Sobre principios de 1600 nació en Italia, en Nápoles regida entonces por la Corona española, una figura de la Comedia del Arte que adoptó el nombre de Pulcinella. Su éxito fue muy grande y en poco más de cien años estaba presente en los teatros de títeres de toda Europa: se le llamó Polichinelle en Francia, Punch en Inglaterra, Don Cristóbal Polichinela en España.

Don Cristóbal madrileño
Don Cristóbal madrileño, 1930.

Polichinela triunfó en todos los escenarios pero sobre todo en los teatritos y barracones a los que acudían las clases populares. Es decir, los pobres obreros, campesinos y ganapanes, las personas más incultas y más groseras. Actuaba para adultos que eran los que podían pagar los dos céntimos que costaba el espectáculo. Y triunfó porque llevaba una estaca que utilizaba entre risas y palmoteos contra su casero, contra los gendarmes, contra  el juez que le juzgaba, contra el verdugo que le pretendía ahorcar y al final, contra el mismo demonio que pretendía llevarle al infierno por sus malas acciones. La verdad, visto desde los actuales cánones de pensamiento social, no era muy edificante, pero su éxito se mantuvo durante siglos porque cultivaba la crítica al orden social establecido y era catalizador de muchos de los deseos de hombres y de mujeres que estaban viviendo precariamente por acción de sus empresarios, de sus caseros, de los curas que les pedían resignación y sumisión a los poderes porque ya en el cielo encontrarían paz y buenos alimentos espirituales.

Punch and Judy
Personajes del Punch and Judy. Museo del TOPIC de Tolosa.

Además de eso Polichinela también arreaba a su amigo si se ponía pesado, a su mujer si le chillaba porque no cuidaba a su hijo, al propio hijo si le importunaba con sus berridos. Más deseos individuales de una sociedad que giraba en torno al hombre. No estoy defendiendo la catadura moral de Polichinela, la estoy historiando.

El más salvaje de todos los polichinelas es Punch, el inglés donde en algunas versiones acababa metiendo a su impertinente hijo en una capoladora de carnicero y convirtiéndolo en salchichas.

He podido ver esa versión en España en manos de uno de los mejores practicantes del Punch inglés, Rod Burnett. Rod es un artista muy inteligente y empieza su espectáculo en España dirigiéndose a los padres y explicándoles lo salvaje que es la historia que van a ver. Pero también dice lo que les va a gustar a los niños que, tanto en los parques de Londres como en los patios de Segovia, ríen y aplauden sin cesar. Al final, coge las salchichas y saca el títere del niño para demostrar que el teatro no es verdad, que el teatro es un juego. Que el niño no está muerto, que es un truco teatral. Esto, los niños lo entienden perfectamente. Visto lo visto estos días parece que algunos adultos no lo entienden. Perdón, si lo entienden pero quieren aparentar que no lo entienden porque su objetivo es machacar con la porra de la «moral ofendida»  a la alcaldesa de Madrid que, precisamente en estos días, anda retirando símbolos franquistas de sus calles en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica. Es esto, y no otra cosa, la que ha llevado a la imbecilidad de aplicar la ley antiterrorista contra unos titiriteros que estaban ejerciendo su profesión. Lo terrible no es en sí la detención, que ya lo es, sino que todo un juez decrete prisión incondicional para ellos.

Kasperl haciendo burlas
Kasperl haciendo burlas.

En 1912 Jacinto Benavente estrenó en casa de los príncipes Pío de Saboya, ante un selecto grupo de niños, Las diabluras de Polichinela. En esta obra después de apalear a don Sinforoso, Polichinela apalea a su hijo por llorar demasiado fuerte, al ama de cría, a un negro y al boticario. Cuando llega un policía a detenerlo, Polichinela le apalea sin piedad. Y apaleará al juez, al verdugo y por fin al demonio que pretende llevarlo al infierno. Don Jacinto se muere de risa con la historia inglesa y la versiona en castellano.

Benavente y Polichinela

Jacinto Benavente movió él mismo algunos de los muñecos y recibió los aplausos de niños y papás de la rancia aristocracia madrileña. Nadie se lo llevó detenido. Era 1912 y aún tenían que venir Primo de Rivera y luego el General Franco. Nadie se lo llevó detenido sino que unos años después le dieron el Premio Nobel. Parece que lo que se puede decir en los palacios aristocráticos no se pueda decir en la calle.

Benavente y Polichinela
Benavente rodeado de niños tras la función.

Ayer, en Madrid, la policía municipal ha detenido a dos titiriteros que actuaban en el Carnaval de Madrid. Carnaval, que yo creía que era la fiesta del despiporre y del «poder decir». De la inversión de papeles sociales, de la crítica social que por un día te dejaban «generosamente» predicar. Pero no. Lo que te dejan es que te disfraces de reina de los mares, de Bob Esponja o de rey visigodo. Te dejan hacer el tonto pero no más. No más. En 2016 seguimos caminando hacia atrás en libertades.

Polichinela
Polichinela arreando al policía en Cuentos del mundo de los niños, 1887(1)

En el país donde se lanzan cabras desde los campanarios, en el país donde los niños pueden «matar» moros o coreanos del Norte desde la tranquilidad de sus Play Station, en el país donde se arroja a la gente de sus casas por no pagar la hipoteca del banco, en el país donde Miguel Blesa y Rodrigo Rato pueden robar el dinero de los jubilados para gastárselo en papel de wáter perfumado, en el país donde su propio presidente recibe dinero que no declara y que manda destruir pruebas que le incriminan, nadie va a la cárcel. Y si va, va para cuatro días con la ilusión de que nos traguemos de que se está interviniendo contra el nauseabundo espectáculo de la corrupción generalizada. Ellos son culpables de homicidio porque el dinero que roban impide que haya medicamentos para los enfermos de hepatitis C, para detectar cánceres, para no morirse en una lista de espera, para que muchos no puedan encender la calefacción o tengan que buscar comida en Cáritas o en un contenedor de basura. Pero esos muertos son muertos vulgares, muertos feos, perdedores. No son muertos aristocráticos. Los titiriteros, que yo sepa, no matan a nadie salvo a un muñeco de cartón y trapo. Pero ellos sí que van a la cárcel.

Prohibido bailar la raspa
Nota del ABC del 28 de junio de 1950-06-28. Imagen recogida por Adolfo Atyuso.

Aunque den ganas, yo no me borro de este país. Yo voy a dar la cara por este país, por su gente, ahora, por dos titiriteros. Y barreremos, junto a mucha gente, a los canallas, a los fariseos, a la escoria que nos gobierna desde la prensa, desde la economía y desde la política. Los barreremos con la fuerza de la razón y con la fuerza de los votos. Con todas las fuerzas que tenemos.

¡Titiriteros, no es suficiente el apretar un «me gusta», hay que desempolvad a Don Cristóbal Polichinela! ¡Sacadlo de vuestros sacos y que actúe en vuestros teatrillos! ¡Que hable, que diga, que resuene su cachiporra!