(Sol Jiménez, en ‘La Libertad de Melisendra’)
Abizanda, días 27, 28 y 29 de julio de 2018
Terminamos nuestra crónica del ‘País de Moñacos’ con los últimos espectáculos vistos en el Festival de Teatro de Títeres de Aragón realizado en La Casa de los Títeres de Abizanda bajo los auspicios de Los Titiriteros de Binéfar, que celebran con esta generosa manifestación sus 40 años de carrera artística.
Como decíamos en las anteriores crónicas, ha gustado el alto nivel de las producciones presentadas, con nuevos valores que han entrado pisando muy fuerte en los escenarios aragoneses. Una realidad que nos habla de los grandes cambios habidos en las últimas décadas, no sólo en Aragón sino en toda España. Se nota una alta formación de las nuevas generaciones, que no dudan en asistir a cursos aquí y en el extranjero, y que saben que para competir en el dinámico panorama mundial, es importante atreverse a ir más allá de lo conocido, aunque uno se mantenga en los límites de los lenguajes tradicionales.
Vamos a comentar en esta crónica los espectáculos vistos de las siguientes compañías: Maricuela, Títeres Sol, Títeres sin Cabeza y Javi Aranda.
‘La faldicaja’, de Maricuela.
Salió de un paraguas. Primero diminuto, bajo forma de títere, un duende de los que viven en los libros o en los mismos cuentos, estrafalario e impertinente, libre de sujeciones sociales, pues por algo es un duende y puede hacer lo que quiere, aunque también deben haber imperativos y zonas prohibidas para ellos (por ejemplo, sólo ser visibles en los libros, en los escenarios y en la imaginación de los humanos). Luego, el duende se hace persona, pero aunque aparezca bajo la forma de una señorita convenientemente ataviada del ser extravagante que representa, sigue siendo un duende, sino, ¿cómo se entiende la energía que la mueve, electrizante, disparatada y que no parece ser de este mundo?
Y es que cuesta imaginar que María Molina, la actriz y clown de la compañía Maricuela, sea la misma persona que ves en el escenario. En la calle, parece una persona normal, sensata e incluso tranquila. Pero en el escenario está sin duda poseída no sé si por el diablo pero sí por el espíritu del duende que dice ser, el de alguien que se mueve a muchas revoluciones por segundo y que es capaz de sintonizar con los niños como sólo lo hacen aquellos seres que están fuera de órbita, habitantes de mundos paralelos que confluyen con los imaginarios de la especie humana cuando ésta todavía no se ha achicado ni ha entrado en razón.
Lo que transmite el duende encarnado en María Molina es una profunda inestabilidad, que los niños ven como normal, al ser capaces de pasar de un estado a otro, o de un lugar a otro, sin que las leyes de la física y de la razón se ofendan por ello. Inestabilidad consubstancial a su persona, capaz de ser y no ser lo que dice ser, de vivir en un libro, en una página en blanco, en un paraguas que llueve por dentro y le sirve de ducha, en lugares disparatados y en un largo etcétera de vicisitudes y transformaciones, como si fuera un acordeón del Ser en mayúscula capaz de sonar todas las existencias inimaginables.
Pero es un duende que a pesar de todas estas características sigue siendo tranquilo, incluso perezoso, no termina las frases, habla a trompicones, salta de un contenido a otro, en fin, hace lo que le da la real gana.
Y son estas peculiaridades las que hacen tan atractivo al personaje, que consigue hablar de tú a tú con los niños, reírse de ellos y de sus papis, mientras va explicando cómo quién no hace nada uno y otro cuento.
El público premió una tal prodigalidad de facultades con sinceros y prolongados aplausos, mientras el duende regresaba a su paraguas y a sus cuentos, dejando por fin en paz a la actriz, tras haberla poseído durante la duración del espectáculo.
‘La Libertad de Melisendra’, de Títeres Sol.
Bajo el nombre de Títeres Sol se esconde una de las titiriteras más veteranas y honestas de Aragón, Sol Jiménez, que lleva ya muchos años, desde 1983, luchando por la dignidad del oficio con espectáculos que buscan juntar la vida con el arte. Obras de mucha implicación personal y un compromiso con los grandes principios y sobretodo, con ella misma. También colabora con muchas otras compañías, como con la Tía Elena, en condición de actriz y manipuladora.
En Abizanda presentó una versión de la historia del Retablo de Maese Pedro del Quijote, en una puesta en escena en la que son los espectadores los que deben manipular a los títeres.
Pero para arrancar la obra, Sol Jiménez nos indica y hace especial hincapié en un hecho básico para su teatro: nos hallamos ante un ritual en el que, como ocurre en tantas mitologías, todo nace de un huevo. La misma titiritera aparece vestida de antigua chamán que hace magia con las manos y que conoce los secretos de dar vida a los muñecos que son los títeres. Todo es sencillo y elemental: un carro, arena, huevos, las manos, el vestido de la titiritera. Con ello se explica los inicios de la vida de Melisendra. Y una vez ha quedado claro que nos encontramos en un espacio mágico, puede empezar la fiesta.
Pues no otra cosa deviene la historia de Melisendra, especialmente una vez escapa de la torre del castillo de Zaragoza sujeta a su esposo Don Gaiferos, y empieza la persecución del Moro Marsilio y sus huestes. Todo se anima, la sala entera se convierte en el espacio escénico, los títeres manipulados con varillas por los espectadores corren de un lado para otro, mientras Sol va excitando con la música y sus alegatos al público, inmerso en esta vorágine de acción, música, títeres y jolgorio festivo.
Una obra en la que la titiritera mira cara a cara a los espectadores, mostrando una implicación personal de las que hoy se dan poco. Por ello resultó tan atractivo a los que acudieron a Abizanda, instalados en informal disposición en la sala del Ayuntamiento, lugar donde se desarrolló la función.
Niños y mayores estallaron en aplausos con todas las barreras y cuartas paredes que normalmente separan a los actores de los espectadores, rotas.
‘Recreo’, de Títeres sin Cabeza.
Gustó este trabajo de Alicia Juárez y Fernando Martín, autores e intérpretes ambos de la propuesta, que se presentó con la técnica del teatro de sombras aplicada a un retablo de cuadrados y rectángulos blancos, como si todo él fuera una pantalla cuarteada.
Y, en efecto, tal era la intención de la pareja de sombristas, utilizar la totalidad del panel abierto al público, aunque la mayor parte de la acción transcurría en el espacio central. Sombras recortadas, es decir, siluetas, y sombras humanas, la del padre de la historia, interpretado por Fernando Martín, quién se presenta como tal al principio de la obra.
La historia, basada en hechos reales según nos indica el programa, cuenta una historia de amistad entre una niña y su compañero de clase que comparten cada día el desayuno que el papá de ella le prepara, pues Luís, el niño, de una familia de inmigrantes, no tiene nada para comer. Pero en la hora del recreo, además del desayuno compartido, ambos niños, guiados por la potente imaginación de Telma, viajan por mundos inventados llenos de animales, cuevas misteriosas, aventuras y tesoros.
Demostró Alicia Juárez aptitudes vocales potentes y dominio de la manipulación, con una técnica muy bien aplicada que buscaba la eficacia de la sencillez. De vez en cuando, se encendía alguno de los recuadros del panel a modo de complemento y apoyo visual a la acción. En cuanto a las siluetas, mostraron una funcional factura, bien encajada en el registro infantil y familiar del espectáculo.
El tono coloquial del texto, pensado para conectar con los espectadores, consiguió que los niños siguieran atentos la historia, bien conducidos por la voz de la manipuladora que los tuvo pillados desde el principio hasta el final. El público premió el esfuerzo de los titiriteros con prolongado aplausos.
‘Parias’, de Javi Aranda.
Ya conocía esta obra de Aranda, de la que se ha escrito varias veces en Titeresante (ver aquí) y tengo que decir que a medida que pasa el tiempo, crece y se refina como el buen coñac.
Para que esto suceda, son necesarias dos condiciones: que la obra tenga un fuste de verdad que le permita aguantar el paso del tiempo, y que el intérprete vaya madurando a lo largo de las representaciones y nuevos montajes. Y creo que ambas condiciones se cumplen con creces en el caso de esta obra y de Javier Aranda, un titiritero que en estos momentos se encuentra en lo alto de una cresta a las que es muy difícil llegar: disponer de dos espectáculos (‘Parias’ y ‘Vida’) de una calidad tal que los programadores sin excepción se enamoran de ellos y los quieren contratar sin falta. Algo que siempre alegra a los artistas menos a Aranda, que desconfía de los éxitos y lo único que quiere es llevar una vida tranquila.
‘Malgré lui’, como se diría en francés, no hay duda de que nos encontramos ante uno de los valores más sólidos e importantes de los títeres en España, en lo que se refiere al trabajo solista, que es uno de los terrenos más difíciles y codiciados por los titiriteros, pues permite movilidad y fácil adaptabilidad a los espacios.
Y por eso fue un acierto cerrar el Festival de Títeres de Aragón en Abizanda con esta obra de Aranda: cuatro historias o números de personajes limítrofes que nacen de la materia muerta y del mismo titiritero, y que se sitúan en este espacio intermedio y tenebroso donde lo oculto, lo maldito y lo prohibido se cruzan con la conciencia diurna de la persona que deja que estas dimensiones, por lo general escondidas, asomen y se atrevan a convertirse en formas y en figuras reales y creíbles.
Una obra que nos sitúa en la esencia del lenguaje de los títeres: ese cultivo de la alteridad propia a través del buceo por los abismos personales y de la materia muerta inorgánica, a la que se deja hablar cuando se cruza con los contenidos simbólicos ocultos.
Aranda lo consigue tras haber encontrado el registro que le permite relacionarse con la muerte desde dos posiciones contrapuestas pero complementarias: la distancia absoluta que uno pone frente a lo que tiene que ver con la Muerte y la intimidad ineludible hacia aquello de nosotros que muere, morirá o ya murió. Y todo ello con una enorme vitalidad . Una relación que a su vez debe proyectarse al público, invitado a entrar en doble convivencia con la muerte.
Sólo los títeres, a través de la materia animada por el manipulador, mantienen esta radical ambigüedad entre lo que está vivo y muerto, lo que permite adentrarse por estos territorios inquietantes de la autoconsciencia. Pues no otra cosa es lo que hace Javier Aranda, un trabajo que requiere no sólo el arrojo de atreverse a saltar al vacío de uno mismo, sino una muy buena técnica de actor.
Una vez más, ‘Parias’ despertó el entusiasmo del público: cuando la verdad sale al escenario, no importa el número de veces que hayas visto el espectáculo. Entregados al teatro, aplaudimos a rabiar.