(Esmeralda con el esqueleto del Teatro Comunidad, de Colombia. Foto T.R.)
En esta segunda crónica del Parque de las Marionetas, festival que ha tenido lugar del 9 al 13 de octubre, coincidiendo con las Fiestas del Pilar 2024, hablaremos de los cuatro siguientes espectáculos: Les Petites Histoires Sans Paroles, de L’Alinéa, de Francia; Concierto Titiritero, de Teatro Comunidad, de Colombia; Sombras Animadas, de El Cuarto Azul, Madrid; e Historias Titiriteras, de Proyecto Caravana, Teruel.
Les Petites Histoires Sans Paroles, de L’Alinéa
Sin duda ha sido uno de los espectáculos estrella del Parque de las Marionetas de este año, de cuyas Pequeñas Historias sin Palabras el público ha podido ver en cada sesión una de las tres partes de que está compuesta la obra, afín de adaptarse a los tiempos que impone el festival en las distintas carpas o barracones de feria, tan bellamente pintados por el artista zaragozano Ignacio Fortún. Algo que animó a muchos a repetir para poder ver así el ciclo completo.
Brice Coupey, el autor e intérprete de L’Alinéa, se ha revelado con esta obra como un verdadero virtuoso del títere de guante, creando con una extraordinaria y aparente sencillez un mundo en tres fases que gira alrededor de un clásico retablo de títeres, el cual llega a convertirse en parte fundamental del espectáculo, casi en un personaje más, especialmente en la tercera de las historias.
Brice Coupey y Jean-luc Ponthieux con su contrabajo
Lo hace partiendo de la base de que los títeres son unos seres que muchas veces gustan más relacionarse con la música y el ritmo, que con las palabras. No hay que ir muy lejos para entender esto, pues una de las principales matrices del teatro popular europeo de los títeres, el Pulcinella napolitano, sugiere ya esta tendencia a la musicalidad. Lo vemos cuando transforma la palabra en una sonoridad casi musical que parece prescindir de los significados, como es el producido por el artificio vocal de la lengüeta o piveta, como se dice en italiano. Ejemplos notorios son el maestro Salvatore Gatto, cuyos espectáculos eran verdaderos conciertos de percusión rítmica, o la misma Federica Martina, que compartió programa en el Parque de las Marionetas, cuyas rutinas de manipulación se asemejan a preciosos y refinados ejercicios de baile con las manos.
Brice Coupey recoge esta línea tradicional pero llevándola a su extremo: los propios títeres son simples caras casi sin expresión. Lo único que transmiten es una especie de sorpresa de estar vivos en un mundo que no comprenden pero que miran con curiosidad. Entre ellos solo se distinguen por el color de la ropa que llevan, también muy simple, pues de hecho es su misma ‘ánima’, la funda donde se introduce la mano del titiritero. Y reaccionan frente al mundo que les rodea, como si no hubiera nada más en este universo.
Para romper el silencio de una obra sin palabras, se acompaña Brice Coupey con el contrabajo de Jean-luc Ponthieux, que maneja el instrumento con el mismo virtuosismo que muestra su pareja de baile, el titiritero. Podríamos decir que el contrabajo es uno de los instrumentos musicales más limítrofes, situado en los bordes bajos y oscuros de la escala musical, y cuyos sonidos se mueven entre el puro ritmo de las notas salpicadas y la melodía que le da el arco rascando sus cuerdas. Una especie de sonoridad primordial que enlaza plenamente con esa primordialidad de los títeres cuando se basan en la pura síntesis del juego titiritero.
Es así como L’Alinéa consigue sorprender al público con esta obra que toca resortes elementales y por ello mismo muy profundos, siempre abocados al absurdo de las situaciones y por ello mismo, provisto de un humor inteligente que oscila entre el enfoque surrealista, lo inesperado y lo imposible.
Y lo bueno es que este humor tan sui generis consigue crear un mundo propio basado en la propia materialidad que envuelve a los personajes, trozos de tela quizás de títeres no natos, y sobre todo el mismo retablo, lleno de agujeros invisibles pero reales para los títeres, y que incluso puede llegar a moverse y hacer volteretas sobre sí mismo. En estos casos, el titiritero se convierte en un juguete de estos caprichos del teatrillo, tan sorprendido como lo pueden estar los títeres.
No vamos a decir nada más sobre la obra, porque cuando existe tanta simplicidad aparente, lo mejor es verla en directo y saborear sus increíbles profundidades. Una obra que, como dije al principio, captó de inmediato la atención del público, consciente de que se encontraba frente a un espectáculo tan singular como extraordinario.
Concierto Titiritero, de Teatro Comunidad
De Colombia llegó este bonito espectáculo musical, a cargo de una veterana compañía, Teatro Comunidad, que deslumbró a todo el mundo por la calidad y el tono de su música y sus canciones. Para entender mejor este trabajo, vale la pena citar el pequeño párrafo con el que ellos se definen:
Teatro Comunidad desde 1990 trabaja en recuperación del patrimonio cultural, mito, rito, fiesta y espectáculo, parte fundamental de su método creativo es el estudio y la recreación de la tradición oral y la música popular.
Música cantante del Teatro Comunidad. Foto T.R.
Creo que estas cuatro palabras, mito, rito, fiesta y espectáculo nos sitúan plenamente en lo que busca este Concierto Titiritero: el teatro como una fiesta, un rito colectivo que busca situarnos, a través de la música, el baile y las historias de personas y animales, en el corazón del pálpito popular. Y lo hacen los de Bogotá con una tonalidad que a nosotros, los españoles, nos llega de lejos y que por eso se nos hace tan atractivo, con el matiz de una suave placidez en el canto y la música, a caballo entre ritmos de cumbia, merengue y son pasados por la selva, ‘donde siempre llueve’, como nos recuerdan los actores cantantes.
Escuchar a estos sabios intérpretes debería ser una obligación para los pueblos crispados de hoy en día, especialmente en Europa y alrededores, afín de dotarnos de unos anticuerpos que, en vez de proceder de la química, provienen de la música, la poesía y las viejas leyendas populares que nos hablan de la sabiduría o de la boba simpleza de los animales.
El público del Parque de las Marionetas se dejó mecer con ganas por las canciones titiriteras del Teatro Comunidad, viendo como por el escenario pasaban ríos, chopos, charcos, ranas, tortugas, un burro quejica, una bruja loca despeinada, o la misma Muerte bailonga, atrapados todos por la naturalidad alegre de unos intérpretes que con sus títeres e instrumentos ponían distancia al conflicto y a los dramas de la vida.
Niños y adultos aplaudimos entregados al sabio quehacer de los artistas colombianos.
Sombras Animadas, de El Cuarto Azul
En la carpa llamada Salón de los Sueños, actuó la compañía El Cuarto Azul con la obra Sombras Animadas. Con producción de Cachivache de Madrid y dirigido por Eladio Sánchez, con manipulación de Esther de Andrea y la música en directo de Juan Sánchez Molina, la obra es un bello compendio de distintas técnicas de crear imágenes animadas de un modo artesanal, empezando por la famosa Linterna Mágica del siglo XIX, las ilusiones ópticas producidas con espejos, como el calidoscopio, la litofanía, el taumatropo, el zootropo, el praxinoscopio, y tantos otros artilugios inventados por la imaginación humana antes de que los hermanos Lumière en Lyon, Georges Méliès en París, y otros pioneros inventaran el cine.
Y entre estos métodos rudimentarios está, por supuesto, el teatro de sombras, que es la base principal en la que se sustenta El Cuarto Azul para hilar estos diferentes episodios de la historia de la imagen animada.
Son varios vídeos reproducción de antiguas filmaciones los que pudimos ver durante el espectáculo, destacando la pequeña obra maestra de Lotte Reiniger , esta gran sombrista que se sirvió del cine para animar las siluetas que iba poniendo en una pantalla y así hacerlas llegar al gran público.
Una obra de iniciación a las artes anticipadoras del cine, con unos conocimientos que toda persona debería tener, cuando vivimos en una época como la nuestra, en la que reina la imagen en un sinfín de pantallas y pantallitas a nuestro alrededor.
Historias Titiriteras, de Proyecto Caravana
Conocimos en su día uno de los primeros trabajos de guante de la compañía Proyecto Caravana, Dos dudosos bandoleros, y ya nos impresionó el manejo que hacían los dos titiriteros Salvador Puche y Josevi Pepiol, con la compañía llamada Títeres del Guantazo.
Guillem Montañés y Josevi Papiol, frente a la carpa donde actuaron. Foto compañía
En esta ocasión, Josevi Pepiol nos ha sorprendido con un montaje para niños de corta edad en el que recurre también a los títeres de guante, con personaje muy sencillos pero poderosos, como es el bebé Pepín, y un lobo feroz que es a su vez su cuidador pero también quien se lo quiere comer.
Se acompaña Pepiol con el guitarrista Guillem Montañés, autor a su vez de la música, afín de subrayar los diferentes momentos de la acción.
La obra, ágil y divertida, mantiene muy bien la atención de los niños, atrapados por la ingeniosidad y las ocurrentes salidas de los personajes, especialmente de Pepín, que demuestra a su corta edad ser más listo que el experimentado lobo, hambriento y socarrón. Algo que entusiasma al público, siempre ávido de ver ganar al más débil y pequeño de los personajes convertidos en víctimas de los grandullones.
El público así lo expresó con sus agradecidos aplausos.