Una sorpresa nos tenía reservada el Quiquiriquí, el Festival de Teatro de Títeres de Granada: la proyección de la película del realizador José Luís Guerín «La Academia de las Musas». Una sorpresa que hizo subir enormemente los grados de interés, calidad y entusiasmo del festival, al mostrar las amplitudes estéticas y conceptuales puestas alrededor de un género tan rico y cargado de futuro como es el de los títeres. A lo que se sumó el coloquio celebrado en el Centro Federico García Lorca sobre la creación artística con la presencia del mismo José Luís Guerín, de la conocida dramaturga del teatro de objetos Shaday Larios y del poeta y autor teatral Alberto Conejero, con la moderación del dramaturgo cubano Abel González Melo.

La Academia de las Musas

José Luís Guerín, ese gran director heterodoxo de Barcelona autor de la increíble «En Construcción» y de otros títulos magistrales como Innisfree, Tren de Sombras o En la ciudad de Sylvia, entre otros, presentó su última película La Academia de las Musas, una obra que constituye una lúcida disección de la experiencia poética vista a través de los ojos de un profesor de literatura y de sus alumnas. Con un arranque a modo de documental sobre la clase con sus distintas intervenciones, la obra va tomando otros derroteros más dramáticos sin salirnos nunca de este registro de distanciamiento y de auto-observación del documental en el que vida y poesía se entrelazan. A destacar que la película no se ha hecho con actores sino con los personajes reales del seminario de literatura que imparte en la Universidad de Barcelona el profesor Raffaele Pinto sobre el tema de las musas, con La Divina Comedia de Dante como referencia principal.


Sin tener nada que ver con el mundo de las marionetas, el film sobrecogió a los presentes al plantear unas temáticas universales que tienen que ver con el arte, la creación y las proyecciones de los ideales poéticos centrados en la figura de la musa. En efecto, el profesor propone a sus alumnas encarnar la experiencia del amor poético a través de la figura de la musa: el amor vivido como exaltación de lo sublime para transfigurar la simple condición humana, alzada de este modo a una apoteosis de la vivencia poética. Palabras que encuentran en algunas de las alumnas a sus mejores receptores, al insuflar los deseos de transmutación de la emoción encarnada.

El film consigue poner cara a cara, con elegante y distanciado trazo, las distintas exaltaciones encarnadas del amor poético y la pura realidad humana. Las palabras llenas de idealismo lírico del profesor se contraponen al escepticismo vital y demoledor de su mujer, que ha aprendido a trasladar las palabras al terreno de la más abrupta incredulidad. Las alumnas se enfrentan a la dificultad insalvable de ser mujer y musa al mismo tiempo. En un caso, la construcción ideal de un ser sublime tropieza con un impresionante despliegue de poesía real en el canto de los pastores de Cerdeña. En otro, es el vértigo maravilloso de la aventura del profesor con una de sus alumnas en Nápoles, con su visita a las famosas Puertas del Infierno, que se disuelve melodramáticamente en un típico conflicto de infidelidad y adulterio. El film nos dice que la construcción poética de lo ideal que es la musa, no resiste y se disuelve cruelmente cuando es encarnada por una mujer real.


Se desvela así esa imposibilidad de ser mito y deseo a la vez: mientras el mito requiere vivir y aceptar en su seno la paradoja de las dualidades contrapuestas, el deseo proyecta siempre al exterior su polo opuesto, desplegando así la secuencia melodramática correspondiente. Un tema de enorme interés que se halla en la base del arte de los títeres -como de toda creación artística, por otra parte-, al ser éste un terreno que se centra sobre todo en el juego de las dualidades y de las proyecciones de la identidad (el muñeco como encarnación de la paradoja del mito, al aceptar la dualidad del ser y no ser, de la vida y la muerte).

Podríamos decir que lo que no consiguen los personajes deseosos de encarnar el arquetipo mítico de la musa, lo consigue la película al construir el edificio visual  de la Academia, que sí encarna esta dualidad fundamental del ser y no ser, del deseo que se quiere absoluto y que busca al mismo tiempo su realización carnal, su muerte en la biología temporal de los humanos. La verdadera Academia es la película que muestra la paradoja con todas sus contradicciones, gracias al tratamiento visual que le da Guerín, con esa mirada distanciada de la cámara que nos deja percibir el corazón contradictorio del mito.

La Academia de las Musas abrió un espacio impactante de distanciamiento y de reflexión, situándonos de lleno en los contextos íntimos de la creación artística, lo que permitió a los que asistimos a su proyección gozar de los espectáculos y de los encuentros del festival con nuevos enfoques y perspectivas, ampliando de este modo la percepción de lo diferente, de lo distante y de la idealización poética.

Mesa redonda en torno a la escritura dramática

El coloquio que tuvo lugar el sábado 7 de octubre entre los tres autores antes citados, José Luís Guerín, Shaday Larios y Alberto Conejero, moderado por Abel González Melo, constituyó sin duda alguna uno de los puntos álgidos del Quiquiriquí. La calidad artística y humana de los participantes, su tono inspirado, generoso y empático, más el increíble encadenamiento de las ideas expuestas, que se cruzaron entre sí casi como si las tres voces se hubieran juntado en un único flujo de refinada y rica expresión hablada, encandiló al público, que salió del Centro Federico García Lorca convencido de haber vivido una experiencia que iba mucho más allá de una simple mesa redonda.

De izquierda a derecha, Abel González Mero, José Luís Guerín, Shaday Larios y Alberto Conejero.

Cada uno habló desde una exquisita sinceridad, con un tremendo esfuerzo por abrir con el lenguaje nuevos espacios de comprensión de los procesos de la creación artística.

Arrancó el debate Abel González al preguntar cómo cada uno particulariza el uso de la memoria, del material previo que se utiliza. Alberto Conejero parte de una pulsión básica para él, como es el simple deseo de crear, que denota una ausencia, la que se busca llenar o atrapar con la escritura. Para el escritor de Jaén, autor de obras como Cliff o La Piedra Oscura, el proceso de la escritura junta la voluntad creativa con el material que aporta la realidad, en cuya selección interviene el azar. Al partir de un material de tipo documental, se suspende su historicidad, a través de un proceso de síntesis.

Alberto Conejero.

Shaday Larios explicó su empeño en trabajar los objetos desde una actitud documental, en una especie de proceso de auto-observación que se transforma en autoconsciencia, al centrarse en lo que llama «una arqueología del rastro». Rastro en el sentido doble de aquello que queda de lo que ya no es, y del lugar donde se compilan y de venden en una ciudad los «objetos desposeídos» que han abandonado su hogar, esas «intimidades ajenas» que nos interpelan, para que nosotros los ocupemos otra vez con nuevas subjetividades.

De los objetos emerge una vitalidad oculta. Puso como ejemplo las cartas que utilizan en su espectáculo La Máquina de la Soledad, en el que «las cartas hablan sobre las propias cartas». Le interesa investigar las cualidades del objeto así como el mundo que le circunda: en este caso, los empleados de correos, las oficinas de reparto…Este «objeto-centrismo» permite suspender el tiempo a través de la tensión metafórica que abre espacios poéticos.

Shaday Larios.

Guerín explicó que su cine parte de la curiosidad y de una inclinación fantasiosa ya desde la niñez, que hace que todo sea apasionante y que haya un exceso de estímulos que le obliga a quedarse quieto. De ahí que necesite crear parapetos que impongan unos límites, que acoten la realidad. Utiliza para ello cosas pre-existentes, que no se ha inventado él, un recurso que le legitima y le permite no tener que recurrir a lo que no existe. Por ejemplo, en «Tren de Sombras» interpreta los signos, las huellas que ya estaban allí, en un trabajo de lectura.

José Luís Guerín.

Preguntó entonces Abel González cómo la trayectoria personal se ensambla en los materiales de partida.

Alberto Conejero habló de cómo en los años 50-60 nació la auto-ficción especular, para poder verse en la historia de otros. Es recurrir al espejo y mirar a les demás y a los objetos para mirarse a sí mismo. Algo que a él le ha interesado mucho, trabajando los rastros y la documentación de otras personas con las que ha sentido una enorme identificación personal.

Shaday Larios habló de cómo le interesa tratar el tema de la alteridad, del desdoblamiento, cómo uno se transfigura en el muñeco. De ahí esta búsqueda del alma del objeto, que no deja de ser la búsqueda de nuestra propia alma que ya no encontramos en nosotros. Citó a Baudelaire y su afirmación de que los juguetes constituyen nuestra primera metafísica. Un proceso que tiene que ver con el animismo y la «animación». Los objetos nos devuelven el alma.


José Luís Guerín explicó cómo le interesa el elemento artesanal, lo común, que contrapone a la arrogancia tecnológica. Habló de su deuda con la infancia, con el terror, con la herida de las experiencias traumáticas de terror, las sombras amenazantes que invocan y convocan imágenes. Le gusta situar el origen del arte en las cuevas paleolíticas, cuando el humano prehistórico  veía las formas que luego pintaría en las sombras y los relieves de la roca. Asimismo, le interesa mucho el mito de la Dama de Corinto, de Plinio el Viejo, en el que se explica el origen de la pintura a partir del deseo de fijar la silueta de su amante marcando su sombra en una pared, una necesidad de momificar el tiempo, un instante. Eso es lo que hace el cine: fijar el tiempo.

Abel González preguntó entonces cómo cada uno aventura la creación en el futuro.

Alberto Conejero está centrado en esa mirada hacia lo que no está, hacia la imagen que falta. Para él el arte no es lo que se ve, sino lo que falta, una ausencia. Buscar lo que está detrás, lo invisible. Su próximo proyecto está centrado en la figura de un profesor en la época anterior a la Guerra Civil, en cómo explicaba el mar a personas que jamás lo habían visto.

Shaday Larios está inmersa en una doble pulsión que se alimentan mutuamente: por un lado el interés por la teoría, con el estudio del «objeto post-catastrófico», es decir, la memoria material de lo que queda después de la catástrofe, y por el otro lado, su trabajo con la Agencia de Detectives (junto a Jomi Oligor y Xavier Bobés) que pretende centrarse en el objeto como «disparador de encuentro», como un elemento que permite el encuentro de la comunidad.

José Luís Guerín planteó dos premisas suyas frente al trabajo creativo: 1- hay que desconfiar de la imagen y de su poder. De ahí que le interesen las imágenes de esbozos y de ruinas, que obligan a completar la imagen. La imagen como un medio para crear otras imágenes. 2- intenta huir del anunciado, de la figura del narrador que nos lo explica todo. Para él, el sujeto controlador ha perdido el poder que tenía antes (ver Hitchkock). Lo que funcionaba en el cine clásico y comercial a través de un mecanismo muy directo del protagonista que encarna los valores del director, ahora hay que abandonarlo. La ideología mata los matices en las películas. Igualmente existe una especie de auto-censura en ciertas correcciones esquemáticas, que mutilan la realidad.

También se habló del autor como el primer espectador de la obra. Para Conejero, es una comunidad fantasmagórica la que está presente mientras escribe, un nosotros que se esconde en el yo.

El debate matizó y desarrolló algunos de los conceptos tratados, para deleite de todos los participantes, que gozamos del refinado escalpelo de las cuatro miradas poéticas presentes en la mesa redonda.

El coloquio fue grabado entero por Enrique Lanz, quién aseguró que pronto estaría visible en la red.