(Iñaki Juárez con Pelegrín y el Diablo)
Las Fiestas del Pilar de Zaragoza no serían las mismas de siempre sin la presencia del Teatro Arbolé en la Plaza de los Sitios, en pleno centro de la ciudad, exactamente en la calle Moret tocando a la plaza. Atención: que Arbolé migre al centro de la ciudad en estas fechas no significa que su teatro se mantenga cerrado. En absoluto, pues en estos días de Fiesta Mayor de Zaragoza ha actuado allí durante dos semanas ni más ni menos que el gran Leo Bassi, a cuya actuación dedicaremos un artículo aparte en esta revista.
Este año por primera vez, Pelegrín, que hasta ahora ha sido el rey de la Barraca de los Títeres de Arbolé, ha tenido compañía, lo que le ha permitido descansar entre las funciones, pues los héroes polichinescos, por muy títeres que sean, necesitan también sus momentos de respiro. Una vecindad que se ha concretado en algunos de los cuentos clásicos que Arbolé tiene en repertorio, como Los Tres Cerditos, Caperucita o El Patito Feo, adaptados al nuevo teatro que han construido para la Barraca, que permite alternar espectáculos de mesa con espectáculos de guante.
La Barraca de los Títeres. Foto T.R.
Este cronista pudo ver dos títulos pertenecientes a las dos diferentes modalidades: El Patito Feo, a cargo en esta ocasión de Azucena Roda, y la historia de Pelegrín La Olla del Diablo, a cargo de Iñaki Juárez.
El Patito Feo, con Azucena Roda
He aquí uno de los clásicos que más veces ha representado Arbolé, junto a Los Tres Cerditos. Para la versión que han presentado durante el Pilar, han realizado una adaptación para un único manipulador, siendo en este caso Azucena Roda la intérprete. Una actriz que se ha convertido en uno de los puntales de Arbolé, junto a Pablo Girón, Julia Juárez e Iñaki Juárez.
He visto a Azucena en distintas obras, siempre destacando por la exquisita calidad de sus voces, capaz de combinarse en múltiples registros, una gestualidad de actriz de largo recorrido, y una presencia que sabe cómo llenar todo un escenario. Quizá el papel en el que más ha destacado es en el de Leocadia la Bibliotecaria, con varias historias escritas por Esteban Villarrocha, y que interpreta junto a Pablo Girón, con el que suele ser pareja artística en varios títulos de la compañía. Obras que han tenido mucha aceptación, en parte también por la defensa que hacen de los libros y de la lectura.
Azucena Roda en plena función. Foto T.R.
En este caso, Azucena Roda ha actuado como titiritera solista en lo que antes hemos denominado ‘teatro de mesa’, es decir, unos títeres que se mueven directamente por detrás sobre un escenario que deja al descubierto medio cuerpo del intérprete manipulador.
Una técnica muy usada por los titiriteros, que requiere buenas dotes interpretativas de los actores, pues al ser también visibles por el público, mantienen una relación con los personajes títeres, convirtiéndose muchas veces ellos mismos en un personaje más de la historia.
La figura de Azucena manejando con las manos los títeres brilló en la Barraca de los Títeres gracias a la magnífica relación que consigue mantener con los personajes, en la que hay algo de maternal respecto a ellos, lo que crea una indirecta empatía hacia los espectadores, pues los niños, siempre tan ansiosos de proyectarse en los muñecos y vivir muy intensamente sus peripecias, conectaron de inmediato con la actriz.
Azucena Roda. Foto T.R.
Se trata de una relación distinta a la de los títeres de cachiporra, que siempre buscan los lados jocosos y conflictivos de los personajes. En el Patito Feo también hay conflicto, y bastante grave en cierto modo, pero el público ya conoce la historia, y sabe cómo acaba el asunto, lo que tranquiliza a niños y familiares. Lo importante entonces es el ‘modo’ en que la historia se presenta, y los de Arbolé han alcanzado con los años una experiencia que les permite encontrar los tonos adecuados para cada cuento.
Azucena Roda consigue crear un estilo muy personal y sugerente, y la atención de niños y familiares fue exquisita a lo largo de toda la obra. Los aplausos fueron tronantes y daba gusto ver cómo de felices salían las familias en su tarde de títeres del Pilar.
Pelegrín y La Olla del Diablo, con Iñaki Juárez
Creo que los de Arbolé han acertado con esta combinación de ‘cuentos clásicos’ con ‘Pelegrín y los títeres de cachiporra’, pues por un lado satisfacen las múltiples preferencias que hoy tienen las familias respecto a los títeres. Pero quizás lo más importante es el aspecto pedagógico de mostrar cómo los títeres pueden oscilar de un registro a otro, sin perder nunca los lazos con la tradición, adaptándose a los nuevos tiempos, y sin renegar de los viejos modos, que el género de la cachiporra, cuando está bien interpretada, representa a la perfección.
El retablo preparado para los títeress de cachiporra. Foto T.R.
En el caso de la obra que vimos titulada La Olla del Diablo, fue determinante la larga experiencia que tiene Iñaki Juárez en el oficio de los títeres, con una carrera de una intensidad que pocos titiriteros han tenido en este país. Lo que explica lo cómodo que se siente cuando sus manos se calzan los personajes y estos salen a actuar.
Inició su trabajo con Guiñol, el héroe lionés aunque también parisino, que al ser un personaje icónico de los títeres en Francia, en toda Europa y en todo el mundo de habla hispana (sabido es que en muchos lugares se llama Teatro de Guiñol al género de las marionetas en general), ejerce de presentador en la obra. Iñaki le pone acento francés acorde con el porte elegante del lionés, acentuando su lado rimbombante y protocolario, lo que permite muchas situaciones cómicas, pues nunca le salen las cosas como esperaba. Y es maravilloso ver cómo el titiritero de Arbolé le saca partido al personaje, convirtiéndolo casi en un payaso de los que no lo quieren ser pero no tienen más remedio que serlo, de modo que el público se parte de la risa con sus infructuosos intentos de presentar la obra y abrir el telón.
Pelegrín en plena acción. Foto T.R.
Una primera parte que podríamos calificar como de un verdadero ejercicio de estilo titiritero, tal es la maestría que muestra Iñaki en los diferentes juegos con Guiñol, con la rata que se le cuela, y un sinfín de situaciones tronchantes.
Cuando por fin empieza la obra, vemos aparecer a Pelegrín: un personaje curioso, pues combina su condición de héroe con la de antihéroe, al no salirse siempre con la suya, y muchas veces tiene que valerse de la ayuda de sus compinches o de su amada para salir del atolladero.
Por el título ya sabemos que el Diablo será el contrincante al que deberá enfrentarse Pelegrín, un Diablo de los de toda la vida, listo pero tontorrón a la vez, siendo quien habita en el fondo del volcán donde deberá meterse Pelegrín para recuperar las bolsas de dinero que le han robado.
Hay que destacar la importancia de que estos personajes entren en el imaginario de los niños de hoy en día, al haber desaparecido de buena parte de las casas y escuelas toda enseñanza religiosa. Para entender determinados aspectos y capítulos de la Historia, es necesario conocer conceptos y personajes que hoy han quedado desfasados y demodés, pero que siguen ejerciendo sus travesuras en tantos lugares del planeta y en las mentes de tantos de nosotros. Los títeres tradicionales cumplen con estos cometidos tan importantes de mantener a salvo leyendas y tradiciones ancestrales.
Iñaki Juárez tras la función. Foto T.R.
La cachiporra de Iñaki Juárez es contundente pero pasada por el tamiz de la ironía, el juego y el disparate, que son los compañeros habituales de este tipo de teatro. Esto la hace dura y amable, caprichosa y entrañable, peleona y distanciada. Sutilezas contradictorias que marcan el estilo y el fondo filosófico de los títeres populares y tradicionales. Un estilo que los de Arbolé, en sus distintas variantes según el titiritero que empuña la batuta, han conseguido normalizar y dar a conocer al público aragonés. Reverbera en ellos el legado de esos dos grandes aragoneses que, desde posiciones y géneros diferentes, han manejado también su propia cachiporra: Goya y Buñuel.
Los espectadores, sin llegar tan lejos en sus suposiciones, gozaron enormemente de los disparates de Pelegrín y sus colegas. Los bravos y los aplausos corroboraron lo dicho.