(Léo Smith en el papel de Caliban. Foto Pupella-Noguès)
Se ha desarrollado el día 31 de enero de 2024, en la ciudad francesa de Toulouse, un apasionante encuentro sobre Historia y Teatro de Títeres organizado por el centro Odradek que dirige la compañía Pupella-Noguès, dentro del ciclo Carnet d’Hiver que cada año Odradek celebra sobre la escritura contemporánea en el teatro de títeres. Previamente, el día anterior se presentó en el Espace Roguet de Toulouse, La Tempestad de Caliban, de Tim Crouch, la última creación de Odradek Pupella-Noguès.
Vamos a empezar esta crónica hablando del espectáculo visto en el Espace Roguet, para continuar en la siguiente con una mirada sobre las diferentes ponencias presentadas en el simposio sobre Historia y Teatro de Títeres.
La Tempestad de Caliban, de Tim Crouch
Con dirección de Joëlle Noguès e interpretación de Antoine Raffalli y Giorgio Pupella, La Tempestad de Caliban, texto del autor británico Tim Crouch, es una obra perfecta para encabezar un encuentro donde se puso sobre la mesa cómo la Historia ha sido y es tratada por los teatros de títeres. En efecto, la obra de Tim Crouch se centra en el conocido personaje de La Tempestad de William Shakespeare, Caliban, el salvaje primitivo esclavizado por Próspero, quien suele encarnar los aspectos más materiales e instintivos del ser humano, frente al otro sirviente de Próspero, Ariel, encarnación de lo elevado y lo espiritual.
Esta es la interpretación tradicional. Pero bien sabido es cómo la riqueza del texto de Shakespeare ha dado pie a una multitud de interpretaciones diferentes, ya sea en defensa de Próspero como representante de la cultura europea frente al salvajismo indígena de las nuevas colonias, de Ariel como ejemplo de aspiración a los más altos ideales, y sobre todo de Caliban, visto por muchos como una imagen perfecta para representar a los indígenas esclavizados por los colonizadores blancos.
Hélène Beauchamp en su intervención en el simposio Carnet d’Hiver, con imágenes históricas de dos representaciones de Caliban. Foto de Giorgio Pupella
De todo ello nos habló la profesora de Literatura Comparada y buena conocedora de la historia de los títeres, Hélène Beauchamp, que firma asimismo la dramaturgia de la obra. Beauchamp nos expuso al día siguiente, en su intervención en Carnet d’Hiver (de cuyo ciclo es co-organizadora), la compleja cartografía histórica con la que se ha interpretado la figura de Caliban, exposición que tituló con gran tino Caliban, ¿camaleón de la Historia?
Habló Beauchamp sobre la existencia de un importante ‘corpus-Caliban’, particularmente orientado hacia la interpretación y la redefinición de este personaje como un símbolo del hecho colonial.
Imagen de La Tempête de Caliban. Foto Pupella-Noguès
Dos ejemplos de los citados por Beauchamp de estas diferentes interpretaciones son el libro Todo Caliban, del cubano Roberto Fernández Retamar, publicado en 1971, donde Caliban le sirve al autor para defender la figura del indio nativo de América desde el punto de vista de la revolución castrista, víctima del colonialismo que le arrebató sus tierras y lo obligó a hablar la lengua del invasor. Otro ejemplo citado es el del uruguayo José Enrique Rodó, autor de Ariel, publicado en 1900, un ensayo donde Ariel simboliza la riqueza del mestizaje latinoamericano, mientras asocia Caliban a la imagen de la brutalidad propia de la América del Norte.
El otro ejemplo citado por Beauchamp que defiende a Próspero frente al primitivismo de Caliban, es el drama filosófico del autor francés Ernest Renan titulado Caliban (1878), en el que este es presentado como un rebelde que consigue liderar una revolución y destronar a Próspero. Una revolución que acaba instaurando los mismos principios por los que se regía Próspero y que permiten a este observar con displicencia la evolución de los hechos, por lo que acaban ambos reconciliados.
Próspero, representado porn unas botas. Foto Pupella-Noguès
Tres ejemplos entre los otros muchos existentes, que nos indican la riqueza interpretativa que existe alrededor de Caliban y que la dramaturgia propuesta por Beauchamp con la dirección de Joëlle Noguès ha tenido muy en cuenta. Y es así como vemos el monólogo escrito por Tim Crouch convertido en un diálogo entre las palabras de Caliban y lo que podríamos considerar una sombra suya, un doble mudo en palabras pero muy expresivo en sonidos, que nos muestra a un Caliban oculto y delicado, sensible a los cantos de los pájaros y a los ruidos selváticos, un doble suyo interpretado por Giorgio Pupella en su papel de ‘complice bruiteur (cómplice sonidista o ruidoso)’, quien actúa a distancia, cubierto por un ropaje rústico y primitivo de modo que ni le vemos la cara. Lo hace alrededor de una mesa llena de instrumentos, reclamos de caza de distintos animales, tambores, maracas y mil artefactos sonoros difíciles de describir.
Son unos sonidos que acompañan las palabras de Caliban y todos sus movimientos y visiones, a modo de resonancia de estas, alusiones sonoras que más que metáforas expresan matices, pinceladas, colores o mecanismos interiores de alerta y de atención, de miedo y de éxtasis.
Léo Smith, por su parte, interpreta a un Caliban del que no se ocultan sus facetas brutales y primitivas, pero que, a diferencia de la imaginería más antigua, que lo asemejaba a un monstruo y a un medio animal, muestra con orgullo su forma humana ágil, frágil y esbelta, de un hermoso cuerpo muy en forma, poseedor de una fuerza y de una agilidad encomiables.
Foto Pupella-Noguès
Y es aquí donde interviene la sabiduría escénica de Noguès, al representar a los diferentes personajes citados por el monólogo de Caliban con muñecos que él pone y saca de escena, como si fuera un juego, un juego muy dramático, por supuesto, porque conoce muy bien el poderío de todos ellos. Un recurso que permite distanciarse, para que la atosigante fuerza del personaje más el dolor y el rencor que acumula, siempre ocupando la totalidad de la escena, no abrume al espectador. La aparición del barco que da vueltas a la isla, a modo de juguete rotatorio que gira con mando a distancia, ya nos introduce a este universo doble propio del teatro de títeres, marcando las claves de la percepción brutal pero a la vez distanciada de la obra.
Solo caben palabras de elogio para el impresionante trabajo realizado por Léo Smith, que consigue cruzar en solitario su encarnación de Caliban, cuya expresión a ráfagas, propia de alguien que habla desde la intuición del dolor y de la angustia, lejos del discurso racionalista de Próspero, permite dosificar el texto y así hacerlo llegar al público como fraseos de un jazz selvático, siempre acompañado por su doble sonoro, recreando el eco de sus emociones más profundas.
La obra plantea muy bien la casuística del explotado que se rebela y no sabe cómo hacerlo, de sus deseos que han sido prohibidos por el tirano Próspero, pero que finalmente queda dueño de lo que fueron sus dominios, cuando el colonizador visitante regresa a sus tierras de origen y abandona la isla.
Curioso e interesante caso, pensaba viendo la ambigüedad del personaje y todas las interpretaciones que ha recibido a lo largo de los siglos desde el estreno de La Tempestad en 1611, y me preguntaba qué diría William Shakespeare si levantara la cabeza y observara desde los cielos las diferentes miradas que han provocado sus personajes: ¿coincidiría con algunas de estas visiones?, ¿participaría en las encendidas opiniones contrapuestas?, o se echaría a reír, feliz de ver cómo sus personajes han sido capaces de despertar matices tan poderosos y contrapuestos.
Foto Pupella-Noguès
Creo que la complejidad del personaje de Caliban ha sido magníficamente captada por el texto de Crouch y especialmente por la puesta en escena de Odradek Pupella-Noguès, optando por enfatizar la realidad poética, sensible y sanamente rebelde que habita en Caliban, y poniéndose así de parte de los ‘humillados y ofendidos’ de la Historia, sin renunciar a la percepción sutil e inteligente de lo que subyace en la superficie y en las profundidades del texto de La Tempestad.
Un trabajo excelente de abordar personajes históricos y literarios desde la realidad dramática y contradictoria de la Historia, sin renunciar a la poesía y al vuelo de la imaginación sensible tan propios del teatro de títeres tratado en sus dimensiones más libres, abiertas y visionarias.