vivido amando el oficio, he vivido porque he amado el oficio y he aprendido a distinguir entre quien ama y quien vive del oficio.  Vivir es una herramienta para practicar el oficio, amar es construir oficio, es lo que Federico García Lorca decía para diferenciar el alma y el duende. Muchos han sido los cambios que se han producido en estos años desde la proliferación de festivales del género, la aparición de salas con programación estable de títeres, las publicaciones y colecciones de libros y las revistas de historia y teoría del títere. Pero vayamos al tema que nos ocupa y para eso haremos un poco de historia, porque pasaremos del viaje a ninguna parte a la construcción de un oficio. De artesanos a empresarios y productores. Aunque como escribió el gran historiador de los títeres en España J. E. Varey. Historia de los títeres en España de los orígenes a mediados del SXVIII,

Los títeres, aun habiendo escalado elevadas alturas de popularidad siglo tras siglo, siguen sin historia. No han logrado alzarse a la alta esfera de las estrellas teatrales, aunque el señor Don Cristóbal Polichinela se ha trasformado en tipo dramático. Sin embargo, Don Cristóbal no es un títere, sino una legión de títeres, una hueste de figuras teatrales, cada cual, con sus rasgos característicos, sus cualidades personales. No se acotan las partidas de nacimiento de los títeres, ni las defunciones. Los títeres no firman documentos. A su vez, las figuras de los titiriteros se presentan más vagas e ilusivas todavía que las de sus creaciones.

J.E. Varey (Historia de los títeres en España de los orígenes a mitad del SXVIII, (Revista de Occidente)

Momento de la alocución de Esteban Villarrocha, con René Fernández y Concha de La Casa. Foto Centro del Títere

Los títeres son un verdadero arte popular, y la historia de un arte popular está escrita en el fondo de la mente del pueblo y no en los libros de los eruditos.

Esta gran verdad afecta negativamente a la relevancia de nuestro oficio, el no estar presente más que circunstancialmente en los libros de los eruditos genera una visión peyorativa hacía el género, visión de la que se va saliendo lentamente a base de investigación y formación reglada y continua, los títeres son parte de la cultura popular, parte del Teatro, por eso su historia no puede desligarse de la Historia del Teatro, la Historia de los Títeres es parte de esa historia y ocupa un lugar importante, que a su vez es parte de la Historia del hombre.

Algunos estudiosos han llegado a afirmar, quizás con razón, que en el títere está el principio del teatro, antes de que existiera el actor, existía el muñeco (Francisco Porras. Titelles: Teatro Popular). En estos últimos 50 años muchas publicaciones se han hecho dando fe de una realidad teatral marginada por los grandes recintos teatrales pero muy desarrollada en otros ámbitos y espacios no convencionales, quizás muy arropada y vinculada a los niños y siempre en torno y muy cerca  de las escuelas, pero a la vez se estaban gestando muchos trabajos intelectuales, muchas revistas especializadas, grandes estudios y análisis contrastados sobre una realidad del teatro de títeres que se consolidaban y se abrían camino entre los profesionales del sector.

En Centro del Títere de Alcorcón. Foto C entro del Títere

La documentación y las fuentes documentales para hacer la historia de este arte popular han dado un vuelco radical en los últimos años a esa falta de fuentes documentales, que ya no puede ser justificación. Y si es verdad que Varey encontró muchas dificultades para consultar fuentes documentales para su libro, hoy se ha desarrollado mucha documentación además de una gran bibliografía sobre la historia, las técnicas y los profesionales de los títeres y sus compañías y obras. Todos estos hechos por primera vez han dejado memoria tanto gráfica como escrita, lo que facilita la labor del historiador. Los profesionales empiezan a ser conscientes de la relevancia social del oficio de titiritero y tiene como parte de su oficio dejar memoria de sus trabajos.

Algo más reciente, quiero trasladaros mis reflexiones y mis vivencias de los primeros años 70 del S.XX cuando el oficio era casi insignificante en el panorama cultural, practicado por pocas gentes de formación autodidacta, considerados gentes de mal vivir, sin querer ser peyorativo,  y aunque existía como profesión, estos profesionales vivían en la marginalidad y tenía una mala reputación social, seguramente todavía pesaban sobre el oficio las consideraciones que el escritor de Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes, vertía sobre el titerero, como lo designa en su libro el autor, en ese libro imprescindible y único, muchas veces confesado como leído aunque pocas veces abierto, siempre cerrado en las estanterías, en ese fantástico libro nos encontramos con el Galeote Ginés de Pasamonte en la primera parte del libro, el Galeote que será Maese Pedro en la II parte, será liberado en la primera parte por D. Quijote y encontrará un oficio el de titiritero por recomendación de Don Quijote y en la II  parte verá como el mismo que lo libero y le proponía buscar un oficio le destruirá el retablo y las herramientas de trabajo con las que se gana la vida. Paradojas que el oficio de titiritero arrastra en su devenir. Convirtiendo el Retablo de Maese Pedro en un clásico de nuestro oficio. (Ahora se cumplen 100 años de la creación musical que compuso D. Manuel de Falla para el retablo de Maese Pedro)

No consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos. ¡Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!

Miguel de Cervantes en Don Quijote

Maese Pedro con su mono. Ilustración de Gustavo Doré, coloreada por Luís Tasso. Imagen extraída de Wikipedia

Pero volvamos a esa supuesta mala fama que arrastra el oficio y que viene de lejos, desde hace tiempo pesan las opiniones que lanzó Alfonso X sobre los titiriteros en la edad media y la baja reputación y consideración social del oficio; en sus canticas, escribe el Rey sabio:

Todos los que viven vilmente y no pueden presentarse en la corte de valía, como son aquellos que hacen saltar simios y machos cabríos o perros, los que muestran títeres o remedan pájaros, o tocan y cantan entre gente baja por un poco de dinero, éstos no deben llevar el nombre de juglar.

Alfonso X de Castilla

Insistiendo en la mala reputación del oficio no podemos olvidar que todavía en el siglo XVIII en su Memoria para el arreglo de la policía en los espectáculos y diversiones públicas de teatro, el ilustrado y reformista Jovellanos escribe sobre los titiriteros:

Acaso fuera mejor desterrar enteramente de nuestra escena un género expuesto de suyo a la corrupción de los ciudadanos. Acaso deberían desaparecer con él, los títeres y matachines, los pallazos, arlequines y graciosos de baile de cuerda, las linternas mágicas y totilimundis, y otras diversiones que, aunque inocentes en sí están depravadas y corrompidas por sus mismos accidentes. ¿Porqué de qué serviría que en el teatro se oigan sólo ejemplos y documentos de virtud y honestidad, si entre tanto, levantando su púlpito en medio de una plaza, predica don Cristóbal de Polichinela su lúbrica doctrina a un pueblo entero, que con la boca abierta oye sus indecentes groserías? Mas si pareciese duro privar al pueblo de estos entretenimientos, que por baratos y sencillos son peculiarmente suyos, púrguese a lo menos en cuanto puede dañarle y abatirle. La religión y la política claman a una por esta reforma.

Pero afortunadamente esta visión despectiva y peyorativa hemos visto cómo evolucionaba para mejorar la consideración de la profesión, sobre todo en estos últimos años del S. XX y comienzos del S.XXI donde la profesión ha ganado reconocimiento social, al menos en España que es lo que yo conozco, aunque creo que mis palabras podrían trasladarse a América latina y Europa con matices. Este reconocimiento ha sido fruto de varias circunstancias que han favorecido ese cambio de consideración.

En el proceso de transición política el oficio de titiritero recibió un cambio muy profundo y fundamental para conseguir una relevancia social y un reconocimiento entre los profesionales del teatro en España. En este cambio de consideración tuvieron mucho que ver los primeros Festivales internacionales de títeres y la labor de documentación y las primeras ediciones de libros teóricos, así como los centros de formación y documentación que aparecen en esos años.

En esos últimos años 70 y primeros 80 del S. XX, se pasó lentamente del viaje a ninguna parte al reconocimiento del oficio de titiritero por las instituciones, los títeres supieron estar a la altura de miras que la nueva situación requería: de juglares y roba gallinas pasamos a ser empresarios de artes escénicas y se empezó a entender la importancia de la gestión cultural en el proceso de crecimiento de la actividad titeril y de su creación como oficio. Las producciones para títeres mejoraron en calidad y cantidad, las técnicas se desarrollaron y evolucionaron y se pasó del títere tradicional a las vanguardias más radicales y mucho que ver en este crecimiento tuvieron las Salas Estables para títeres, los Festivales Internacionales que surgieron y la incorporación de compañías de títeres a las programaciones habituales de los grandes teatros. Un crecimiento muy relevante. Ambición en el plan, prudencia en la ejecución. Todo aumento cuantitativo produce un aumento cualitativo.

Imagen del taller ‘Un hombre viejo’, dirigido por Alfred Casas. Institut del Teatre (2010)

Por otro lado, y en paralelo al crecimiento cuantitativo y cualitativo, empezaban a considerarse positivamente las enseñanzas regladas del oficio. El Instituto del Teatre de Barcelona fue pionero en este campo: el Departamento de Teatro de Títeres y ahora Visual y de Gesto, ha formado a varias generaciones de titiriteros con estas enseñanzas junto con la aparición de Festivales Internacionales que permitieron el desarrollo de muchos cursos intensivos de grandes maestros que realizaron una importante labor docente y de formación a una actividad hasta entonces prácticamente autodidacta; empezaba a configurarse el oficio. Esperamos que este Centro del títere de Alcorcón se convierta en un Centro de formación referente e imprescindible en la formación en España y sus enseñanzas trascienda más allá de las fronteras españolas, sobre todo en los países de habla hispana (América latina) con un diseño curricular que recoja todos los aspectos para la mejor formación y construcción de la profesión.

De la eclosión de los Festivales internacionales de títeres a su inclusión en las programaciones de los teatros oficiales y la inclusión de los títeres en circuitos y redes de exhibición. Todo ello facilitó un mejor reconocimiento social y una valoración en positivo de la actividad titeril.

AVANZAR HACIA LAS VANGUARDIAS SIN PERDER LA TRADICION

Este es un tema fundamental en la construcción del oficio, partir de la tradición para llegar a la vanguardia, a partir de lo conocido adentrarnos en lo desconocido, utilizar los lenguajes tradicionales aportando lo aprendido durante todo el s.XX, viajar ligero para llegar compensado siendo audaces en el plan y prudentes en la ejecución. Utilizar las técnicas de la animación de objetos para trasformar la manera tradicional de contar una historia en el escenario.

El mismo Federico García Lorca saluda la tradición del títere al comienzo de su Retablillo:

Saludo a Don Cristóbal, el andaluz, primo del Bululú gallego y cuñado de la Tía Norica de Cádiz, hermano de Monsieur Guignol de París, y tío de Don Arlequín de Bérgamo, como a uno de los personajes donde sigue pura la vieja esencia del teatro.

Federico García Lorca y Don Cristóbal, en Argentina en 1934

El divulgador del arte de los títeres Toni Rumbau hace años en la revista Malic, publicación interesante para su época final de los noventa, hacía un alegato en favor del titiritero pendenciero. pero también del artista implicado en la aventura del saber, de la creación. Así escribía Toni en su desaparecida revista:

«La cachiporra golpea en la mente, y ésta se aclara. Desaparecen las nubes que enturbian la consciencia, despeja el flujo interseccionista de la percepción, excita las hormonas del deseo, despierta viejos lenguajes olvidados de comunicación. Puede golpear a estacazo limpio, y puede hacerlo a golpecitos cual varita mágica provista de electricidad telúrica. Los efectos serán diferentes, pero notorios, interesantes y duraderos. Cuando golpea, todo vuelve a su sitio, las distancias se reducen al mínimo, lo separado se junta, las máscaras caen, el tiempo abandona sus abstracciones de presente, pasado y futuro, y se hace carne viva, piedra quieta, rama movida por el viento. El conocimiento amanece con la luz natural del día. A cada estacazo, se ilumina una nueva bombilla»

Son muchos los acontecimientos que en los últimos años han ayudado a mejorar la percepción social del oficio.  

Tratar de escribir la historia de los títeres representa algo similar a tratar de escribir la historia de la humanidad. Los encontramos desde época prehistórica, en todos los continentes y en todas las civilizaciones hasta la actualidad, y en cada caso diferentes significados según su utilización.

Jorge Varela y Amparo Ruiz

El crítico cultural afincado en Zaragoza Antón Castro hablaba de la leyenda de los títeres a la hora de presentar en 1984 el Festival Internacional de Títeres de Zaragoza. Creo que es una bonita manera de plantear el presente y futuro y el pasado de nuestro oficio. Pertenecemos al reino de los miniaturistas.

Ya no debemos reescribir la leyenda de los títeres, aquellos andariegos de antaño que recorrían el mundo con la sandalia polvorienta de su propio pie. Ya apenas quedan carromatos con brujos, con pajes insólitos, con princesas cuyo rostro está enmarcado en una gran marcha oval de fresas machacadas. Ya apenas quedan aquellos canes que ladraban a la luna en las estrelladas noches de las aldeas y los pueblos, cuando una función se edificaba como un sortilegio inesperado a la intemperie. No obstante, los titiriteros no han muerto. cada vez son más, aunque como los monjes o los artistas clandestinos pertenecen al reino de los miniaturistas… Los titiriteros reducen el mundo, lo simplifican y lo tornan más asequible.

Unir tradición y vanguardia permitirá crear una nueva cosmogonía para los títeres con una nueva dimensión que los elevará, sin duda, a los más altos lugares de prestigio social y artístico, está en las manos de las nuevas generaciones de titiriteros afrontar esa renovación sin olvidar la maravillosa y atrayente historia llena de romanticismo y leyenda de este arte milenario.

Quisiera terminar esta exposición con un sentido recordatorio de un poeta amante de los títeres y quizás uno de los grandes renovadores de la escena; Federico García Lorca decía, y es lo que quisiera que pasara cuando asistimos a una representación de títeres: voy al teatro no a ver qué pasa sino a ver qué me pasa. Y ahora:

PÚBLICO, RESPETABLE PÚBLICO, LA FUNCIÓN VA A COMENZAR.