Recalé hace poco en València con la idea concreta de ver la exposición 45 Años de Historia del Teatro la Estrella, que se encuentra en el CCCC -Centre del Carme Cultura Contemporània de València. El lector puede leer la crónica de esta visita con profusión de imágenes clicando aquí.

Imagen de la Sala Azul de la exposición de La Estrella. Foto T.R.

València es una de las ciudades españolas que los aficionados a la figuración animada no deben perderse, no solo por el talante festivo, vital y abierto de sus habitantes, sino porque se trata de una urbe profundamente titiritera. Las razones son las siguientes: importantes teatros y compañías están instalados en ella; goza de una fiesta descomunal como es la de las Fallas, basada en escenificaciones de figuras que se convierten en grotescas y singulares marionetas cuando el fuego las anima; y el haber mantenido viva hasta hoy la fiesta del Corpus Christi con su tradicional procesión; en ella, además de multitud de personajes alegóricos encarnados en personas, desfilan gigantes, águilas, dragones, la tarasca,  más once carros escultóricos llamados aquí Rocas, una tradición muy longeva de cuadros escénicos alegóricos, considerados por los estudiosos como una forma parateatral de escenas sobre ruedas, cuyas figuras incluso llegaron a tener movimiento en otras épocas.

Drac de Sant Jordi. Casa de las Rocas. Foto T.R.

No me detendré en esta ocasión en los teatros y compañías, que nos llenarían demasiadas páginas de este simple reportaje, y sobre los que Titeresante ya ha ido hablando a lo largo de los años. Nos centraremos pues en los elementos festivos de carácter parateatral antes citados.

Por supuesto, lo mejor es acudir a València en las fechas que marca el calendario para estas fiestas y gozar así del tremendo ambiente reinante, siempre bañado por el sonido de las bandas musicales, otro de los singulares signos de identidad de la actual cultura valenciana. Pero quien quiera regodearse y profundizar en los detalles, cualquier día del año es bueno, por la existencia de unos preciosos museos sobre la materia.

Ninot indultado en 2023. Artista: Carlos Carsí García. Escultor: Sergio Penadés Navarro. Homenaje a la pirotecnia. Museo Fallero. Foto T.R.

Así lo pude comprobar en mi último viaje, a raíz de la ya citada exposición de La Estrella, cuya visita recomiendo encarecidamente a los interesados en estas cuestiones. En efecto, al llegar a València, antes de ir al CCCC, me acerqué al Museo Fallero que se encuentra muy cerca del centro, en la plaza Montolivet nº 4, y debo decir que quedé impresionado por la riqueza de las figuras y del fenómeno fallero allí expuestos.

El Museo Fallero

Nada más llegar en la placeta Montolivet, a la derecha de la entrada principal del Museo, vi un busto allí expuesto. Me acerqué y vi que se trataba del gran maestro fallero Regino Mas (Benifaió, 1899 – Valencia, 1968), al que conocía porque fue uno de los maestros al que acudió Herta Frankel, en los años 50 y 60, para que le construyera algunas de sus apreciadas marionetas. Una persona que fue clave en la historia de Las Fallas, como fui descubriendo a lo largo de mi visita.

Entrada del Museo Fallero. A la derecha, el busto de Regino Mas. Foto Glaucopis92, Wikipedia

Autor de más de 70 fallas, se considera a Regino Mas como uno de los primeros en confeccionar fallas de grandes dimensiones, donde la sátira y la crítica daban teatralidad y humor a las escenas. Cinco de sus ninots indultados se encuentran en el Museo Fallero (las de 1941, 1042, 1944, 1947 y 1958).

También fue Mas la persona que consideró las fallas como un patrimonio que había que explicar y conservar, iniciándose esa costumbre de indultar a los mejores ninots, que hoy pueblan los dos museos existentes sobre el tema, así como el de Alicante, donde se muestran verdaderas obras maestras salvadas de su fiesta de las Hogueras (vean este artículo de 2013 donde hablamos de las Hogueras de San Juan de Alicante).

Ninot indultado, Museo de las Fogueres de Alicante. Foto T.R.

Tal cómo nos indica el Gremio de los Falleros: Junto a Regino Mas se reunieron nombres como Carmelo Castellano, José Carrero Pont, Joaquín Dolz, los hermanos José y Antonio Fontelles, Modesto González, Fernando Guillot, Manuel Guinart, Antonio Llorca, Joaquín Navarro, Vicente Sancho Marqués, los citados Soriano Izquierdo y Carlos Tarazona, Vicent Tortosa Biosca -quien sería a futuro también Maestro Mayor- y Carlos Vilanova, para conformar las primeras directivas, las cuales dieron arranque a nuestro Gremio en 1943 -con sede en la calle Gobernador Viejo, 18-, y de forma oficial en octubre de 1945. La primera lista de agremiados -30 artistas- conservada, porta fecha de 2 de enero de 1946.

El Viejo del violín. Ninot indultado en 1942, obra de Regino Mas Marí. Museo Fallero. Foto T.R.

Fue Regino Mas quien propició el ambicioso proyecto de construir un complejo artesanal que incluyese una sede gremial, escuela, museo y talleres: consistió en la Ciudad del Artista Fallero, un espacio temático -el primero de España- dedicado a la construcción de fallas, carrozas y escenografías al estilo de los grandes estudios cinematográficos.

Como indica el gremio fallero en su web, este polígono, homogenizaba y dignificaba a los artistas falleros como empresarios de las artes plásticas, al abandonar las viejas naves, alquerías y edificios en desuso donde venían trabajando desde los albores del mismo oficio en el siglo XIX. San Miguel de los Reyes, San Isidro, Benicalap y l’Olivereta fueron las barriadas propuestas para ubicar la Ciudad, el proyecto de la cual se define a lo largo de los años 1950 y se concreta en víspera de la marcha de Regino a República Dominicana para construir carrozas y decorados.

Hilera de ninots indultados. Museo Fallero. Foto T.R.

Pero dejemos aquí al maestro Regino Mas, y entremos en el Museo. En la primera sala, podemos ver algunas de las más preciadas joyas de los ninots indultados. Verdaderas obras maestras realizadas en cartón piedra, tal como se hacía en sus inicios, lo que requería una enorme maestría en el modelaje, y todo un elaborado saber de ensamblaje de las distintas partes, tras sacar los positivos de los moldes correspondientes.

Atención, aquí debemos detenernos para comentar algo que de algún modo ha cambiado la tradición: la incorporación de los nuevos materiales de construcción, como es el poliestireno expandido (EPS). Hoy en día, la mayoría de las fallas se construyen mediante diseño asistido por ordenador, para realizar el modelado tridimensional. Un robot tralla la forma sobre el bloque de poliestireno para que luego el artista le haga el acabado y un pintado final. Se dice que gracias a estos procesos, las fallas se hacen cada vez más grandes y resistentes.

Aprendiz fallero. Ninot indultado de Josep i Asensi Barea Sánchez, en 1951. Museo Fallero. Foto T.R.

El problema está en la Cremà: cuando el fuego las consume, los espectadores deben huir de su proximidad, de tan tóxico que son los materiales consumidos. Como dicen algunos entendidos, el poliestireno ha matado la Cremà, una de las partes más importante de la fiesta fallera, cuando los grandes cuadros escultóricos son pasto de las llamas. Las casas vecinas deben cerrar ventanas y balcones, y si el viento es juguetón, las calles se vacían de gente perseguida por el tóxico humo.

Volver al cartón, la cera y la madera parece hoy imposible, dadas las inversiones que han hecho los grandes talleres, pero tarde o temprano las autoridades deberán estudiar la cuestión y buscar soluciones.

Matrimonio prehistóirico. Ninot indultado de Joan Huerta Gasset. 1957. Museo Fallero. Foto T.R.

Pero continuemos con nuestra emocionante visita.

Uno de los elementos más atractivos son los carteles, pequeñas obras de arte que muestran cómo la sensibilidad y las estéticas han ido cambiando a lo largo de los años, y cómo los artistas que los hicieron han interpretado el sentido profundo de una fiesta basada en el arte de la escultura y el fuego.

El castigo de ser demasiados. Ninot indultado en 1961. Obra de Joan Huerta Gasset. Museo Fallero. Foto T.R.

El fuego, elemento principal de las Fallas, vamos a detenernos en él.

Fallas y Fogueras. El teatro del Fuego

Fiestas de fuego. Romper la noche, con toda la simbología que ello conlleva. Tradición levantina como la que más. Presentes no sólo en Valencia, sino también en Aragón y en Cataluña, donde el fuego ocupa uno de los lugares preeminentes de las fiestas, pero también en tantos lugares de la Península. Pero es en el País Valencià donde estas fiestas cobran un relieve que va más allá de la simple hoguera y del fuego. Hay muñecos, y con ellos se representa parte de la realidad del día a día del lugar, del país, y del mundo mundial.

Hermanos de leche. Ninot indultado de Gregori Gallego Albero y Julià Gallego Fortea, 1962. Museo Fallero. Foto T.R.

No son marionetas porque consisten en grupos escultóricos estáticos, monumentales muchas veces, pero como antes indicamos, cuando el fuego los devora, de pronto las figuras se convierten en terribles marionetas movidas por el capricho de las llamas. La función dura lo que dura el fuego y lo que aguantan los andamios de madera y los personajes que los habitan. Son minutos eternos de distorsión, de danza burlesca unas veces, de macabros aspavientos otras; los hermosos y divertidos cuadros que componían los muñecos, se van fundiendo y caen de sus pedestales, mientras se van desfigurando y retorciendo, como si una muerte súbita y prematura los carcomiera por dentro y por fuera, hasta quedar reducidos literalmente a cenizas.

Carteles de 1955 y 1934. Museo Fallero. Foto T.R.

Es un teatro de marionetas en el que el fuego es el titiritero que mueve los hilos de sus llamas devastadoras y corrosivas. Un retablo que desfigura y destruye a sus títeres: primero los anima sádicamente con sus ardores para desalmarlos luego al irse consumiendo.

Cartel de 1971. Museo Fallero. Foto T.R.

Los espectadores contemplan fascinados cómo desaparecen lentamente los hermosos rostros, cómo bailan con grotesco meneo los cuerpos alegres de las figuras tan magníficamente torneadas. Contemplan y son los testigos de un aquelarre que reproduce simbólicamente los viejos autos de fe de la inquisición, o los sacrificios rituales de épocas pretéritas que condenaban al fuego a sus víctimas.

En cada esquina de la ciudad, allí donde se instalan los grandes monumentos hechos de madera y cartón piedra, hoy poliestireno, tan magníficamente construidos por los maestros falleros de Valencia, se reproducen estas escenas tremendas, a modo de lección para sus habitantes, chicos y mayores: cómo la vida puede cambiar súbitamente de estado, y pasar de la hermosura y del bello acabado, a la ruina y al estrago a través de la distorsión del fuego. Lecciones de vida y de muerte, del sentido efímero de todo lo que existe y de todo lo que construye la mano humana.

Cartel fallero de 2003. Foto T.R.

Unos intensos minutos de destrucción catastrófica que se sostienen porque durante meses, los maestros falleros han trabajado en sus talleres de la Ciudad Fallera, allí donde también se encuentra un hermoso museo, el llamado de los Maestros Falleros, que quise visitar al día siguiente.

El Museo del Gremio Artesano de Artistas Falleros

Ante todo quiero decir que muy cerca de este Museo, ocupando uno de los locales que suelen ocupar los constructores de fallas, tuvo su taller la gran titiritera valenciana Empar Claramunt (ver aquí), fallecida en marzo de 2021. El lugar ideal para un taller de títeres, muy cerca de la Cooperativa Fallera, allí donde se venden todos los productos y materiales que sirven a la construcción de los ninots. Y muy cerca de la plaza dedicada a Regino Mas, en el centro del barrio.

Empar Claramunt entre figuras de fallas frente a su taller y teatro Marionetari, en el barrio fallero. Foto Marionetari

Vayamos al Museo. Más pequeño que el visitado ayer en el centro, pero con un gran espacio abierto que ha permitido reproducir una falla monumental en su período de construcción. Y con ninots indultados por los mismos maestros constructores, pues el lugar es también la sede del Gremio Artesano de Artistas Falleros. Por lo tanto, con piezas salvadas ya sea por su exquisita calidad como por rasgos curiosos y significativos para los miembros del gremio.

Entrada del Museo. Foto T.R.

No podemos ser exhaustivos, como es lógico, en citar a todos los que nos maravillaron, que son muchos, pero sí mostramos algunas imágenes de los más impactantes.

‘Germanor’, obra de Francisco Tomás Paquito, 1980. Museo de los Artistas Falleros. Foto T.R.

‘La Gran València’, de José María Martínez. Museo de los Artistas Falleros. Foto T.R.

El artista fallero Julián Puche, esculpido por Francisco Mesado Poveda, 1999. Foto T.R.

‘Turistas’, obra de Francisco Mesado Poveda, 1985. Museo Artistas Falleros. Foto T.R.

También muy interesante me pareció la exposición de algunos dibujos de futuras fallas, indicando la maestría y la gran imaginación que han tenido y siguen teniendo los artistas falleros.

Un museo cuya visita es obligada para quien quiera iniciarse en el conocimiento de la rica tradición fallera.

Las Bandas de Música

Poco entenderíamos de estas extravagancias valencianas, si no atendiéramos a un fenómeno que va parejo a cualquier actividad festiva del lugar: la presencia tan forzosa e indispensable como vital de la música que siempre las acompaña, a cargo de las infinitas bandas musicales que existen en todo el País Valencià. Por supuesto no son infinitas, pero sí a centenares. Preguntamos al señor Google, y nos dijo lo siguiente:

“En el registro de la Federación de Sociedades Musicales de la Comunidad Valenciana (FSMCV) hay, a día de hoy -23 de abril de 2024-, 550 bandas federadas. Contando las no federadas, un censo realizado por esta misma institución cifraba el número total de bandas valencianas en más de un millar”, lo que nos indica que se trata de un fenómeno sistémico, único en España. De hecho, se considera que la mitad de todas las bandas musicales existentes en España, están en Valencia.

¿Qué significa eso? Mucho. De entrada, porque esta realidad obliga a que cada población grande, pequeña o mediana, disponga de su o sus propias escuelas de música, indispensables para alimentar esta necesidad perentoria de la sociedad, para la que escuchar la música desfilar por la calle es tan básico y primordial como el pan para comer, el vino para beber, el día para desfilar y la noche para dormir.

Durante las Fallas de Valencia y las Hogueras de Alicante, el desfile de las bandas es un continuo sonoro que dura todo el día y buena parte de las noches. En otra ocasión hablaremos de las Fiestas de Moros y Cristianos, donde el elemento musical es todavía más importante. Vean este vídeo de 2023 en el que Silvia Gómez Maestro, la directora invitada de este año, dirigió a centenares de músicos y miles de voces en el «Nostra Festa ja» con el que Alcoy dio la bienvenida a las Fiestas de Moros y Cristianos. Una catarsis colectiva en la que participan músicos, políticos, administraciones, ciudadanos y visitantes.

Pero cabe preguntarse: ¿qué subyace en esta necesidad de que la música suene uniformada y bien tocada? Pues de eso se trata: mientras en muchos lugares del país, las fiestas se celebran con charangas provistas de tambores improvisados e instrumentos variopintos, buscando imitar las acústicas carnavalescas de la samba brasileña, con resultados muchas veces penosos y en tantas ocasiones denostables -pues los españoles, por muy amantes de la fiesta, no somos brasileños-, en las bandas valencianas rige la buena escuela instrumental, el conocimiento de las notas, la disciplina del solfeo y el gusto por los portes elegantes y más o menos marciales, según cánones más cercanos a los ujieres municipales que a los batallones militares. Lo cual da al ambiente festivo un discreto tono elegante y civil, de una curiosa seriedad de pequeño formato, dando a entender que la diversión requiere también disciplina y estudio, y un relativo marcar el paso a un ritmo escéptico de bombo, platillos y tambores.

Quién mejor supo entender este espíritu que subyace a la Fiesta Valenciana fue el genial músico y artista de Vinaroz, Carles Santos. Cuando el alcalde Pasqual Maragall le encargó la música para el desfile de los deportistas olímpicos, no dudó Carles Santos en acudir a la Unió Musical de Llíria, una de las bandas sinfónicas más afamadas de Valencia. Con su sonido desfilaron los gladiadores olímpicos, y con la misma banda también participó en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de 1992 junto al grupo teatral Els Comediants. Más adelante creó obras en las que puso en escenas varias bandas de jóvenes traídos de Valencia, mostrando las enormes posibilidades que tienen estas formaciones para ejecutar músicas de todo tipo en contextos de lo más singulares, algo de lo que Santos sabía un montón.

Una realidad, la de las bandas musicales en Valencia, de una trascendencia mayor de la que pensamos.

La Casa de las Rocas

Tropezamos con ella cuando salíamos del CCCC, tras visitar la exposición de La Estrella, Pilar Amorós, Maite Millares, Paco Paricio y yo mismo. La razón es que se encuentra a dos pasos del Centre del Carme.

La Tarasca de Valencia. Casa de las Rocas. Foto T.R.

Nada más entrar, te sorprenden unas figuras gigantescas ocupando el espacio más bien estrecho de la entrada: unos gigantes, un dragón festivo, la tarasca de Valencia… No es un museo, sino que se entiende que estás en un lugar operativo, que sirve para algo más que para recibir visitantes. Y así es: estamos en la Casa de las Rocas, el almacén municipal que las alberga, a las Rocas pero también a todas las figuras festivas que salen en la procesión del Corpus. Allí se guardan, se restauran, se desviste a los gigantes y cabezudos para lavar y recoser sus ricos atavíos, y cuando llega el Corpus, de allí salen para pasear por la ciudad.

Roca de la Puríssima. Foto T.R.

Nos introducimos al interior del local, y nos recibe una gran sala, de techo muy altos, pues en él están las Rocas, carros monumentales esculpidos y con las figuras alegóricas que corresponden a cada una de ellas. Son 11 las que se guardan y salen de paseo por el Corpus. Por orden cronológico de su origen, son las siguientes (información extraída de la Wilipedia):

Gigantes para vestir. Foto T.R.

  • La de San Miguel (1528)
  • La roca Diablera (1542)
  • La de la Fe (1542)
  • La de la Purísima (1542)
  • La de San Vicente Ferrer (1665)
  • La de la Santísima Trinidad (1674)
  • La roca Valencia (1855)
  • La de la Fama (1899)
  • La del Patriarca San Juan de Ribera (1961)
  • La de la Mare de Déu dels Desamparats (1995)
  • La del Santo Cáliz (2001)

En la gran sala de las Rocas están también los gigantes desnudos de sus nobles vestimentas, quietos en posición de descanso, como si hibernaran, esperando el esplendor de la primavera que los sacará de nuevo a la calle, el 30 de abril este año. Unos empleados municipales manejan los brazos y las manos de uno de ellos, que quizá requieren de pintura o necesitan engarces más sólidos.

La Roca Diablera. A la derecha, una mano y sandalias de gigante. Foto T.R.

En la sala están las rocas, muy cerca unas de otras, pues son carromatos grandes y el espacio no es tan amplio. Una puerta altísima nos indica el lugar por donde saldrán. Para verlas con distancia, habría que esperar al Corpus. Pero estar así amontonadas, unas junto a las otras, nos permite vivir una proximidad insólita, casi una familiaridad, que te obliga a detenerte en los detalles, a oler la madera, a tocar las magníficas tallas de las bases donde se posan las figuras que dan nombre a cada una de ellas. Vemos que dos de las más antiguas son las de San Miguel y la de la Diablera, ambas misteriosas, y que nos hablan de los extremos morales de este mundo. Para esto están, para dar a las poblaciones marcos referenciales de conducta. Hoy nadie les hace caso, por supuesto, pero conservar viva esta tradición permite a los valencianos mantener unos marcos de convivencia colectiva fijados por la catarsis festiva y las marcas del calendario, que establecen la conciencia de los tiempos y de las posibilidades de cambio. Para eso sirven las fiestas y por eso es importante no saltárselas, como la modernidad y los futuros tecnológicos urgen a las poblaciones, pues a menos fiestas y pausas temporales, menos posibilidades de cambiar los rumbos, los personales y los colectivos, y más fácil podernos manipular.

Detalle de la Roca de los Desamparados. Foto T.R.

Maravillados por lo que estamos viendo, subimos al primer piso el grupito de cuatro que hemos entrado, donde nos espera un audiovisual con imágenes de la procesión de Corpus en Valencia. Impresionante la cantidad de figurantes que desfilan disfrazados o con máscaras de personajes históricos, bíblicos o alegóricos: San Miguel con dos almas, Noé, Abraham e Isaac, La Serpiente de bronce, Levitas, el Arca de Noé, los Ángeles bobos, el Altar del Sacrificio y el candelabro de los siete brazos, Sansón, David y los Músicos Ciegos, las Matronas, y tantos otros…

Procesión del Corpus en Valencia. Imagen extraida de la Casa de las Rocas

La Banda Municipal, por supuesto. Y los personajes del Nuevo Testamento por este orden: Simeón y la Profetisa Anna, San Juan Bautista, los Doce Apóstoles, los Cuatro Evangelistas, las Tres Águilas. Luego están los Misterios, o los Santos Eucarísticos: San Nicolás y la Barca, Santa Margarita y la Cuca Fera, San Jorge y el Dragón, Santa Marta y la Tarasca, Santa María Egipciaca, la beata Inés de Benigánim… Los Cirialots, con sus cirios descomunales.

En un momento determinado, vemos a los que ha salidon por orden de Herodes a matar niños, y desde los balcones les tiran cubos de agua, con permiso municipal, claro, convenientemente repudiados por los vecinos.

La primera sala de la Casa de las Rocas vista desde el primer piso. Foto T.R.

En pocas ciudades de España se ha conservado una procesión con tantos elementos tradicionales vivos. Creo que la de Granada es también impresionante, aunque ignoro los detalles y me parece que está más centrada en los elementos religiosos, aunque por supuesto tienen a su Tarasca.

Todavía vemos más maravillas en el piso superior de la Casa de las Rocas. Pero dejamos aquí este breve reportaje, que espero haya servido para mostrar algunos de los suculentos tesoros titiritescos con los que nuestro país, al que nosotros llamamos el Jardín Ibérico de las Diferencias, nos regala vayamos adonde vayamos.