Tras el ya comentado arranque del Festival, que tuvo como principal escenario el Museu da Marioneta de Lisboa y el complejo del CAMa con la Galería Boavista, se inició este fin de semana su extensión natural por otros teatros de la ciudad. Ayer viernes fue el turno del Teatro Sao Luiz, situado en pleno centro de la ciudad, a dos pasos del Chiado, y continuará hoy sábado con el Teatro Maria Matos y los Jardines de Estrela, dónde actuará Sara Henriques con Dom Roberto, una nueva titiritera del Teatro de Marionetas do Porto que se incorpora al ya fecundo elenco de Roberteros que hoy existen en Portugal.
Fue ayer un día especial, como lo serán los sucesivos creo yo a partir de ahora, al presentarse dos espectáculos muy diferentes entre si pero ambos de gran impacto.
Théâtre du Rugissant
Fue el primero la obra “Dans l’oeil du Judas” (“En el ojo de Judas”) a cargo de la compañía francesa Théâtre du Rugissant, que se presentó en el gran escenario del Teatro Sao Luiz. Por cierto, una maravilla de lugar, que jamás había pisado, elegante, reformado y según parece muy bien dotado técnicamente, con varias salas y un “Jardín de Invierno” maravilloso dónde presenciamos el otro espectáculo de la noche.
El Théâtre du Rugissant és una formación instalada en Albi, al sur de Francia, que suele trabajar en creaciones colectivas y que gusta mezclar géneros y lanzarse a aventuras intrépidas de múltiples registros. En efecto, la obra se presentó con una escenografía impactante, que ocupaba todo el espacio del gran escenario del Sao Luiz, y que tenía la forma de un gigantesco ojo –el de la memoria– que se abría y cerraba mediante complicados y muy vistosos mecanismos de artesanía teatral cuando el personaje principal, Giacomo, en el momento justo en que la Muerte llega para llevárselo, decide revisitar un pasado lejano pero trascendental para él.
Dentro del ojo, una gran estructura de varios pisos, con ascensor incluído, reproducía el interior pesadillesco de una casa de vecinos dónde sucede el episodio del que tanto interés tiene Giacomo en recordar. Un episodio oscuro y que bascula entre lo grotesco y la maldad más estúpida, que suele ser la más peligrosa. En la casa de vecinos, llega un extranjero que provoca una atávica actitud de exclusión que acerca a los humanos a los viejos, aunque siempre tan vigentes, estados tribales de civilización. Un episodio con asesinato incluído que marca para siempre la vida de Giacomo y la de la desgraciada hija del extranjero muerto.
La manipulación de los títeres, a la vista pero muy bien puestos en escena mediante una sofisticada iluminación más los efectos escenográficos correspondientes, fue impactante, provista de una viveza de movimientos que los hacía realmente muy humanos, “demasiado humanos”, diríase, guiados por sus miedos y sus odios reactivos.
Hay en la obra una celebración inicial y final de la Muerte, que se halla muy bien representada por un artista callejero en el inicio, un verdadero artista de los sombreros que maravilló al público con sus malabarismos, y luego por distintas voces que surgen en una barca, y por los mismos músicos, que parecen dar voz y sonido a la Parca. Concretamente, una inmensa Trompa, con su impresionante sonido grave, encarna a la pálida Señora cuando llega al final para llevarse a Giacomo.
La Muerte, en esta obra, llega inexorable pero sin prisas, con un ritmo propio que los afectados pueden modelar según sus más apremiantes necesidades. Giacomo debe forzar con su férrea voluntad la abertura del Ojo de la Memoria para que la Muerte acepte la prórroga solicitada. Tal vez gusta alimentarse de estos retazos de vida que le son regalados en los momentos postreros, pues acepta la petición de Giacomo y no regresa hasta que la historia explicada llega a su fin. Y parece que le ha gustado la dádiva, dado el desenlace que ofrece a su cliente, que no desvelaremos para mantener vivas las incógnitas del montaje.
El público de Lisboa aplaudió en pie el trabajo de los artistas-titiriteros y músicos franceses, un público entusiasmado que llenó toda la platea del Teatro Sao Luiz, para gran alegría de los responsables del Festival.
Yael Rasooly y su Concierto con Gramófono.
Fue en el citado Jardín de Invierno del Teatro Sao Luiz dónde Yael Rassoly presentó su concierto de canciones de los años veinte y cuarenta acompañándose de un gramófono, una presencia simbólica indispensable para ubicar tanto la música como las canciones del repertorio ofrecido.
Un concierto que resultó una verdadera delicia, pues Yael Rasooly, esa actriz israelita de la que vimos dos días antes su espectáculo “Paper Cut”, hizo un despliegue exhaustivo de sus grandes facultades vocales, que son muchas, no por algo ha tenido la actriz una educación técnica de cantante de ópera, indispensable para poder controlar con tanta soltura los recursos vocales, aunque no suficiente, pues para el repertorio escogido no sólo hace falta técnica sino mucho arte y una versatilidad actoral de alto calibre. De todo ello está dotada Rassoly, y canciones tan emblemáticas como “The man I love” o “Busy line” brillaron con toda su carga poética y humorística.
Un espectáculo muy bien cuidado, sencillo pero impecablemente representado, dividido en dos partes que sirvieron a la artista para cambiar su vestido del negro al rojo, destacando unas dotes histriónicas y actorales de primerísima categoría. Un concierto que fue un verdadero bombón para el público que llenó el Jardín de Invierno del Sao Luiz, cuya decoración elegante con referencias a las primeras décadas del siglo XX, acompañó como un segundo vestido a la cantante.